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Los olvidados de la Flor de Bastión

Este mercado informal tiene calles sin asfaltar y está en medio de la insalubridad. En el lugar la atención al público inicia a las 06:00 todos los días.
Este mercado informal tiene calles sin asfaltar y está en medio de la insalubridad. En el lugar la atención al público inicia a las 06:00 todos los días.
Foto: José Morán / El Telégrafo
15 de abril de 2017 - 00:00 - Edward Lara Ponce

Han pasado casi 27 años desde que aparecieron los primeros asentamientos en Flor de Bastión, (al noroeste de la ciudad) y hay cosas que no cambian en este sector de Guayaquil.

En el barrio predomina el lodo, la falta de alcantarillado, aceras, bordillos, dice Matilde Bustamante, moradora del bloque 6. 

Las pocas vías en buen estado son saturadas por buses, tricimotos y comerciantes informales. Ellos se adueñan de la calle principal que está al pie de la iglesia católica Nuestra Señora de la Fuensanta.

Las correas de cuero sintético, bandejas plásticas, ropas de niños y adultos, látigos, discos piratas y un sin número de artículo se apilan sobre andamios de madera.

En medio del tumulto, con los pies colgandos —como si se tratara de un columpio— Antonio Aguilar Cobos de 84 años ‘ruega al cielo’ para que las ventas de esta quincena sean mejores que la semana pasada.

Sentado bajo la sombra de una tolda, ofrece desde las 08:00 ceñidores para caballeros, niños o damas. Con una voz suave propia de su edad grita: “Lleve barato”.

“Desde hace décadas me dedico a las ventas en distintos lugares pero en los últimos años me quedé aquí aunque se vende poco es seguro que logre hacer dinero”. 

En el sitio, los potenciales clientes se confunden con los vendedores que en reducidos espacios trabajan y transitan. Enlodan sus zapatos o vestimentas mientras pisan desperdicios acumulados por la actividad comercial.

Entre los vendedores informales están los que han improvisado parte de sus viviendas para crear lugares comerciales.

Uno de ellos es Freddy Plúas. Él se apresura a cargar  cajas de vegetales que compró en la madrugada en el mercado de transferencia mientras sortea unos charcos.  

“Aquí los clientes pueden encontrar de todo sin necesidad de ir al centro o a otro sitio. Pero tenemos limitaciones por obras públicas que reclamamos a la autoridades”.

Asegura que durante la época invernal las lluvias les ocasionan perjuicios, al tener calles poco transitables. Esto produce que los compradores opten por ir a sitios con mejores vías.

“Desde hace 1 año tengo agua potable por tubería en mi casa. Antes compraba 3 tanques por los que pagaba $ 2,40 es decir $ 0,80 cada uno”. Agregó que el pago de impuestos municipales lo hace todos los años.

A pocos metros de su improvisado negocio se parquea una camioneta de color rojo. El dueño Wilson Jiménez, procura no competir con su vecino en la venta de frutas.

Jiménez se moviliza con dificultad. Tiene discapacidad motora, por ello trabaja junto a su esposa, Ana Quijije. Ambos administran los $ 200 que invierten a diario en su negocio.

“Todos queremos que a este sitio lo arreglen para que no solo nosotros tengamos un lugar más cómodo sino un espacio más digno para nuestros clientes”.

Rosa Chávez lleva casi 15 años acudiendo al ‘mercado de la iglesia’  como lo conocen los moradores de este sector de Guayaquil.

Dice que en el lugar ha proliferado la delincuencia. Es un problema constante a toda hora, en especial cuando circulan los buses de las líneas 49, 114 y 70 e incluso en los alimentadores de la Metrovía.

“Algunas cosas son económicas,  otras no tanto, pero estoy cerca de mi casa que está en el bloque 7, por eso acudo a este sitio en el que ya los pillos me han hecho pasar un mal rato”, dice la mujer mientras escoge $ 1 de naranjas y otro de mandarinas.   

El sitio, que abarca más de 4 cuadras, también ofrece casi todo tipo de comidas preparadas: batidos, fritadas, tostadas, jugo de frutas y encebollados. Todo ello se oferta en   quioscos de madera o caña guadúa con cubiertas de zinc.

Promesas incumplidas

Los políticos han transitado por años esta zona, cuenta Geovanny Orozco, quien dividió en 2 locales su casa.

“Lo primero que nos ofrecen es pavimentar esta loma que usan como calle secundaria los vehículos que circulan por aquí. Ellos deben sortear pozas de agua y lodo”. 

Ellos no tendrían problema en moverse a otro sitio si se construyera un mercado, pero Orozco no cree que eso suceda.

Humberto Corozo, quien tiene un puesto de venta de mariscos, dice que la creación de un espacio digno para trabajar es esencial, pero que debería ser gratuito o por lo menos con costos bajos de alquiler.

Corozo, quien trabaja diagonal a la iglesia del sector, debe cuidarse de no caer a un precipicio de al menos unos 3 metros.

Al final, son los transeúntes, compradores y vendedores quienes afrontan estas problemáticas que son cotidianas en un sector en el que las falencias de servicios son notorias.

En el lugar se espera la obra pública municipal que no llega desde hace 2 décadas, y que los moradores solicitan. (I)

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