Publicidad

Ecuador, 26 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

En 1843, Flores logra que se dicte una constitución que le otorga amplísimos poderes.

Guayaquil y la tentación federalista en el siglo XIX (II)

Guayaquil y la tentación federalista en el siglo XIX (II)
27 de abril de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Los sucesos políticos de 1833 y 1834 conocidos con el nombre de “revolución de los Chihuahuas”, incidieron en el repliegue de los diputados guayaquileños durante los cabildeos de la Asamblea Constituyente de 1835. La “revolución” fue liderada inicialmente por Vicente Rocafuerte, representante de la oligarquía porteña, quien se sumó a un levantamiento promovido por dos milicianos descontentos de la guarnición de Guayaquil: Pedro Mena y Agustín Alegría. Rocafuerte terminó desencantado por la violencia y temeridad de los “chihuahuas”, contrarrestó a sus antiguos colaboradores y se vio obligado a arreglar con Flores.

Esta aventura caudillista legitimó en el poder a Flores y ubicó a Rocafuerte en una situación comprometida. Pero los “chihuahuas” radicalizaron su posición y continuaron haciendo la guerra a Flores, para “ponerse a las órdenes del Jefe Supremo Valdivieso”.(1) Flores debió salir de Quito para enfrentar la guerra civil, y el 1º de septiembre de 1834, renunció a su cargo en Guayaquil. Los notables guayaquileños proclamaron Jefe Supremo del Departamento de Guayaquil a Vicente Rocafuerte y entregaron el mando del ejército al propio Flores. El venezolano volvió a pactar con los sectores oligárquicos costeños para enfrentar al general Isidoro Barriga y los “chihuahuas”.  

En 1843, Flores logra que se dicte una constitución que le otorga amplísimos poderes y le reconoce un mandato de ocho años, lo que levanta una furibunda oposición en todo el país. Esta constitución recuperó el reconocimiento de los tres distritos históricos (Quito, Guayas y Azuay), pero siguió rigiendo la división política administrativa de carácter provincial. El territorio ecuatoriano se dividía en provincias, cantones y parroquias.  

La relación entre el gobierno central y los poderes locales siempre fue muy  tensa, mucho más, si notamos la estructura de las relaciones de poder y los intentos por centralizar todos los aspectos de la administración pública, desde 1830.  Durante los primeros 45 años de historia republicana de este país (1830-1875), sus líderes buscaron un fortalecimiento del aparato burocrático estatal, en desmedro de las aspiraciones de las diferentes regiones del país.

El historiador Juan Maiguashca plantea que se dio un “proceso de penetración político-administrativa” del Estado,(2)  centrado “en dos debates que se dieron simultáneamente: el de unitaristas contra federalistas y el de centralistas contra descentralistas”.(3)  

Desde la visión municipalista, el Estado agrietó las bases que se sostenían en el viejo régimen de derecho público, restándoles atribuciones y subordinando a los alcaldes y jefes municipales, a la competencia de los gobernadores, que eran nombrados directamente por el Presidente de la República.

Desde la óptica centralista, en cambio, los municipios representaban un lastre del estado colonial que había que superar, a través de su sometimiento a la primacía del poder ejecutivo. Por eso es que políticos de mentalidad conservadora como Juan José Flores, Vicente Rocafuerte y Gabriel García Moreno, van a justificar medidas centralistas, acogiéndose a la necesidad de fortalecer el modelo de estado unitario: “El Gobierno investido de la confianza nacional, ha establecido, y puede decirse sin jactancia, el imperio de la ley: a esta nadie rehúsa obedecer, porque la mayoría de los ciudadanos se deja conducir dócilmente hacia los objetos de la moral, y trabaja con solicitud por alcanzar los goces que el patriotismo y civilización engendran en las sociedades regidas por la sana filosofía…”.(4)

Pero las aspiraciones federalistas de Guayaquil y otras zonas del país como Azuay, Loja y Manabí se expresaban aisladamente, bajo diversos matices y cuando existían condiciones para que las élites regionales pudieran sentarse a negociar.  Tres son los momentos claves en que  las coyunturas políticas movilizaron las agendas regionales: la revolución marcista de 1845, la crisis nacional de 1859-1861 y la campaña de restauración contra Veintimilla (1883-1884).

1. Francisco X. Aguirre Abad, Bosquejo histórico de la República del Ecuador, Guayaquil, Corporación de Estudios y Publicaciones, 1972, p. 283.
2. Juan Maiguashca, Historia y región en el Ecuador: 1830-1930, Quito, Corporación Editora Nacional/FLACSO/CERLAC, 1994, pp. 360-372.
3.  Ibídem, p. 360.
4. Exposición que dirige al Congreso del Ecuador en 1841, el Ministro de Estado en los despachos del Interior y Relaciones Exteriores, Quito, Imprenta de Alvarado, 1841, p. 1.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media