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Lo que ellas no podían hacer en público

Lo que ellas no podían hacer en público
14 de junio de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El período de 1910-1930 representa para Guayaquil la definitiva entrada a la modernidad cultural, por la adopción de hábitos, valores y creencias que permanecen, hasta el día de hoy, en las estructuras mentales de la sociedad. El cuidado de la apariencia física, la higiene personal y la práctica del deporte son valores considerados ‘positivos’ que se imponen en todas las capas socioeconómicas. 

Un aspecto interesante que alumbra las tensiones entre tradición y modernidad es la concepción de la sexualidad. Una campaña liderada por la revista El Hogar Cristiano de 1907, acusa al cinematógrafo de ser “el mayor corruptor de la sociedad”1 y pide que se prohíba que los adolescentes accedan a “esas escenas provocativas, cebadoras de las pasiones, reveladoras del vicio, exentas de pudor virginal que debería sentir, o por lo menos, mostrar todo joven y toda joven”.2

No obstante, en las revistas ilustradas de inicios del siglo XX que se editan en Guayaquil, tímidamente se introducen figuras de desnudos en las propagandas comerciales.  Como era de esperarse, el campo autónomo del arte ‘inmunizaba’ a los sujetos de los dispositivos disciplinarios que la sociedad les imponía: recién hacia mediados del veinte, autores como Manuel Ocaña y Younis Murad presentarán fotografías de mujeres desnudas, en poses ‘eróticas’, bajo el membrete de ‘fotografía artística’ o ‘desnudo artístico’.

En el entramado de la sociabilidad cotidiana, son decidoras las frases y alusiones que se refieren, principalmente, al papel de la mujer frente al ‘otro’ masculino. Un anuncio publicado en 1907 señalaba lo que una mujer yankee podía hacer en público, en comparación con las guayaquileñas:

“Puede tomar un cocktail servido en taza, en un restaurante de moda. Puede ir sola a un hotel solo para señoras. Puede ir a un limpiabotas a que le limpien el calzado. Puede ir a varios clubes femeninos y jugar allí al billar. Puede llamar a una mujer médico cuando está enferma. Puede ir sola y de noche al teatro, donde se le proporciona al salir un acompañante uniformado que la lleva hasta su casa. Puede trabajar de noche como cajera o camarera en un restaurante, y volver a casa a medianoche sin que nadie se meta con ella”.3

Mujeres y sociedad

Este fragmento habla menos de la ‘permisiva’ sociedad estadounidense que del ‘represivo’ ambiente local. Cabe insistir que los cambios sociopolíticos ligados a la Revolución Liberal que implicaron, por un lado, un mayor nivel de democratización y ampliación de las libertades individuales, no necesariamente tuvieron su correlato en las mentalidades y la vida cotidiana.  De hecho, a duras penas, la mujer podía salir sola a la calle, lo cual era mal visto, porque ‘rebajaban el honor de los hombres de sus casas’.4 

De esta forma, la sociabilidad burguesa estableció un corpus disciplinario que invadió la cotidianidad, imponiendo sus reglas y normativas, distinguiendo entre lo alto y lo bajo, lo limpio y lo sucio, lo culto y lo inculto. Las mujeres de las clases populares, por ejemplo, fueron representadas en una mezcla de extrañeza y deseo: así, la revista ilustrada Savia publicó, en 1927, una crónica sobre Maruja Suazo, bailarina chilena del Teatro Victoria. El reportero describe el ambiente ‘cabaretero’ de ese lugar, ubicado en un barrio suburbano, a donde acuden jóvenes ‘de buena familia’ para admirar a la joven.  Suazo irrumpe en el escenario con ropa interior y un cigarrillo en la mano, realizando movimientos voluptuosos al son del tango ‘Fumando espero’, de Félix Garzo. El cronista describe al público como ‘pintoresco’, formado por “obreros, empleados, futbolistas, boxeadores, bohemios, vagabundos, gente que habla recio, y que a la flor de un piropo ponen siempre el punto final de una rotunda interjección”.5  

Maruja Suazo encarna todo lo que la mujer burguesa y de clase media no puede hacer en público. Su presencia en los márgenes del discurso hegemónico es un profundo cuestionamiento al ideal democratizador del liberalismo, pues la mujer mantenía un rol secundario en el proceso de construcción de la nación, a pesar de las conquistas jurídicas y acceso al mercado laboral que logró la Revolución Liberal.

El ideal de mujer que primaba en las clases media y alta, en las primeras décadas del siglo XX era lo más distante a la corporeidad como forma de experiencia vital. Según una revista ilustrada, para conquistar a los hombres, la joven mujer debía seguir los siguientes consejos: “1.  Ser sencilla sin exageración y modesta sin vanagloria; 2. Amar su casa, honrar a sus padres y no extraviarse mucho en bailes, reuniones y paseos; 3. Ser discreta en sus juicios y reposada en la enunciación de sus ideas; 4. No dejarse arrastrar por amoríos pasajeros y solo atender a los hombres formales, huyendo de los galanteos de los jovenzuelos; 5. Moderar los impulsos de la imaginación. Ser poco romántica; 6. Vestir con elegancia, pero sin lujo; 7. Ser sobre todo honrada, y no dar motivo para que los hombres tengan que ocuparse en hablar de ella. El 95% de las mujeres jóvenes que observen estas reglas puede tener la seguridad de que encontrarán un hombre bueno que se case con ellas”.6   

El recetario anterior manifiesta la rigidez del comportamiento femenino como estrategia para mantener la ‘honradez’, es decir, controlar los impulsos sexuales y proyectar una imagen de discreción y modestia. Este modelo debía ser observado, lo mismo, por amas de casa y mujeres trabajadoras, quienes tenían que demostrar mayor circunspección al tratar con personas del sexo opuesto.

Como vemos, la entronización de los valores modernos también conlleva la separación de las mentes y los cuerpos, sujetos a múltiples dispositivos de control social, que funcionan desde la escuela, con la aplicación de los manuales de conducta -el caso paradigmático es el Manual de Carreño (1854) que niños y niñas solían memorizar- y fórmulas retóricas concentradas en aforismos y heredadas de la sabiduría de los abuelos.

(Tomado de Ángel Emilio Hidalgo, Guayaquil: Los Diez-Los Veinte, Quito, Consejo Nacional de Cultura, 2009).

4 El Hogar Cristiano, N° 103 y 104, Guayaquil, enero y febrero de 1917.

5 El Hogar Cristiano, N° 109 y 110, Guayaquil, julio y agosto de 1917.

6 ‘Lo que las mujeres yankees pueden hacer y las guayaquileñas no’, en Revista Nueva, Año II, N° 24, Guayaquil, 8 de octubre de 1907.

7 María Emma Mannarelli, Limpias y modernas: Género, higiene y cultura en la Lima del novecientos, Lima, Ediciones Flora Tristán, 1999, p. 144.

8 Renato, ‘Maruja Suazo hace furor en los teatros suburbanos’, en Savia, Guayaquil, N° 22, febrero de 1927.

9 ‘Cómo debe ser una mujer’, en Variedades. Revista Mensual Ilustrada, Guayaquil, Año I, N° 1, marzo de 1920.

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