Personajes cotidianos de la urbe porteña dibujan parte de su identidad
Las voces, el eco y el calor de Guayaquil
Eran las dos y media de la tarde. Caminaba por la calle 9 de Octubre, a la altura de la plaza San Francisco, conocida por el enorme edificio frente a ella y las acaloradas discusiones políticas de los eufóricos jubilados que, sentados bajo la sombra, pasan contentos el día. Sin embargo, sus debates no son tan acalorados como el piso regenerado, que arde bajo el intenso sol.
“Cola a diez, a diez la cola”, gritaba un muchacho que iba con una botella de cola y unos pequeños vasos plásticos. “Agua, agua, heladita el agua”, ofrecía a todo pulmón otro vendedor. Era realmente energizante ver lo viva que es esta calle guayaquileña que conduce al Malecón 2000. Por ello, nos decidimos a buscar personas y entrevistarlas. Así, nos inmiscuimos un poco en cómo Guayaquil ve a Guayaquil.
Encontramos a un uruguayo que planea abrir su pizzería, luego de su largo viaje por Latinoamérica. Para ese objetivo ahorra de sus jornadas de trabajo de cuidador de carros y vendedor de estampitas y pulseras. Hallamos también a una amable señora vendedora de golosinas, con toda una historia cargada de emociones, sinsabores y momentos de regocijo. Eso se reflejaba en la forma en que sus claros ojos color miel miraban los alrededores y a las personas que pasaban. “La vida hay que aprovecharla, y este es un bonito lugar para hacerlo”, nos dijo esta dulce mujer que teníamos cinco minutos de conocerla y no dejaba de asombrarnos. Casi llegando al tope de la calle, vimos a un chico que vendía agua y que luego de un largo rato de conversación nos contó sus luchas y sus miedos dentro de una vida que, según sus propias palabras, “no es fácil, pero está llena de momentos buenos, si se aprende a reconocerlos.
En otra parte de la ciudad encontramos a un joven jardinero que con su trabajo en pleno sol ayuda a su padre y siete hermanos a poder avanzar día a día. Barcelonista de corazón, anhelante de acabar sus estudios y entusiasta de su ciudad que, como comentaba, está cada vez más linda y da posibilidades a los humildes, a esos que tienen poco ‘chance’.
En la última caminata
Al final del recorrido, un vendedor de helados artesanales nos resumió su visión de Guayaquil y del verdadero guayaco: “El guayaquileño es ‘sabroso’, es buen dato con la gente y le gusta pegarse unas ‘bielas’ (cervezas) cuando hace calor... No podría definir a Guayaquil en una sola palabra porque Guayaquil significa muchas”.
Definitivamente en la ciudad del comercio, el Sol y la gente comparten ese calor único, que identifica a la ‘Perla del Pacífico’. De todas las cosas compartidas con estas tres personas, nos conmovió, sobre todo, las ganas de vivir, trabajar y ver por los suyos. Pensamos que quizá estas características de alegría, energía, afecto y astucia sellan el alma de nuestra identidad, marcan nuestro carácter de ‘madera de guerreros’. Recordamos que hace muchos años escuchamos a alguien cuestionar el espíritu moderno con esta pregunta: “¿Son ustedes madera de guerrero o guerreros de madera?”.
Creo que como buenos guayaquileños que aman el bolón y el encebollado, que toman cola en vaso de 10 centavos y un pastelito servido directo de una canasta, buscamos ayudar a quien necesita una mano, aunque sea un desconocido. Ese es el guayaquileño que no se cansa de intentar hasta lograr lo que sueña. Debemos preguntarnos siempre si estamos siendo de los que construimos sobre una fuerte identidad que nos marca o estamos despreciando nuestro pasado, intentando hacernos un futuro absurdamente alejado de lo que somos.
Estas personas que circundan por las calles, auténticos guayaquileños (nacidos o no en Ecuador), son una muestra de nuestra estirpe, dignos de admirar, porque son el ‘sabor’ de Guayaquil.