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Lectura y educación de las mujeres

Lectura y educación de las mujeres
22 de septiembre de 2013 - 00:00

En los umbrales del siglo XX, el papel de la lectura en el período de transición hacia la modernidad cultural fue decisivo para apuntalar los cambios educativos que implementaron los liberales en el poder, particularmente en las administraciones de Eloy Alfaro y Leonidas Plaza. Sin embargo, algunas décadas atrás, el cabildo había creado una Biblioteca Municipal –el tribuno liberal Pedro Carbo la organizó con su peculio y fondos bibliográficos, en 1862- que se institucionalizó a fines del siglo XIX, asumiendo una importante tarea social: en 1908, un informe indicaba que la biblioteca contaba con 20.000 volúmenes y atendía mensualmente a más de 1.000 usuarios, según información de la “Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República”.  
 
La lectura en Guayaquil era una práctica apreciada por los sectores económicos altos y medios pues, lastimosamente, las mayorías populares no sabían leer ni escribir. Si revisamos las fotografías de estudio tomadas en el período liberal, notaremos que buena parte de las damas posaban junto a su libro favorito como señal de estatus y para ser recordadas como personas “cultas”. En este afán de distinción, la sociedad guayaquileña tendía a representarse como “ilustrada”, aunque los niveles de analfabetismo y falta de acceso a la educación eran alarmantes. 

Democratizar la educación fue uno de los objetivos de los gobiernos liberales.  En el proceso de consolidación de la educación laica promovida por el Estado, podemos distinguir tres etapas: la primera, vinculada al programa de laicismo y secularización del Estado, entre 1896 y 1916;  la segunda, cuando se dejan atrás los presupuestos lancasterianos y se difunden pedagogías modernas (Pestalozzi, Herbart, Froebert, Montessori), entre 1916 y 1930; y la tercera, a partir de la década del 30, cuando madura un laicismo militante entre los educadores públicos. Recién aquí, el trabajo de los normales -tanto masculinos como femeninos- genera frutos, porque toda una generación se ha formado bajo la ideología del liberalismo laico.

Es interesante constatar, a través de los documentos, las resistencias que enfrentaron los intentos de aplicar pedagogías modernas, a inicios del siglo XX, cuando se crearon los normales femeninos Manuela Cañizares en Quito (1901) y Rita Lecumberri en Guayaquil (1906). No obstante, la participación de las mujeres en este proceso fue central, desde su contribución a la formación del campo educativo, hasta la creación de espacios públicos de acción y discusión, en torno a su condición de género.

Examinando el caso de Quito, la historiadora Ana María Goetschel, en su libro “Educación de las mujeres, maestras y esferas públicas”, destaca el rol de las mujeres educadoras como sujetos de cambio durante el período liberal. Fue precisamente por el acceso a la educación que la mujer tuvo la posibilidad de convertirse en sujeto ante los ojos del mundo. No obstante, el cambio de actitudes y mentalidades operó muy lentamente y tropezó con una sociedad machista que le confinaba al gineceo, recluyéndola entre cuatro paredes.

Si bien las políticas laicas sentaron las condiciones de una transformación que se cristalizó con el paso del tiempo, aún prevalecían muchos prejuicios sobre la intervención de la mujer en la vida pública. En su informe de labores de 1900, el ministro de Instrucción Pública, José Peralta, sostiene que “la mujer pobre necesita crearse una situación independiente y holgada por medio del trabajo; necesita del taller para elevarse y ennoblecerse, y poder así llenar cumplidamente sus deberes; necesita un salario honrado que venga a ser defensa de su virtud y centinela de su dignidad”.

Como vemos, a pesar de la defensa que este ideólogo del liberalismo radical hace del trabajo femenino, entiende como finalidad última el cumplimiento de “sus deberes”; es decir, aquellos que la sociedad consideraba propios de su género. Los liberales visualizaron cambios en una sociedad estratificada donde no era posible, aún, extender un proyecto de democratización radical, en igualdad de condiciones para todos y todas.

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