Los adultos sin trabajo fijo buscan oficio en las calles

A las 6:00 sale de su casa Franklin Riofrío, un hombre de tez morena que desde hace 11 años se sienta en un banquito verde  bajo el paso a desnivel de la avenida Francisco de Orellana, a esperar clientela. Riofrío es electricista y todos los días camina por las calles del norte de Guayaquil hasta llegar a su base de trabajo, con un cartón que dice “Soy electricista, albañil y gasfitero. Cobro barato”.  

En un buen día, el trabajador aseguró que gana entre $20 y $30, sin embargo afirma -encogiendo los hombros-  que existen días en los que no tiene ganancias. “A veces simplemente no hay trabajo, nos toca regresar a la casa con las manos vacías y esperar a que el siguiente día sea mejor”, señaló Riofrío.

El electricista que tiene seis hijos menores de edad, antes trabajaba en un taller, pero debido a un malentendido con su jefe lo botaron y tuvo que buscar trabajo en las calles.

Juan Requeleto era transportista de una constructora, sin embargo, después de un accidente automovilístico, que lo dejó convaleciente por más de un año, perdió el empleo.

Ahora Juan, de 58 años, se levanta todas las mañanas cerca de las 5:00 y sale con su camioneta roja con dirección a la avenida Francisco de Orellana.

Al llegar al paso a desnivel de la calle Las Aguas, sale de su vehículo y se sienta en una banca de madera a esperar que posibles clientes requieran  sus servicios. “Yo hago fletes a todos los barrios de la ciudad y cobro $25 por viaje”, expresó.

Requeleto tiene una hija que está en sexto año del colegio y señaló que, si no fuera por ella, no habría seguido trabajando y ahora  estaría perdido en algún vicio. El orgulloso padre afirmó que el mayor logro de su vida ha sido poder pagar el colegio de Julia, su hija, quien trabaja con él los fines de semana.

El transportista, que se ubica en el mismo punto desde hace casi 20 años, comentó que, en este tipo de trabajo particular, tener ganancias es muy difícil, ya que “debe vivir en el presente” y luchar todos los días. Francisco Borbor, de 64 años, es de la provincia de Santa Elena y llegó a trabajar a Guayaquil hace aproximadamente 40 años.

Borbor perdió su trabajo como obrero hace seis años debido a su edad y a su falta de capacidad para cargar objetos pesados y ahora se dedica a la albañilería en casas particulares. “En la calle, todos saben quién soy y cómo trabajo, si alguien necesita un albañil, ya sabe dónde buscarlo”, manifestó Borbor.

Cada día, el adulto mayor, que luce un sombrero de paja toquilla, gana entre $40 y $50, pero recalcó que los  viernes y sábados son los más ocupados.

“Don Francisco”, como le llaman sus compañeros, está casado y tiene dos hijos que trabajan como mecánicos en un taller de camiones, por lo tanto, las ganancias son casi en su totalidad para los gastos de la casa que tiene en la vía a Daule.

El mecánico Alfredo Segura, de 62 años, es otro de los que ofrece sus servicios bajo el puente de la Av. Francisco de Orellana. Segura también tiene un cartón donde especifica el tipo de trabajos que realiza. Según él, ese cartel es lo que atrae a los clientes.

Alfredo utiliza como base este punto de la ciudad porque considera que, después de 13 años en el mismo lugar, sería muy difícil que sus clientes lo encuentren. “Muchas veces he querido cambiarme de puesto y buscar trabajo en otro lado, pero cada vez que lo hago aparecen personas que me necesitan y debo ayudarlas”, explicó.

Nació en Vinces, pero después de un viaje que realizó hace 30 años aquí, a Guayaquil, decidió quedarse. Manifestó  que siempre le ha gustado trabajar en las calles porque, a su criterio, es la mejor forma de hacer amigos y hacerse “famoso” entre los vecinos del barrio.

Las ganancias de Alfredo varían, pero en una jornada normal oscilan entre $40 a $60, excepto los domingos, ya que esos días no se buscan muchos mecánicos, reveló.