La Sultana de los Andes es recreada en Bastión
El barrio Sultana de los Andes, al norte de la ciudad, es como un desierto en las mañanas y en las tardes. El día soleado se siente más en la loma, de calles polvorientas, donde está edificado.
En muchas de las puertas de las casas solo se observan candados. Pero por instantes, cuando aparece alguna mujer, luce anaco, largas trenzas y alpargatas. Las que visten trajes blancos llaman más la atención.
Los pobladores de esa cooperativa son, en un 95%, indígenas. Ellos emigraron, en su mayoría, de Chimborazo a Guayaquil en busca de un futuro económico mejor.
El primero en llegar al sitio fue el ciudadano Miguel Guacho, oriundo de la comunidad Troje, cantón Colta, de la provincia de Chimborazo.
Guacho, de 51 años de edad, recuerda que en 1999, en lugar de las casas de cemento que hoy existen, solo había un cerro y monte. En ese tiempo nació la Sultana de los Andes de Guayaquil.
El nombre del sitio, según Guacho, es un homenaje a la tierra que los vio partir hace años. La mayoría de los 50 solares son ocupados por familias nacidas en las comunidades de esa zona de la Sierra.
A pesar de que el calor de Guayaquil y el frío de Riobamba son opuestos, de que los cerros porteños y los volcanes no son comparables, y de muchas diferencias más, el colectivo trajo con ellos sus costumbres, tradiciones y cultura.
¿Resultado de eso? Mantienen un código interno que se rige bajo tres ejes fundamentales: no robar, no ser ocioso y protegerse los unos a los otros.
No ser ocioso
La comunidad se levanta en la madrugada, desde las 03:00. Sus integrantes a esa hora acuden a los mercados, que es la ocupación principal de los residentes. Y regresan al anochecer.
De esa manera -cuenta Guacho- han podido progresar. En la cuadra que conforma la cooperativa se observa que la mayoría de sus habitantes posee carro propio (se ven más camionetas). “Para el indígena no hay Navidad, feriado, nada. Trabaja los 365 días al año. Así se compra las cosas”, explica Guacho.
El fundador del barrio cuenta que él encarna esa filosofía de vida. A los 13 años, tras quedar huérfano de padre, tuvo que salir de su comunidad a trabajar para ayudar a su madre en los gastos. Hoy, ella tiene 85 años, y está bajo su cuidado.
Entre los vecinos las historias tienen mucho en común. María Chacaguasay, quien desde hace menos de un año puso su propia tienda en el barrio (en su portal también reza Sultana de los Andes), recuerda que cuando era menor de edad tuvo que trabajar de empleada doméstica en Colombia.
“Lavaba ropa, atendía niños y cocinaba. Solo me pagaban 300 sucres”, recuerda, aún con el acento marcado de la Sierra, esta mujer que aparenta 40 años.
Eso le impidió seguir estudiando. Hace un año se alfabetizó en el barrio y aprendió a manejar la calculadora, la cual usa para sacar las cuentas que ya no puede hacer mentalmente.
Ella atiende siempre con sus atuendos tradicionales. No los cambia, a pesar de haber salido de Troje hace mucho. “Queremos que la gente (su comunidad) tenga otro reconocimiento aquí (en Guayaquil)”, expresa, mientras rehuye a las fotografías. Antes quiere cambiarse para salir mejor, pero con vestimenta típica.
Algunos de sus productos se ajustan a su target. Quinua, máchica y cebada son parte de la demanda de sus clientes.
La emigración al puerto principal, según ambos vecinos, se dio debido a que la tierra ya no les produce como antes. “Las plantaciones de habas eran altas, pero hoy no crece mucho, por más que le ponga abono”, recuerda Guacho.
Por esa razón -añade Chacaguasay- la cosecha se puede hacer luego de mucho tiempo, es decir, no tienen nada que vender y en consecuencia buscan ingresos. “A veces se ve el resultado en años y no se vende a buen precio”. Tienen más suerte los campesinos que están cerca de zonas con agua. Ellos pueden producir lechugas, zanahorias y nabos.
“Pero los jóvenes se van del campo, todos a la ciudad. El campo se está quedando solo”, reflexiona con tristeza Guacho.
Ambos, en las actuales condiciones, ven lejana la posibilidad de retornar a Troje.
