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Se conoce que en 1896 hubo otra iniciativa para generar energía eléctrica en el puerto

¡Hágase la luz!

¡Hágase la luz!
02 de agosto de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El crecimiento de las ciudades en el Ecuador en los siglos XIX y XX fue el resultado de un proceso lento de afirmación y constitución de las bases materiales de una paulatina modernización urbana que inicialmente incidió en el desarrollo de Quito, capital de la República, y Guayaquil, puerto principal y capital económica del país.

A pesar de la distancia que existía en cuanto a las condiciones urbanísticas de estas dos ciudades -con sus correspondientes demandas y necesidades cotidianas-, el servicio público de generación eléctrica se inició en Ecuador gracias a dos experimentos gestionados por terratenientes: uno en Milagro, en el Ingenio Valdez (1888), y otro en el convento de los jesuitas en Pifo, cerca de Quito, en fecha anterior a 1895. Según registra la historiadora María Antonieta Vásquez, inmuebles como la Botica Francesa y la casa de Manuel Jijón y Larrea, situada en la calle Sucre, en Quito, también recibieron en 1895 los beneficios del alumbrado eléctrico. En 1896, por su parte, se realizan pruebas de instalación del alumbrado público en Tulcán.

Claudio Mena Villamar, en su libro Ecuador a comienzos de siglo (Quito, 1995), refiere que en 1897 se constituyó la empresa Jijón Gangotena y Urrutia para la instalación del alumbrado público en la capital, con el apoyo del Concejo Municipal, haciendo uso de un dínamo movido por molinos que alcanzaba a generar un total de 60 KW. Este mecanismo funcionó, dentro de sus posibilidades, hasta que el 21 de marzo de 1899 se encendió un motor generador de luz y energía eléctrica para Quito.

En una ciudad tan apartada como Loja, la iniciativa de un grupo de ciudadanos fructificó en el establecimiento de la Sociedad Luz Eléctrica, el 23 de abril de 1897, bajo la dirección de Ramón Eguiguren como gerente y la asesoría técnica del ingeniero Alberto Rhor. La gestión realizada por esta sociedad culminó con la dotación del alumbrado eléctrico en Loja, a partir del 1 de abril de 1899. La satisfacción de los lojanos al recibir los adelantos de esta técnica fue tal que uno de sus hijos (firma Q.S.) compuso los siguientes versos: “¡Gloria al trabajo y a la industria! En lazo / Estrecho van camino de la vida / Él, extendido el poderoso brazo, / Ella, bañada en luz y sonreída”.

Mientras en Quito el servicio se instaló definitivamente en 1900 con la empresa La Eléctrica, en Guayaquil se dio, en 1895, el primer intento por establecer una empresa generadora de luz y fuerza eléctrica. Bajo la iniciativa de los empresarios Martín Reimberg, Manuel de Jesús Alvarado, Teodoro Alvarado y Ulpiano Bejarano se creó la Guayaquil General Electric Company y se trajo a técnicos extranjeros que intervinieron en los estudios de factibilidad para la implementación del servicio eléctrico en Guayaquil, en un año político clave como 1895, pues coincidió con el pronunciamiento del pueblo de Guayaquil que nombró Jefe Supremo de la República al general Eloy Alfaro Delgado, evento que marcó el inicio del más importante proceso de cambio sociopolítico para nuestro país (la Revolución Liberal).

La iniciativa de dotar de electricidad a Guayaquil no prosperó por razones desconocidas, ya que, al año siguiente, los guayaquileños seguían recibiendo el servicio de alumbrado a gas en los sectores céntricos, y la gran mayoría de la población se autoabastecía con las tradicionales velas de sebo.

Se conoce que en 1896 se generó otra iniciativa para generar energía eléctrica en el puerto, sin mayor éxito, con la intervención de The Ecuador General Electric Company, empresa  que provenía de Estados Unidos (estado de Maine) y cuyos apoderados en Ecuador eran los mismos directivos de la compañía Alvarado & Bejarano. Ese mismo año, las consecuencias producidas por el ‘Incendio Grande’ del 5 y 6 de octubre de 1896 que ocasionó severos daños a la morfología y topografía de la ciudad, fueron motivo para que el Cabildo expidiera ordenanzas de construcción y ornato público que insistían en la necesidad de minimizar los peligros que pudiesen provocar nuevos flagelos de considerables proporciones.

La desaparición física de más de un tercio de las construcciones de la ciudad motivó a las élites locales a diseñar una ‘nueva ciudad’ que respondiera a exigencias y parámetros modernos que, con el influjo de las medidas haussmanianas en la planificación de París y otras ciudades europeas, se imponían en un urbanismo caracterizado por la construcción de redes de interconexión zonificadas que dotaban a la ciudad de funcionalidad en el flujo y circulación de personas, animales y vehículos. Este impulso de inspiración modernizante movilizó a las élites políticas y económicas, quienes proyectaron -con la colaboración de ingenieros, arquitectos y planificadores extranjeros- la construcción de una ciudad moderna, en el contexto del desarrollo socioeconómico que vivía la ciudad puerto, como consecuencia del ‘segundo boom cacaotero’.

Una de las primeras iniciativas que se consideraron en la proyección utópica de esta ‘ciudad moderna’ fue la transformación de un espacio urbano arquitectónico construido con materiales de origen vernáculo (madera, caña, quincha) a otro de hormigón armado, con amplias y espaciosas avenidas, así como lugares de recreación y paseo (parques, plazas y bulevares). Dicho cambio general en la topografía de la ciudad implicaba también la necesidad de reemplazar los viejos y poco fiables sistemas de generación de alumbrado público (a gas y velas de sebo) por el sistema eléctrico que en esos momentos se constituía en la última invención, paulatinamente adoptada por un creciente número de ciudades en todo el mundo.

El proceso de modernización de la ciudad entroncó con un paulatino cambio cultural que se materializó en usos y prácticas cotidianas relacionadas con la presencia de la luz eléctrica en los espacios domésticos. Un anuncio de The Guayaquil General Electric Company que apareció en la prensa de Guayaquil, en 1895, exponía así las ventajas del alumbrado eléctrico, en comparación con los antiguos sistemas: “1.- Cuesta lo mismo o menos que el mejor gas; 2.- No tiene peligro de ningún género; 3.- Con reducido número de luces se obtiene gran claridad; 4.- La luz no destruye los dorados ni ataca los colores; 5.- Es incandescente y no produce calor; 6.- No produce olor alguno; 7.- No es nocivo para la salud; 8.- No exige el uso de fósforos para encenderlo; 9.- Embellece todo cuanto alumbra”.

A pesar de que en un primer momento solo los sectores céntricos de la ciudad recibieron el servicio de energía eléctrica, con el paso de los años se amplió la cobertura, por lo cual, sectores medios y populares pudieron disfrutar de los beneficios de este adelanto técnico industrial. (O)

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