Los artesanos de Guayaquil
La historia de Guayaquil está incompleta sin la historia de los artesanos. Y su ausencia es más visible porque tradicionalmente se ha escrito una historia “desde arriba”, que resalta las ejecutorias de los grupos dirigentes, desconociéndose la participación de los sectores populares.
Pero resulta que no se puede entender el desarrollo económico de Guayaquil, sin hablar de los artesanos y obreros que constituyeron la fuerza imprescindible de trabajo que sirvió para apuntalar el proyecto de modernización capitalista.
Desde la época de la Colonia, cuando nuestra ciudad se convirtió en Real Astillero, los trabajadores de la maestranza fueron, en su mayoría, negros y mulatos que se destacaron por sus destrezas manuales y se agruparon en gremios para defenderse frente a las injusticias de algunos patronos.
Según un relato del jesuita Mario Cicala, a mediados del siglo XVIII se produjo una queja porque los dueños de los navíos que se fabricaban en el Astillero de Guayaquil “no pagaban como antes el dinero a los jornaleros y artesanos, sino en aguardiente traído por ellos desde Lima, en artículos comerciales y en otros géneros y todos a precios exorbitantes, obligándolos por la fuerza a recibirlos”.
El malestar se esparció entre los trabajadores del Astillero, quienes ya no recibían el jornal acostumbrado, sino especies que no les servían para nada, conjuntamente con aguardiente. Cicala señala que este proceder fue la razón principal para las rebeliones de los carpinteros de ribera, en el Guayaquil del siglo XVIII: “En número de 2.500, todos ellos armados con sus hachas, lanzas y otras armas, se rebelaron contra los oficiales reales y los dueños de barcos en construcción en el Astillero, pidiendo de ellos que sus jornales les sean pagados en dinero y no en aguardiente ni en mercaderías caras e inservibles, de otra manera estaban dispuestos a destruir sus casas y los barcos y a quemarlos juntamente con ellos”.
Es necesario reconocer la trayectoria de los artesanos y sus históricas luchas en el contexto de una sociedad mercantil capitalista que no siempre valoró sus esfuerzos. Cabe mencionar, por ejemplo, que en el proceso independentista, sastres, zapateros y carpinteros abastecieron al Ejército guayaquileño que partió a liberar la Sierra.
Así mismo, en 1822, los artesanos esclavos porteños fundaron una sociedad de auxilios mutuos con el fin de comprar su libertad.
Este fue el punto de partida del sistema asociativo que se multiplicó a finales del siglo XIX, cuando todas las ramas del artesanado crearon sociedades mutuales, en la búsqueda de igualdad y fraternidad, postulados liberales que se propagaron con la Revolución Francesa.
Aquellos industriosos artesanos fueron los responsables del progreso material de Guayaquil, especialmente a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, pues los herreros, ebanistas y carpinteros de ribera reconstruyeron la ciudad devastada por el incendio grande de 1896.
Pero los artesanos de entonces no se conformaron con ejercer sus actividades manuales. También crearon escuelas laicas, fundaron periódicos y organizaron bibliotecas populares, convirtiéndose en artesanos ilustrados que, si bien recibieron el apoyo de los gobiernos liberales radicales, particularmente el de Eloy Alfaro, formaron sólidas instituciones, algunas de las cuales todavía sobreviven, como la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso –que mantiene una biblioteca muy concurrida por los estudiantes-, la Sociedad de Carpinteros, la Sociedad Hijos del Trabajo, entre otras. Mención aparte merece la Sociedad Filantrópica del Guayas, que se convirtió en la “Universidad del Pueblo” por la invaluable labor de su Escuela de Artes y Oficios, que abrió sus puertas en 1891, dedicándose a formar a generaciones de artesanos.
La contribución histórica de los artesanos guayaquileños que se expresó en todo lo anterior y en jornadas memorables de trascendencia nacional, como el 15 de noviembre de 1922, cuando exigieron condiciones laborales dignas y fueron reprimidos a bala, no estaría completa sin una historia de la cotidianidad de los trabajadores de la urbe que ayudaría a recuperar, más allá de la acción política, las múltiples y complejas identidades que nutren una cultura artesanal que es necesario comprender, para pensar un Guayaquil más democrático, inclusivo y orgulloso de su ascendente popular.