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El primer experimento asociativo de los artesanos de Guayaquil tuvo un eco favorable por parte del Libertador

Los esclavos guayaquileños compran su libertad

Por iniciativa de los propios artesanos esclavos, en 1822, se fundó lo que Destruge llama la ‘primera asociación de obreros en Guayaquil’.
Por iniciativa de los propios artesanos esclavos, en 1822, se fundó lo que Destruge llama la ‘primera asociación de obreros en Guayaquil’.
Archivo / El Telégrafo
16 de abril de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Aunque los guayaquileños lograron, en 1820, su independencia política de España, la estructura de origen colonial permaneció intacta, pues una sociedad estratificada, dividida en estamentos y ‘hermandades’, prevaleció con sus valores, discursos y prácticas, a pesar de una ideología liberal republicana basada en discursos igualitarios que promovían los revolucionarios.

No obstante, un notable esfuerzo por alcanzar espacios de libertad desde el seno de la sociedad estamental, aún después de la independencia, fue la formación de la primera caja de ahorros que crearon los esclavos guayaquileños (la mayoría de ellos, artesanos).

Como observa el historiador Camilo Destruge, el decreto sobre la libertad de los esclavos de Bolívar abrió la posibilidad de organizar un ente de auxilios mutuos que atendiera a estas personas. Por iniciativa de los propios artesanos esclavos, en 1822, se fundó lo que Destruge llama la ‘primera asociación de obreros en Guayaquil’1. En el comunicado, dirigido al Intendente de entonces, se lee: “El arbitrio que hemos resuelto es el siguiente. Todo cautivo de oficio y de trabajo procurará economizar uno o dos reales diarios de lo que gane, con el objeto de llevarlo a la caja –fondo de la libertad-; y cada dos domingos entregará otros tantos reales cuantos días tiene la semana. Si en la primera o segunda semana, se encontrasen ya quinientos o más pesos, inmediatamente se dará la libertad con ellos, a uno o dos cautivos, de los más necesitados, de alguna virtud o mérito, por suerte o como hermanablemente se resuelva, o la superioridad nos ordene”2.

La propuesta consistía en abrir una caja de ahorros para que los artesanos negros compraran su libertad, mediante un sistema de solidaridad mutual que les permitiera depositar el dinero en un fondo común, hasta que se pudiera garantizar el traspaso, mediante la compra de todos los esclavizados: “no darlos a cada dueño, mientras no se liberte hasta el último de los contribuyentes”,3 con lo cual, se afirmaba el carácter solidario de la medida, que recibió la adherencia de un importante número de artesanos.

Otro aspecto interesante que revela este documento es que las reuniones de los artesanos negros eran públicas, pues se celebraban en las plazas de la ciudad, seguramente para garantizar la trasparencia y evitar rumores sobre la naturaleza de sus decisiones. En estas asambleas se sugieren los nombres de los síndicos y representantes legales, responsabilidades que recaen en Policarpo Lazo, Francisco Rosi y Bernardino Arboleda, todos artesanos calificados y personas de magnífica reputación en sus respectivos gremios.

Este primer experimento asociativo de los artesanos de Guayaquil tuvo un eco favorable por parte del Libertador, quien autorizó, el 29 de agosto de 1822, la petición de los esclavos, concretándose en un Banco o Caja de Ahorros que ayudó a que centenares de personas lograran finalmente su libertad. Podemos observar, entonces, que sobre las pesadas estructuras de una sociedad que aún podía considerarse de antiguo régimen, la agencia de los sujetos se batía desde su resistencia, a la par que aprovechaban, en la medida de lo posible, los intersticios del poder para negociar sus demandas.

Pero no se puede desconocer la situación de pobreza que vivían los artesanos, quienes eran estigmatizados por la mirada hegemónica, con todos los prejuicios que se cernían sobre ellos. Por ejemplo, para algunos observadores de la época, el ensayo bolivariano de manumisión se consideraba inconveniente para la economía de Guayaquil, puesto que “la clase trabajadora está viciada y hay mucha necesidad de hábitos de laboriosidad y de moral”4.

En resumen, el trabajador manual, desde la visión de las élites, será visto como el ‘otro’, quien por su condición biogenética, en el marco de la ideología de la ‘degeneración de la raza’ (vigente en los siglos XVIII y XIX), necesita, según este discurso, alcanzar niveles de elevación física, moral y espiritual. Por ello, en parte, la iniciativa de las élites guayaquileñas de crear asociaciones como la Sociedad Filantrópica del Guayas (1849), adquiere un sustrato ideológico que se compagina con las ideas de ‘mejorar la raza’ y ‘educar al pueblo’ (en el sentido de civilizarlo), para fortalecer el ‘cuerpo social’, en la lógica civilización-barbarie que es consustancial al proyecto de Estado-nación. (I)

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