La huella del mestizaje
Durante el primer periodo colonial, las ciudades americanas estaban organizadas en dos bloques étnicos bien diferenciados: la “república de los españoles” y la “república de los indios”. Se entiende por “república de españoles” aquella formada no solo por nativos de la península, sino por aquellos individuos “que hablaban bien el castellano, se vestían y comportaban, más o menos, de acuerdo al estilo europeo, y normalmente departían con los españoles”, según explica el historiador James Lockhart. Es decir, las zonas de contacto entre los diferentes estratos sociales eran más permeables de lo que se cree, lo que nos revela la existencia de una sociedad dinámica, marcada y determinada por la impronta del mestizaje biológico y cultural.
Para identificar el funcionamiento de una sociedad deben estudiarse a sus instituciones. En el caso de los españoles, la organización social se estructura en torno a la familia y la propiedad privada. La familia como microentorno de reproducción social, posibilita el ascenso y movilidad de los sujetos, a través de las redes familiares, cuya condición previa son las alianzas matrimoniales.
El control de los recursos y medios de producción marcaba la existencia de categorías derivadas de la ocupación y el nivel laboral. Sobre la pirámide social estaban los propietarios ganaderos y agricultores que, por lo general, eran españoles y criollos (hijos de peninsulares nacidos en América). Luego, quienes ejercían profesiones letradas como abogado, médico o clérigo. En un tercer nivel se ubicaban los comerciantes, sector que por sus propias características experimentaba una mayor movilidad social. Después, los artesanos, quienes según su nivel de especialización podían obtener cierto peculio, como era el caso de los plateros y los barberos-cirujanos. Finalmente, hay que considerar a los tratantes o pequeños comerciantes que podían ser transeúntes o habitantes permanentes de las ciudades.
La sociedad colonial guayaquileña y de otras ciudades de la Audiencia de Quito funcionaban sobre una densa trama de relaciones clientelares, en un sistema corporativo y jerarquizado. De propietario a sirviente, las distinciones entre lo “alto” y lo “bajo” predominaban en cada nivel. Lo étnico era otra variable a considerarse, pues los estratos más altos, por lo general, estaban conformados por blanco-mestizos urbanos. En este punto, merece atención el papel de los negros, quienes mantuvieron vivas sus costumbres de origen africano, al tiempo que virtualmente se incorporaron al sistema de organización española.
En lo correspondiente al “mundo indígena”, la organización social estaba sujeta al territorio. Ya en el siglo XVIII, había escasos indígenas en la provincia de Guayaquil. El denso mestizaje posibilitó la aparición de nuevos grupos sociales, como los montubios, habitantes del litoral interior. Sin embargo, su presencia en el imaginario de la ecuatorianidad tardaría en reconocerse por una visión y concepción andinocéntrica que todavía prevalece, la cual no termina de entender la problemática étnica y social de estos “otros” mestizos.
El proceso de implantación del sistema colonial implicó la necesidad de combinar métodos de adecuación a las realidades de los pueblos indígenas, montubios y afro, con una reorganización social interna que no siempre fue efectiva, pues las sociedades originarias mantuvieron un claro sentido de apego a la tradición, lo que se evidenció en las estrategias de resistencia hacia la cultura hegemónica.
El mestizaje fue un elemento desarticulador en el modelo de una sociedad doble (“república de españoles” y “república de indios”), tal como se plantearon los colonizadores. Con el paso del tiempo se acentuó la interacción entre los dos “mundos”, pues la realidad desbordó la imposición de la norma. Las categorías nacidas de la mezcla biológica trascendieron lo genotípico y fenotípico, prevaleciendo el mestizaje cultural que, básicamente, se construyó en relación al grado de “españolidad” de los sujetos. No obstante, a los peninsulares se les hizo difícil encasillar al mestizo, por su condición intermedia entre el mundo español y el universo indígena, oscilando entre ambas realidades culturales.