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Guayaquil, siempre puerto

Guayaquil, siempre puerto
18 de agosto de 2013 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Hay procesos en la historia que cambian, mutan y se transforman, en distintos ritmos y temporalidades. La estructura material de las sociedades cabe en este orden. Se trata de órdenes sociales que no son impuestos por gobiernos ni autoridades; en realidad, se entretejen en la trama de la interacción humana.

El destino portuario de Guayaquil es un ejemplo de cómo una sociedad se constituye, con sus rasgos particulares, a través del tiempo. Sociedad abierta y mercantil, que a lo largo de su historia ha buscado referentes mirando hacia afuera, sin dejar de pensar en la nación.

Y es, precisamente, por su condición de puerto, que han salido de Guayaquil los procesos libertarios que recuerda nuestra historia: la independencia (1820), donde la principal ruptura no solo es política, sino también económica, cuando se incorpora al mundo: “El comercio será libre por mar y tierra con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro gobierno” (Reglamento Provisorio de Gobierno, artículo 3). De esta forma, Guayaquil consolida su destino mercantil, abriéndose al capitalismo.

En la Revolución Liberal (1895), el puerto es un hervidero de ideas y el espacio social que concentra un proyecto nacional de modernidad política, económica y cultural. Nuevamente, su condición de puerto incide en la conformación de una sociedad moderna y liberal. Aquí no solo aparece la banca y el empresariado; también se genera un comercio mediano y se fortalece una economía popular de larga data, especialmente por la intervención de emergentes sectores urbanos que se organizan e incorporan en la esfera pública. De ellos, los artesanos y obreros son los más proactivos, pues crean sociedades mutuales, construyen escuelas, bibliotecas populares y cajas de ahorro.

Esa semilla de organización popular da sus primeros frutos en la década del veinte del siglo pasado, cuando en medio de la crisis económica por la caída del precio del cacao ecuatoriano en el mercado internacional, los obreros de Guayaquil se declaran en huelga (1922), como resultado de un incipiente pero decisivo proceso de empoderamiento político que se fragua en el puerto. El sociólogo Alexei Páez, en su libro “El anarquismo en el Ecuador”, nos habla de la “formación de malecón” que se aseguraron los primeros militantes de izquierda en el país. Solo en una ciudad portuaria como Guayaquil habría sido posible alcanzar una movilización como la magnitud que tuvo la huelga general de los trabajadores, acallada a mansalva el 15 de noviembre de 1922.

La condición portuaria ha marcado para siempre nuestra identidad. Es una huella social que define un modo de ser único y distinto, a la vez. Por eso, Guayaquil tiene “aires” que comparte con todos los puertos del mundo; pero también dinámicas propias que reproducen sociabilidades que únicamente aquí pueden concebirse.

A pesar de que en la década del sesenta se construyó un nuevo puerto en la confluencia del Estero Salado y el Canal de la Travesía; es decir, a apreciable distancia de lo que entonces eran los límites de la ciudad, su presencia significó, a la postre, la formación de nuevos polos de desarrollo urbano como los Guasmos y las ciudadelas del sur.  Aunque se perdió el contacto diario de los transeúntes con el histórico puerto emplazado en la ría, la ciudad jamás dejó de asumir su destino portuario. Poetas y músicos de todos los lares siguieron cantándole al “puerto abrigado” (Chabuca Granda y Carlos Rubira Infante), a ese “pórtico de oro” que describió el laureado Pablo Hanníbal Vela, “dándose al mundo” y abriendo las puertas de su casa para que entren todos.

Más cerca o más lejos de la ciudad de Olmedo, el puerto seguirá siendo un referente que marca nuestra identidad. Por entorno y geografía, pero sobre todo por historia, la ciudad y el puerto son dos realidades inseparables. Una metáfora de Fernand Braudel, acaso el historiador más influyente del siglo XX, me sirve como colofón para graficar esta simbiosis: el tiempo para el historiador es “como la tierra a la pala del jardinero”. Guayaquil y el puerto, la tierra y la pala…

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