La memoria de las estatuas
La escultura monumental que se erige en las plazas y paseos de las ciudades son más que objetos moldeados para recordar hechos o personajes importantes. En realidad, son fragmentos de memoria que activan sentidos del pasado en el presente, procedentes de las ideologías de los grupos dirigentes que han ostentado el poder.
El semblante antiguo de las estatuas nos permite interrogarnos sobre la percepción del tiempo, en relación a un presente “vivido” por los transeúntes. En Guayaquil, el espacio donde se concentra el mayor número de monumentos broncíneos es el paseo conocido con el nombre de Plaza Cívica, en el Malecón 2000.
En uno de los libros oficiales del Municipio porteño se dice que la iniciativa de construcción del Malecón 2000 correspondió a “los ejecutivos del ya desaparecido Banco La Previsora”, como respuesta al “abandono” del viejo Malecón. Esto implica que la construcción de la Plaza Cívica en el Malecón 2000 se incorpora al proyecto hegemónico de la burguesía bancaria y financiera, cercana al poder municipal.
Entre los rasgos del discurso de las élites guayaquileñas está la constante apelación al orgullo local, a través de dos monumentos que se inauguraron el 9 de octubre de 1999, día de la apertura del nuevo Malecón, el monumento a la “Aurora Gloriosa” y la galería de los presidentes guayaquileños.
El primero de ellos, un obelisco de mármol ubicado frente a la Plaza de la Administración, donde residen los símbolos del poder político local (edificios de la Municipalidad y de la Gobernación), fue ideado por el propio José Joaquín de Olmedo, en conmemoración a la declaración de Independencia, el 9 de Octubre de 1820. Según un documento de la época, Olmedo encargó que se levantara un monumento en el muelle de la ciudad, con la inscripción: “Aurora del 9 de Octubre de 1820”, con el fin de “perpetuar la memoria de este grande día”.
El segundo es un conjunto escultórico de bronce dedicado a los presidentes guayaquileños, que se encuentra en la parte superior de la Plaza Cívica, es decir, encima del ágora y de los garajes del Malecón 2000.
Resulta altamente significativo que se decidió representar a los ex presidentes del Ecuador nacidos en Guayaquil, en el contexto de la aguda crisis del sistema bancario que afectó sensiblemente la reputación de los banqueros del puerto (1998-2000).
Como un mensaje subliminal a la conciencia de los paseantes del Malecón, la galería de los presidentes guayaquileños parece sugerir la entronización y a la vez la estrepitosa caída de una banca corrupta, cuya capacidad de influencia en el poder político se había menoscabado.
El deseo de perpetuar y recuperar del olvido la memoria de los ex presidentes nacidos en esta ciudad, concuerda con el rasgo pedagógico de las estatuas como dispositivos de memoria que el Estado utiliza para cimentar ideas nacionalistas entre los miembros de una comunidad.
En una nota periodística, a propósito de la inauguración de la Plaza Cívica, publicada por diario Expreso, se consignaba que “el programa de nuestra institución municipal tiene por objeto hacer que la ciudadanía repare en la trascendencia de las fechas históricas de la patria. Es preciso reactivar el espíritu cívico que, sin lugar a duda ha sufrido un lamentable menoscabo de varios años a esta fecha”.
En el caso de la Plaza Cívica del Malecón de Guayaquil, inaugurada el 9 de octubre de 1999, día “patrio” de la ciudad y que coincidió con la entrega del nuevo Malecón, las luchas simbólicas giraron en torno al nuevo modelo de organización urbanística: la “regeneración urbana”, por el cual se destinó un área del paseo del Malecón a la construcción de una “plaza cívica” con estatuas que refrendan el discurso del “guayaquileñismo”, catecismo ideológico regionalista de tinte autonómico y anticentralista que abanderan sectores de la banca, las cámaras y las autodenominadas “fuerzas vivas”, y que sostiene el proyecto político de las últimas alcaldías del puerto.