La filantropía es una institución social que hunde sus raíces en la época colonial y está relacionada con la beneficencia y la caridad cristianas. Sin embargo, conforme la sociedad guayaquileña se impregna de valores laicos, adquiere rasgos propios que mutan con el tiempo. Esta impronta aparece nítida en la creación de la Sociedad Filantrópica del Guayas, cuando el 21 de noviembre de 1849, un grupo de propietarios, comerciantes y artesanos encabezados por Modesto Sánchez Carbo, funda esta corporación en el momento que Sánchez “se sintió tristemente afectado por la ignorancia del pueblo”, ante lo cual “consagró su tiempo y su fortuna a la instrucción popular”, según asevera un viejo texto de la Sociedad Filantrópica.

La Sociedad Filantrópica del Guayas fue la primera institución que agrupó a los artesanos de la ciudad y la provincia para fines educativos, en la lógica de buscar la instrucción personal como la vía más adecuada para progresar económicamente. Sus primeros miembros crearon una revista, El Filántropo (1853), donde consta el llamado para que los artesanos sean parte de esta sociedad interclasista, que lo mismo aceptaba al propietario que al trabajador popular: “El pueblo quiere civilizarse a sí mismo; el día del progreso alumbrará… ¡Artesanos! ¡Volad a incorporaros en esa Sociedad!”.

¿Por qué en una sociedad como la guayaquileña fue posible esta amalgama de cuadros multiclasistas y diversos intereses para empujar un mismo proyecto de asociación mutual, con fines de beneficencia e instrucción educativa? Estamos frente a una élite de propietarios y comerciantes liberales que demandan fuerza de trabajo especializada. Y es que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el surgimiento del capitalismo en nuestro medio les lleva a buscar vías para cooptar mano de obra calificada, para lo cual, se impone la necesidad de formar artesanos y obreros.

Solo desde esta perspectiva logramos comprender porqué entre los artesanos y sectores populares se encuentran personajes de la banca y el “alto” comercio guayaquileño, quienes se muestran interesados, según sus propias palabras, en “ayudar y educar al obrero”.

En el artículo 2 de los estatutos de la Sociedad Filantrópica del Guayas se declaran sus fines, que son funcionales al proyecto ideológico de la emergente burguesía local: “Los fines que se propone la sociedad son: el socorro a la indigencia, la creación y el fomento de establecimientos de educación y beneficencia, la protección a las artes y oficios”.

No se puede desconocer la vertiente cristiana que atraviesa la ideología de la beneficencia en los postulados de la Sociedad Filantrópica del Guayas, lo cual se condensa hasta en el emblema, con la cruz y el panal de abejas, símbolos del “ora et labora” de las comunidades benedictinas. Pero tampoco podemos deslindar la posible influencia masónica en la fundación de estas sociedades, por la adaptación de ideales laicos que se confunden e imbrican, a lo largo del siglo XIX.

En Guayaquil surge una dinámica comercial con sus valores propios que rápidamente se emplaza y consolida, en un proceso de hibridación cultural que facilita un relativo acercamiento de las élites a los sectores populares, desde su interés por la beneficencia y la promoción de la educación popular, mediante la creación de sociedades filantrópicas y escuelas de “artes y oficios”.

Ejemplo de este tipo de filantropía social que puede ser calificada de “liberal” es la Sociedad Filantrópica del Guayas, cuya principal vocación es la pedagógica. En 1874, se instaló finalmente la Escuela de Letras “Rocafuerte” de la Filantrópica, destinada a la educación de las niñas, y en 1891, se fundó la Escuela “Anzoátegui” de Artes y Oficios, institución clave para entender el desarrollo de las bellas artes, las artes mecánicas y las tecnologías artesanales en Guayaquil. A estos centros se añadiría un internado y más escuelas, dirigidas a un sector que desempeñaría un rol fundamental en el proceso de formación de la urbe moderna.