La vida cotidiana
La historia de la vida cotidiana en Guayaquil es una de esas parcelas que casi no han sido exploradas por los historiadores locales, a pesar del sinnúmero de fuentes que existen. Guayaquil es un calidoscopio de prácticas culturales modelado por una sociabilidad abierta, pues su condición de puerto así lo conformó en el tiempo.
Escribir sobre la historia de la vida cotidiana en Guayaquil equivale a identificar formas, prácticas, discursos, representaciones y manifestaciones socioculturales, a partir de hechos concretos. Se trata de distinguir las prácticas, discursos y representaciones del entorno sociocultural guayaquileño, considerando dos espacios o ámbitos en los que el ser humano habita y actúa: lo privado y lo público.
Es importante considerar que existe una dimensión que no ha sido identificada y leída y que es la realidad de todos los días, de aquello que permanece oculto en la trama de relaciones humanas y que se entreteje en el mundo privado.
La vida cotidiana incorpora a los individuos en relación con el grupo al que pertenecen. El hombre “vive” siempre la cultura, pero la experimenta desde su individualidad y subjetividad, por lo tanto, su creatividad hace posible su existencia y reproducción como ser libre y actuante en el mundo, al mismo tiempo que interactúa como ser social, subordinado, de alguna manera, a las estructuras sociales, culturales, ideológicas, económicas y políticas.
Lo cotidiano es, en primer lugar, lo que se hace por repetición: levantarse, bañarse, ir al trabajo, comer, dormir, realizar las actividades consideradas “rutinarias”. La definición también incluye el reconocimiento de que el ser humano es un sujeto histórico, que vive, se mueve y actúa en un tiempo-espacio concreto, en un entorno natural y sociocultural que influye en su modo de sentir, percibir y entender el mundo.
El hombre y la mujer de Guayaquil, como sujetos históricos, realizan acciones, gestos, prácticas, rituales, cargados de sentido. Así, caminar por el malecón de la ciudad, disfrutando del paisaje urbano y natural, en vez de subirse a una buseta para llegar al destino esperado, se convierte en una acción que nos habla de la forma de ser y pensar del individuo que crea, produce y reproduce esa experiencia individual.
Pero la vida cotidiana se manifiesta no solo en la ritualidad, sino también en lo inesperado, excepcional y espontáneo. El cambio social es el motor de la historia y opera en las actitudes, mentalidades, creencias y formas de pensamiento, aunque su temporalidad pertenece a la larga duración, por la lentitud en que acontecen las transformaciones. Un ejemplo de ello lo encontramos en el “incendio grande” del 5 y 6 de octubre de 1896, que arrasó con la mitad de la ciudad y obligó a que se redefinieran las condiciones de habitabilidad y uso del suelo.
Examinar la historia de la vida cotidiana en Guayaquil entraña vislumbrar la urdimbre de lo desconocido.
Constatamos que los estudios históricos en nuestro medio prestan poca atención a la historia de la vida cotidiana. Las páginas más leídas y comentadas de nuestra historia siempre han sido aquellas dedicadas a la vida de los políticos, líderes, caudillos y grandes “héroes” del pasado. También se ha hablado de las estructuras y las masas. Pero el hombre y la mujer de carne y hueso, el sujeto histórico concreto, poco ha aparecido en el horizonte de la historiografía ecuatoriana y particularmente guayaquileña.
Esta realidad requiere satisfacer, no obstante, la comprensión del estatuto de la vida cotidiana como expresión de la totalidad social, es decir, del punto nodal donde convergen lo ideológico, político, cultural, económico, simbólico, el lugar donde las subjetividades se expresan y actúan los distintos modos de ser y hacer, en este caso, la ciudad de Guayaquil.
Concordamos con quienes señalan que una de las tareas del historiador de la vida cotidiana consiste en pensar la creatividad de los actores de la historia, así como las condiciones que operan en una sociedad. Implica entender que la realidad social siempre está “en construcción”, en la medida en que ocurre de manera procesual.