Protegerse los unos a los otros
La minga es un recurso importante en el desarrollo de la Sultana de los Andes. Mediante ese sistema se construyeron las primeras viviendas, que ya están legalizadas.
Como aprendieron a usar azadas, picos, palas el vecindario participó en la construcción de los inmuebles y redujo los costos de inversión. Los terrenos fueron adquiridos en 6 millones de sucres.
El camino por donde hoy transitan también fue elaborado por los vecinos. Contrataron maquinaria para aplanar el terreno, que antaño se volvía fangoso con las precipitaciones.
De la misma manera, con el trabajo cooperativo impulsaron, hace 9 años, la edificación de la primera Escuela Intercultural Bilingüe Sultana de Los Andes (ahora llamada Jaime Roldós).
El objetivo era que los habitantes, que trabajan todo el día, tuvieran un sitio cercano para dejar a sus hijos y se eduquen.
El hoy rector del centro, Manuel Valente, relata que la primera estructura estaba hecha con fundas y caña. Era un cuarto dividido en varios grados. La improvisada edificación no duró mucho tiempo, ya que las lluvias y las correntadas de agua la derribaron en distintas ocasiones. Pero luego gestionaron recursos para hacerla de cemento.
La actual edificación tiene tres pisos y es de concreto. Y de 15 estudiantes pasaron a 485.
Como el plantel es intercultural en las aulas se aprende la lengua quichua. Además, los alumnos deben ir ataviados el día lunes con la ropa del grupo étnico con el que se autoidentifican. En el recreo se aprecia que gran parte de las niñas optan por las ropas indígenas.
“Pueden venir de indígenas, montubios, mestizos o afrodescendientes. No hay una imposición. Cada uno escoge. Incluso, hay quienes han llegado a autoidentificarse tanto con un grupo que vienen toda la semana con su traje típico”.
Pero la idea de crear un plantel intercultural -señala Valente- está relacionada con la discriminación que sintieron algunos estudiantes en otros lugares. “Hubo una mala actitud de los mestizos”. No obstante, el plantel intercultural es abierto a todas las culturas y busca que se interrelacionen entre sí.
La otra obra que también tiene en su fachada la marca ‘Sultana de los Andes’ es el pequeño templo evangélico. El espacio fue abierto para los residentes que profesan dicha creencia, es decir, el 60%.
Por las noches se congregan y aprovechan para conversar situaciones del barrio. La otra parte de la población es católica. Todos llevan la vida de vecindario en armonía. Los une el origen.
Los apellidos más comunes en ese barrio son Guacho, Chacaguasay, Tenesaca, Pilamunga, Guamán, Curichumbe, entre otros.
No robarás
“¿Robos? Este en un barrio tranquilo”, asegura Silvia Zambrano, una mestiza, de ojos claros, que se traslada a comprar desde un sector vecino hasta el ‘Barrio Quichua’.
Cuando se habla de delincuencia en el barrio solo se recuerda un episodio. Un día, de un año del que casi ya nadie se acuerda, un despistado delincuente ingresó a una vivienda e intentó llevarse una máquina de escribir, pero inmediatamente los vecinos lo descubrieron en el acto. Todos salieron a las calles para solucionar el asunto: justicia indígena y hasta medidas extremas fueron propuestas...
Desde entonces, no hay más casos similares. Los automotores quedan fuera de las casas como si nada, pero la comunidad observa los bienes de los demás. Si un desconocido se acerca a una de las casas, siempre habrá alguien observando desde alguna ventana. “Nadie toca nada. Afuera nos miran con respeto”, resalta Guacho.
Las obras de alcantarillado y agua potable, con dificultades, han llegado. Sin embargo, está pendiente la pavimentación de su único y pedregoso camino.
El vecino Lorenzo Tenesaca, que se asentó hace 12 años allí, pide al Municipio de Guayaquil que termine ya el trabajo. “Solo eso nos falta para tener todo”, dice Tenesaca. Él, quien tiene un puesto en el mercado, aguarda con ansiedad que eso ocurra, pues está construyendo una casa de tres pisos.
Pide al periodista que no olvide mencionar el requerimiento de la zona. Él anhela que sus hijos tengan una mejor vida. “La meta es que alcancen más, que estudien, que lleguen a administrar una empresa”.