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La Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso

La  Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso
30 de marzo de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En 1874, se fundó en Guayaquil la Sociedad de Artesanos Instruyéndose, en el taller del maestro carpintero Andrés Miranda,1 entidad que pese al impulso original -con la participación activa de una veintena de artesanos-,2 no pudo seguir funcionando porque el presidente conservador Gabriel García Moreno decidió controlar las actividades de los gremios artesanales, contratando a “protectores católicos de Norteamérica”,3 en 1872, para que vigilen la marcha de estas asociaciones, en consonancia con el proyecto de estado confesional que había institucionalizado.

El temor y la suspicacia de García Moreno había recaído sobre los liberales de Guayaquil, bajo la sospecha de ser “masones”, lo que se concretó en la carta magna de 1869, que establecía que los derechos de ciudadanía ecuatoriana podían ser suspendidos “por pertenecer a las sociedades prohibidas por la Iglesia”.4 Esta medida estatal coercitiva logró su objetivo, frenando a asociaciones como la Sociedad de Artesanos Instruyéndose, cuyo desenvolvimiento autónomo resultó impracticable.

Tres años después y una vez superado el conflicto político, el 11 de diciembre de 1878, un grupo de artesanos nuevamente movilizados por el dinámico Andrés Miranda, fundó finalmente la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso, bajo la égida de algunos personajes de la burguesía local, con la finalidad de “proporcionarse mutuamente instrucción necesaria para todos los estados de la vida, con cuyo fin establecerá esta Sociedad una caja de ahorros, escuelas de enseñanzas que propendan a la ilustración de cada uno de sus socios, como también protegerse mutuamente en los casos difíciles de la vida”.5 De modo pragmático, se acordó que cada socio ayude con cuatro reales semanales, para garantizar el sostenimiento de la institución.      

En la parte declarativa del acta de instalación de la Sociedad, se leen algunos de los presupuestos del movimiento asociativo y mutualista propio del siglo XIX, que se reprodujo en todos los países de América Latina: en primer lugar, se buscaba la protección mutua de todos los miembros, quienes se adscribían a la organización en calidad de “socios”, término moderno que remarca en la individualidad del sujeto que, en ejercicio soberano de su voluntad, decide unirse a otros iguales para formar una asociación de intereses comunes, en calidad de “socio”.

Así mismo, se observa que la Sociedad tenía como misión principal la instrucción y educación de los mencionados socios. Correspondía, por tanto, establecer condiciones para que los socios procuraran una educación adecuada que les asegurara el sustento “para todos los estados de la vida”, o sea, más allá de la edad “productiva”. Para lograr este fin, se incentivaba el hábito del ahorro, con la creación de una “caja” o banco, cuyo esfuerzo redundaría en la construcción de “escuelas de enseñanzas”, sugiriéndose que no solo se apuntaba al aprendizaje de las primeras letras, sino a la capacitación continua de los artesanos.

Este proyecto es de suma importancia para el momento en que Guayaquil experimenta un despegue poblacional como resultado del incremento de la producción cacaotera, rubro que liderará, desde finales del siglo XIX, el llamado periodo agroexportador. Es decir, se percibe que la existencia de mano de obra calificada en la ciudad, únicamente es posible, a largo plazo, por la educación de los trabajadores manuales, quienes se movilizan dentro del marco social impuesto por los sectores hegemónicos, para alcanzar sus demandas desde el mecanismo de los “auxilios mutuos”, lo que les llevará, en el futuro, a elaborar agendas propias, apoyadas en reivindicaciones laborales.

Con la creación de la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso (SAAP), se da el primer paso para la concreción de espacios de sociabilidad popular que, bajo la tutela del orden tradicional republicano, reproducirán los valores e ideales democratizadores del liberalismo, en la búsqueda de nuevas vías de expresión para el acopio de un instrumental simbólico basado en el trabajo, la honradez y el ideal de progreso, en términos de superación personal y colectiva.

(Texto extraído de: Ángel Emilio Hidalgo, “El artesanado en Guayaquil. Gremios, sociedades artesanales y círculos obreros (1688-1925)”, Quito, Ministerio Coordinador de Patrimonio, 2011).

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