La principal medida que se ha implementado es la recuperación del estero salado
Guayaquil y el turismo ecológico
Hace algunas décadas palpamos que el puerto de Guayaquil ha crecido a espaldas de sus fuentes acuáticas y no ha sabido aprovechar sus recursos naturales. En la década del sesenta del siglo pasado, la ciudad perdió el nexo cotidiano con el puerto y, de esta forma, muchas prácticas cotidianas se modificaron para siempre. En los setenta la ciudad creció desorbitantemente como resultado de las migraciones y las administraciones municipales no pudieron resolver el fenómeno de las “invasiones”, lo que provocó un verdadero desastre ecológico, pues muchos esteros se rellenaron con cascajo y surgieron, de la noche a la mañana, enormes “ghettos” y sectores carentes de los mínimos servicios básicos.
Estos días, en que los medios de comunicación con sus periodistas y editorialistas se deshacen en elogios al Guayaquil juliano, o sea, a una ciudad “fresa” y sin conflictos que solo existe en su imaginación, vale preguntarse, por ejemplo, de qué manera construimos un modelo alternativo de ciudad; es decir, uno que privilegie a la ciudadanía y sus derechos, por encima de la imposición del hierro y el cemento, ya que, en la actualidad Guayaquil es una urbe más segmentada, inequitativa y desigual que hace medio siglo, proceso que se ha profundizado en los últimos 25 años.
En esa misma línea valdría preguntarse por aquello que se requiere para convertir a Guayaquil en un destino ecológico, cultural y sobre todo, humano, lo cual tiene que ver con las políticas de gobernanza, en relación a las prioridades que cada administración municipal establece en su territorio. Por ejemplo, ¿por qué el proceso de modificación física de la llamada “regeneración urbana” ha privilegiado los barrios céntricos de la ciudad a los barrios periféricos?, ¿existen ciudadanos de primera, segunda y tercera clase en Guayaquil?
El Guayaquil del futuro
Estas y otras inquietudes siempre vuelven, sobre todo cuando intuimos que otra visión de ciudad es posible, más allá de los habituales clientelismos. Pero, ¿cómo imaginamos el Guayaquil del futuro?... ¿Acaso como la ciudad del consumo, de las moles grises de cemento, del predominio del valor de cambio sobre el valor de uso? ¿O quizá como una ciudad responsable y amigable con la naturaleza, incluyente y democrática en la ocupación del espacio público, tolerante con el que piensa o se expresa de manera diferente?
Ya es hora de que frente a la concepción de una ciudad-objeto, sin alma, que se impone a los ciudadanos -quienes al parecer aceptan, sin ninguna crítica, las decisiones municipales-, se creen proyectos que incorporen las aspiraciones reales de la ciudadanía, como la necesidad de convertir a Guayaquil en una ciudad menos insegura, más participativa, más ecológica. Por esta razón, no podemos ocultar nuestra simpatía por las iniciativas y concreciones del proyecto “Guayaquil Ecológico”, destinadas a recobrar el espacio público, a partir de la interacción del ser humano con la naturaleza.
La principal medida que se ha implementado y que, sin duda, tiene mayor impacto, es la recuperación del Estero Salado. En los ramales del sector sur ya se puede nadar y disfrutar de sus aguas, sin ningún peligro de contaminación. Esta es una gran noticia para Guayaquil porque hace décadas pensábamos que el estero ya se había “perdido” y nadie hizo nada por remediar la situación. Sin embargo, una indeclinable decisión política está demostrando que sí es posible contar con una entrada de mar que le asegure a los guayaquileños un “buen vivir”, basado en un entorno saludable, lo que constituye una verdadera garantía para las futuras generaciones. Lo mismo podemos decir de la reconstitución del espacio público, al pie de los esteros que circundan Guayaquil por el suroeste.
A más de ello, la construcción del Parque Samanes, más que una obra en progreso, ya es un extraordinario atractivo turístico para la ciudad y el país, sobre todo con la visita del papa Francisco, lo que se suma a las variadas atracciones que el parque ofrece a deportistas, caminantes y amantes de la naturaleza.
Pero el “combo” turístico-ecológico estaría completo con la incorporación del circuito fluvial en la vida del puerto. El río Guayas no solo es el mayor símbolo territorial de la ciudad, sino una fuente de recursos destinada a generar servicios en el ámbito turístico. Por ello, el proyecto de desarrollar un corredor fluvial entre el Parque Histórico Guayaquil, la Isla Santay y la antigua estación del Ferrocarril del Sur, en Durán, es una iniciativa encomiable que debe concretarse a la brevedad posible. Esta infraestructura no solo atraerá el turismo nacional y extranjero, sino que redundará en una mayor conectividad entre los cantones de Guayaquil, Samborondón y Durán, robusteciendo sus lazos históricos y propiciando nuevos sentidos de ciudadanía y pertenencia colectiva, vinculados a la historia natural, cultural y económica de los pueblos de la cuenca del río Guayas.