Las mejores velas salen del Suburbio de Guayaquil

En tiempos en que la variedad para producir energía: eléctrica, eólica, magnética e hidroeléctrica sirve para alumbrar ciudades y pueblos, la luz que nace de las velas sigue teniendo espacio en los mercados nacionales.  

De este tema conoce Benito Molina, quien ha estado vinculado al negocio con su fábrica Luz de América por 40 años.

El emprendimiento nació en las calles Febres Cordero y la 28, Suburbio de Guayaquil. Ahora la empresa se trasladó a zona industrial del puerto principal.

Molina, quien es oriundo de la provincia del Cañar, recuerda que una vez terminada la escuela debió buscar trabajo, como era la costumbre en su natal parroquia Javier Loyola. En ese lugar empezó confeccionando joyas durante dos años lo que abandonó posteriormente por una escasez de oro en esos tiempos. Luego viajó a Cuenca para ponerse a las órdenes de un maestro sastre. Allí permaneció tres semanas.     

Este movimiento laboral lo llevó a Guayaquil, invitado a ser parte del negocio —de las calles Letamendi y Abel Castillo— que mantiene hasta la actualidad Segundo Sarmiento, quien con el paso del tiempo se convirtió en el cuñado de Molina.

“En aquellos años se trabajaba con 5 sacos de parafina los cuales alcanzan para obtener unas 40 cajas de velas. Dependiendo del tamaño podrían contener 10.000 unidades” menciona.

Esta labor fue un aprendizaje de dos años para Molina, quien creó su propio negocio Luz de América, ubicado en Coronel y Calicuchima, donde compartió su actividad con su hermano y dos conterráneos.  

Benito no ha padecido mayores problemas en el negocio. Ello porque decidió elaborar velas de colores y decorativas, las cuales son usadas en ceremonias como bautizos, primera comunión o confirmaciones. Adicionalmente, produce esencias y otros.  

“Este negocio es familiar y eso ha permitido que el emprendimiento se convierta en una empresa que da trabajo a 12 personas. Actualmente las ventas se dan en el mercado nacional y algunos poblados fronterizos con Perú”, afirma.

A un lado, Benito, con una computadora portátil y cobrando por los productos de lo que resta de la fábrica está Gilda Balladares, quien valoró la caja de velas de 50 paquetes en $ 20.

La contadora menciona que en noviembre crecen las ventas gracias al Día de los Muertos. En cambio, en los días previos al Fin de Año son las velas decorativas las que tienen mayor demanda por los diseños torneados y sus colores.   

En enero baja la producción pero al mes siguiente nuevamente aceleran el trabajo por la llegada de la Semana Santa. Siempre hay un mercado, enfatiza: las iglesias que adquieren velones de entre $ 50 y $ 60, entre otros productos.

La jornada inicia de 07:00 a 19:00 con los comerciantes de los mercados. Los expendedores de artículos esotéricos también madrugan por insumos como mechas, parafinas, esencias, etc.

“La mano de obra es costosa por tener una economía dolarizada a diferencia de los empleados de Colombia y Perú donde es más económica”, dice la mujer en alusión a la posibilidad de internacionalizar la marca. El negocio tiene un espacio abierto para clientes como Karina Arévalo, quien lleva siete años visitando el sitio junto a amigas que hacen decoraciones en la ciudadela las Acacias, sur de Guayaquil.

La fábrica está en otro sitio de la ciudad, pero la tradición comprar velas en el Suburbio sigue. (I)

Hace seis años, un incendio destruyó toda la producción, sin embargo estos emprendedores se llenaron de valor y otra vez salieron adelante. Foto: César Muñoz / EL TELÉGRAFO