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La Ilustración en los comienzos de la modernidad porteña

La Ilustración en los comienzos de la modernidad porteña
28 de abril de 2013 - 00:00

Los fundamentos filosóficos, económicos, sociales, políticos y culturales que constituyen la base del pensamiento ilustrado moderno encajan con los principales enunciados y cristalizaciones de la Revolución Francesa: secularización de la cultura, separación de lo religioso y lo temporal, adopción del republicanismo como forma de gobierno, librepensamiento y predominio de la razón.

Esta visión de mundo que mantenían los ilustrados del siglo XVIII es esencialmente revolucionaria, pues implica una ruptura total con el orden establecido y el triunfo de un pensamiento de carácter racionalista. El alcance filosófico, político y social de estas teorías se esparce en las inteligencias criollas de América, las que paulatinamente desarrollan un pensamiento moderno. 

En el proceso de recepción del pensamiento ilustrado europeo resultó clave la formación de las “Sociedades de Amigos del País”, que nacieron en España hacia la segunda mitad del siglo XVIII, bajo el padrinazgo de Carlos III, como iniciativas de los vecinos instruidos para realizar mejoras y fomentar estudios sobre economía local. Estos círculos de vecinos criollos ilustrados también prosperaron en la América hispana y se interesaron en solucionar el atraso de sus pueblos, desde una “conciencia moderna”. 

En la Audiencia de Quito, las primeras expresiones de ilustración criolla provinieron de los predios universitarios y se manifestaron en el periódico Primicias de la Cultura de Quito, así como en la labor de ilustrados como Eugenio Espejo, Juan Bautista Aguirre, Juan de Velasco y Pedro Vicente Maldonado. El arribo de la Misión Geodésica Francesa (1741) fue un hito que fortaleció un “clima intelectual” que se venía incubando en las universidades quiteñas, donde se dictaban cátedras de física, botánica, astronomía, economía y política.

Pero lo que ocurría en la capital de la Audiencia, en términos de impulso y desarrollo de las letras, las ciencias y las artes, no se reproducía en las demás ciudades. Guayaquil era, a la sazón, la cuarta ciudad por número de habitantes (después de Quito, Cuenca y Riobamba); no había colegios ni universidades y los hijos del Guayas tenían que educarse en Quito o Lima. Sin embargo, por su posición geoestratégica y condición de puerto, Guayaquil era el centro de una región que desde la segunda mitad del siglo XVIII experimentó un franco crecimiento económico, por la libre comercialización del cacao, medida implementada por la corona española. 

Aunque carecía de universidades, Guayaquil tuvo una Sociedad de Amigos del País a inicios del siglo XIX. Su finalidad fue principalmente económica, creada para fomentar el desarrollo de la industria local.  Pero el crecimiento económico de la región se sustentó en el repunte de la agroexportación cacaotera. Como explica el historiador Mariano Fazio Fernández, en su libro “Ideología de la emancipación guayaquileña”, entre finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, los comerciantes de Guayaquil se vieron favorecidos por la “eliminación de monopolios, simplificación del sistema tributario, eliminación de todo tipo de aduanas interiores”.  

Se formaba así una élite económica influida por las doctrinas del libre comercio (Adam Smith, John Stuart Mill, David Ricardo) que asumía el liberalismo como matriz ideológica y expresión política, con visos particulares en torno a la economía, el mercado y el Estado. El liberalismo debe entenderse como un proceso-producto de la modernidad y a la vez, impulsor y difusor de ella. Esta corriente de pensamiento irradia múltiples esferas de lo social y actúa como un vehículo ideológico, a través del cual, la modernidad se propaga.

Bajo la sombra de los paradigmas filosóficos liberales, en Guayaquil se produjo una apropiación de la modernidad ilustrada. Y los principios emanados del “nuevo régimen” sintonizaron con los sentimientos autonomistas de las élites criollas: libertad en todas sus formas, igualdad y respeto a la voluntad popular fueron los principales aspectos de su discurso político, económico y social.

Un ejemplo que nos ayuda a clarificar la cultura política de las élites porteñas, a inicios del siglo XX, es el Reglamento Provisorio de Gobierno que decretó la junta independentista de Guayaquil, el 8 de noviembre de 1820. Aquí se señala la aspiración a obtener libertad de comercio, en estos términos: “Artículo 3: El comercio será libre por mar y tierra con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro gobierno”.

En el discurso político e ideológico de los ilustrados liberales guayaquileños va madurando, a través de los años, la conciencia embrionaria de ser “moderno” y su voluntad de serlo. Pero, cabría preguntarse, ¿desde qué momento las élites guayaquileñas persiguieron este fin? Si nos atenemos a los discursos políticos, vemos que el antecedente se halla en las primeras proclamas independentistas y particularmente en el Reglamento Provisorio Constitucional de Guayaquil             (noviembre de 1820), cuando la ciudad-estado expresó su voluntad de comerciar sus productos “con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro gobierno”.

Con esta declaración se consagró uno de los principios fundamentales del liberalismo económico y Guayaquil se abrió a la modernidad, haciendo suyo un proyecto civilizatorio que, a pesar de sus abusos y contradicciones, se cimentó en las ideas de libertad, razón y progreso.

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