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Hace 100 años hubo una prensa obrera

Hace 100 años hubo una prensa obrera
19 de mayo de 2013 - 00:00

La modernidad apareció como resultado de un proceso de cambios y transformaciones profundas que experimentó el mundo y particularmente Occidente, en lo material y en lo espiritual.

En nuestro país, la modernidad se incubó desde la segunda mitad del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, concretándose, con sus variadas formas y discursos culturales, expresiones, instituciones y prácticas sociales, en el siglo XX. Y un importante mecanismo de difusión del pensamiento moderno fue la creación de periódicos que aseguraron a sus creadores, un lugar en la vida pública. 

La modernidad es un modo de vida y un tipo de experiencia social, pero también es una sensibilidad de época. Hoy, cuando los efectos de la globalización y el predominio del mundo virtual desordenan la trama social, disgregan a los individuos y fracturan su inventiva, nos parece extraño que hace 100 años, una de las actividades más fructíferas que emprendían los actores culturales era la publicación de medios impresos. Y no sólo lo hacían los “pelucones”, sino también los obreros y artesanos ilustrados.

La finalidad que perseguían las sociedades obreras y artesanales al crear periódicos, era asegurar su participación en la esfera pública. En el caso de Guayaquil, tres ejemplos demuestran el interés que tuvieron los artesanos de propagar sus ideas a través de la prensa: la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso publicó “El Trabajador” (1880), la Sociedad Tipográfica de Auxilios Mutuos imprimió su periódico “El Obrero” (1890-1892), la Sociedad de Vivanderos alumbró “La Voz del Vivandero” (1898). A pesar de la corta vida de estos periódicos en la primera etapa del asociacionismo porteño, fueron tentativas plausibles de intervenir en un espacio público dominado por la Iglesia Católica y las facciones políticas de entonces: conservadores y liberales.

Con el paso del tiempo, aumentará el número de periódicos y órganos de difusión de los sectores populares trabajadores, cuando las sociedades y asociaciones logren capitalizarse, con la gestión de sus “cajas de ahorro” y el impulso de un mayor número de asociados.

Así, otras sociedades obreras y artesanales guayaquileñas que intervinieron en la actividad periodística, entre 1900 y 1920, fueron: Sociedad Unión de Panaderos con “El Obrero del Siglo” (1903 y 1913-1916); la Confederación Obrera del Guayas con “Confederación Obrera”  (1906-1909, 1913-1914, 1921 y 1923-1924) y “Acción Social” (1916-1918), este último, órgano promotor del II Congreso Obrero Ecuatoriano que se celebró en el puerto principal, en 1920; la Sociedad de Tipógrafos con “El Tipógrafo”, de aparición irregular (1907, 1909, 1911, 1912 y 1921) y la Sociedad Cosmopolita de Cacahueros Tomás Briones con su periódico “El Cacahuero” (1909, 1922 y 1923).

Mención aparte merece “La Aurora Social”, que luego se convirtió en “La Aurora”, revista ilustrada que se mantuvo por más de 30 años, gracias al entusiasmo y perseverancia de un grupo de tipógrafos liberales encabezado  por Agustín A. Freire.

A pesar de la intensa participación de los artesanos y obreros porteños en la prensa nacional, para la burguesía emergente, aquélla prácticamente no existía. Si revisamos las guías, álbumes y almanaques de Guayaquil, a principios del siglo XX, nos queda clara la ausencia casi total del artesanado y otros trabajadores populares de la ciudad. Localizamos, a modo de ejemplo, dos publicaciones que permiten observar la lógica de escamoteo y ocultamiento sistemático de los sectores populares que siempre tuvieron –y hasta hoy tienen- los voceros de la oligarquía y particularmente los historiadores “oficiales” de la ciudad: el “Almanaque de Guayaquil 1900” (1899) y la “Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República” (1909).

El “Almanaque de Guayaquil 1900” fue editado por el literato y periodista Manuel Gallegos Naranjo, un intelectual de clase media que se movió en los círculos letrados. Esta obra, destinada a celebrar el cambio de siglo, es una  guía comercial del puerto de Guayaquil que también incluye estadísticas y datos generales sobre historia y geografía del Ecuador.

