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Instrucción de los artesanos en la Revolución Liberal

Instrucción de los artesanos en la Revolución Liberal
13 de abril de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El arribo al poder de Eloy Alfaro (1895) con su proyecto de liberalismo radical que se sintetizó en el ‘Decálogo Liberal’ o programa político que esgrimió el ‘Viejo Luchador’, contempló, entre otros significativos cambios, la “enseñanza laica y obligatoria” que implementó con energía desde el primer momento, con el apoyo de José Peralta, uno de los principales ideólogos del liberalismo, quien fue ministro de Instrucción Pública en su primera administración.

En la línea de democratizar el acceso a la educación e impulsar la creación de centros docentes en todas las regiones del país, Alfaro vio también la necesidad de formar cuadros próximos al liberalismo radical, para garantizarse, a mediano y largo plazo, la lealtad de los trabajadores. Para ello, trajo al sastre y activista político cubano Miguel Albuquerque Vives, con la consigna de organizar a los artesanos y obreros, desde la práctica del asociacionismo mutual.

Luego de un fallido intento en 1896, al año siguiente se reinstala la primera asamblea, el 11 de julio de 1897, en el salón de actos del Colegio Nacional San Vicente del Guayas (1), y queda establecida la Sociedad de Socorros Mutuos, Instrucción y Recreo Hijos del Trabajo, con la ayuda del propio Eloy Alfaro, quien les dona un terreno en la actual Boyacá entre 9 de Octubre y Francisco de P. Icaza, con una extensión de una cuadra hasta la calle Escobedo.

En el discurso inaugural de reorganización de la sociedad, Miguel Albuquerque destacó el perfil mutual que los llevó a asociarse, para buscar “únicamente los medios de instruir y proteger a nuestros coasociados que las más de las veces sucumben sin tener quien les alargue la mano protectora socorriéndolos en las difíciles circunstancias de la vida” (2). Como vemos, los discursos públicos de los artesanos revelan la pertinencia de la ideología asociativa, en el marco de sus demandas sociales y económicas, cuando Guayaquil vive un acelerado proceso de urbanización, aunque las diferencias étnicas y clasistas -como rezago de la antigua condición colonial- subsisten en la cotidianidad, desde una violencia simbólica que rebaja y minimiza el aporte de los trabajadores manuales, al tiempo que demanda mano de obra calificada para ser incorporada a la esfera de la producción.

Si bien en esta agremiación de nuevo tipo no están presentes aún las reivindicaciones económicas, subyace en el afán de procurarse amparo mutuo, la necesidad de asegurarse una vida digna, particularmente para la edad madura. Ese es el sentido de los bancos populares o “cajas de ahorro”, “destinadas a favorecer a la ancianidad que, habiendo adquirido un pequeño capital en los días de aptitud para el trabajo, se retira a descanso, segura de que el socorro no le faltará hasta el último momento de su vida” (3).

Lo interesante es que esta forma de sociabilidad nace de la iniciativa de los mismos trabajadores, al tiempo que el Estado, una vez institucionalizado el proyecto liberal alfarista, la estimula y respalda, convirtiéndola en funcional a su proyecto de ampliación de una base social urbana de origen popular que se muestra cercana al liberalismo radical y su caudillo, por la posibilidad real de intervenir, por primera vez, en la esfera pública.

En esta dinámica relación social opera un doble paternalismo: del Estado y de las élites, lo que explica por qué en la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso y otras similares, comúnmente figuran personajes de la oligarquía comercial guayaquileña, bajo la figura legal de “directores honorarios”, aunque se les entregue a los obreros la facultad de reunirse en “junta general” a debatir sus asuntos. No obstante, siempre prevalece la óptica y tutela del “patrón” que señala el camino a seguir y aplaude la asociación de “toda aquella clase de hombres que la sociedad distingue con el modesto nombre de Obreros”, para conseguir “no solo el desarrollo y adelanto de su arte respectivo, sino también los nobles fines de la beneficencia y la filantropía”. Lo que se da aquí, entonces, es una relación de tutelaje y subordinación económica, política, cultural y simbólica entre los capitalistas y “sus trabajadores”.

(Texto extraído de: Ángel Emilio Hidalgo, ‘El artesanado en Guayaquil. Gremios, sociedades artesanales y círculos obreros (1688-1925)’, Quito, Ministerio Coordinador de Patrimonio, 2011).

1. José Buenaventura Navas, Evolución social del obrero en Guayaquil, Guayaquil, Imprenta Guayaquil, 1920, p. 37.

2. Ibídem, p. 37.

3. Leonidas García, ‘La propiedad en su aspecto sociológico’, en Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria, Año V, Tomo VIII, No. 46 y 47, Quito, abril y mayo de 1906.

 

 

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