En sus más de 200 páginas, resalta la nutrida presencia de agroexportadores, comerciantes, banqueros e importadores, con fotografías a página entera, de los exteriores de sus almacenes. Pero si revisamos el listado de los 112 avisos publicitarios que contiene el libro, únicamente encontramos a 13 artesanos con sus respectivos talleres: cuatro hojalateros (Melitón Alvear García, Tobías Castillo, E. P. León y Pedro Uquiza), tres sastres (Rafael Cajías, Juan Lombeida y Juan Méndez), tres talabarteros (J. Jáuregui, Manuel M. Valverde y José María Zambrano), dos zapateros (Belisario Hinojosa y Jaime Sala) y un panadero (Francisco Vera).
La distancia entre la ciudad imaginada por las élites y la ciudad real también subsiste en “El Ecuador.

Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República” (1909), libro publicado por la Compañía Guía del Ecuador. Se trata de un compendio ilustrado de los “principales” negocios, almacenes y fundos del país. Pero lo interesante de esta publicación es que, por primera vez, aparece un directorio de los artesanos de la provincia del Guayas, aunque son los hacendados, banqueros, importadores y grandes comerciantes quienes reciben un trato preferencial en fotografías y anuncios publicitarios.
En el recuento de los artesanos del Guayas, se incluye en la “Guía Comercial, Agrícola e Industrial de la República” a los abastecedores de carne de Guayaquil y Balzar; albañiles de Guayaquil, Chanduy, Santa Elena, Daule, Balzar y Colimes; alfareros, bauleros, caldereros de Guayaquil; carpinteros de Guayaquil, Chanduy, Yaguachi, Naranjito, Santa Elena, Manglaralto, Colonche, Daule, Balzar y Colimes; carroceros de Guayaquil; cigarreros de Guayaquil, Yaguachi y Balzar; cobreros, ebanistas, fundidores de Guayaquil; herreros de Guayaquil, Chanduy, Santa Elena, Manglaralto, Colonche, Daule, Balzar y Colimes; hojalateros de Guayaquil, Chanduy, Yaguachi, Milagro, Santa Elena, Daule, Balzar y Colimes; linotipistas, maquinistas de Guayaquil, matarifes de Guayaquil, Daule y Balzar; mecánicos de Guayaquil y Colimes; panaderos de Guayaquil, Chanduy, Yaguachi, Milagro, Naranjito, Santa Elena, Manglaralto, Daule y Balzar; peluqueros de Guayaquil, Yaguachi, Milagro, Naranjito, Daule, Balzar y Colimes; pintores de Guayaquil; plateros y joyeros de Guayaquil, Chanduy, Yaguachi, Milagro, Naranjito, Santa Elena, Manglaralto, Colonche, Daule, Balzar y Colimes; plomeros y gasfiteros de Guayaquil; relojeros de Guayaquil, Santa Elena, Manglaralto y Balzar; sastres de Guayaquil, Chanduy, Yaguachi, Milagro, Naranjito, Santa Elena, Manglaralto, Colonche, Daule, Balzar y Colimes; sombrereros de Guayaquil, Yaguachi, Milagro, Naranjito, Daule y Balzar; talabarteros de Guayaquil y Chanduy; talladores de Guayaquil; tipógrafos de Guayaquil; toneleros de Guayaquil y Balzar; torneros de Guayaquil, y zapateros de Guayaquil, Chanduy, Yaguachi, Milagro, Naranjito, Santa Elena, Manglaralto, Colonche, Daule y Balzar.      

Es evidente que, en 1909, el número de artesanos había aumentado en Guayaquil y también su representación social, lo que permitía que consigan anunciarse en publicaciones como la “Guía”, destinadas a un público burgués. Sin embargo, su inclusión no representa el volumen de una fuerza de trabajo que fue cardinal en el nacimiento y desarrollo de la ciudad moderna. Si a algún grupo debemos la construcción de la modernidad urbanística y arquitectónica de Guayaquil, es a los obreros y artesanos, quienes supieron organizarse e intervenir en la esfera pública, no solo por el apoyo que recibieron de la Revolución Alfarista, sino por su carácter rebelde y progresista, lo que les permitió formarse como ciudadanos y asumir un papel fundamental en las luchas sociales de su época.

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