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¡Guayaquil por la Patria! (I parte)

¡Guayaquil por la Patria! (I parte)
06 de octubre de 2013 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

No hay fecha histórica que sea más importante para los guayaquileños que el 9 de octubre de 1820. Es el día “patrio” por antonomasia, el acontecimiento al que siempre se alude en los discursos que encienden el sentimiento de la “guayaquileñidad”, pues representa, en la memoria histórica y social de los porteños, el hecho y proceso que blande su carácter “valiente”, tallado en “madera de guerrero”, como indica la letra de una canción popular.

El 9 de octubre es una fecha que trasciende el interés de los estudiosos de las sociedades del pasado. Políticos, funcionarios públicos, periodistas, escritores y actores suelen hablar de esta fecha con especial atención, ensalzando las glorias de una ciudad mercantil, cuyas lógicas de acumulación del capital aún prevalecen en la configuración de su trama socioeconómica, 200 años después de su emancipación política, cuando se convirtió en la primera ciudad del actual Ecuador en declarar su independencia del dominio español.

Los principales componentes de un discurso localista que siempre engrandeció sus símbolos, se nutrieron del recuerdo de la “aurora gloriosa” del 9 de octubre de 1820. Ese día, un puñado de “notables” consumó el plan que habían diseñado el 1º de octubre, cuando prepararon la “fragua de Vulcano”; es decir, la conspiración para deponer a las autoridades españolas y proclamar un gobierno independiente.

La memoria de esos acontecimientos fue recogida por tres testigos presenciales, quienes se convirtieron, sin quererlo, en los primeros historiadores del proceso independentista guayaquileño. Uno de esos relatos fue escrito por José de Villamil, marino luisianés que participó activamente en el movimiento y luego del triunfo de los patriotas se trasladó al Perú para darle la buena nueva al general San Martín.

El 9 de octubre es una fecha que trasciende el interés de los estudiosos de las sociedades del pasado

 

Años después, historiadores, literatos y cronistas recogerían documentos e información oral de los sobrevivientes del evento, fabricando sus propias explicaciones, unas más “científicas” que otras, pero ufanadas en acceder de manera indirecta a un pasado digno de ser recordado.

Respecto al proceso en sí, hay un aspecto fundamental en relación al destino que tuvo la Provincia Libre de Guayaquil (1820-1822). Y es la posición de José Joaquín de Olmedo y los directivos del gobierno porteño para entender el meollo del proyecto político de los actores del 9 de octubre.

Leamos la respuesta que Olmedo le envía a José Mires, delegado del Libertador, en febrero de 1821, cuando éste insinúa la posibilidad de que Guayaquil sea incorporada a Colombia: “Desde los principios hemos conocido que esta pequeña provincia, por su pequeña extensión, por su corta población, por la escasez de luces, por el atraso lamentable de la agricultura y las artes, no puede ni debe ser un Estado independiente y aislado […] Por tanto en el Reglamento de Gobierno aprobado por la Junta General de la Provincia como una Constitución provisoria […] se ha declarado esta provincia en libertad de agregarse a cualquiera grande asociación que le convenga de las que han de formarse en la América meridional”.

Aquí se evidencian dos cosas principales: 1. Que Olmedo era consciente de que Guayaquil no podía mantener, por sí sola, un proyecto de ciudad-estado independiente a largo plazo; y 2. Que los dirigentes de la revolución octubrina esperaban el momento propicio para que pudiera formarse una nueva entidad que le conviniera a sus intereses geopolíticos y estratégicos.

Y esa “asociación”, evidentemente no era Colombia ni Perú, sino una formada con Quito y Cuenca, por una sencilla razón: Guayaquil sabía que en un posible Estado conformado por las provincias de la ex Audiencia de Quito, su condición portuaria no tendría rival, pues no competiría con Buenaventura o El Callao.

Pero hay un motivo más fuerte para creer que los líderes guayaquileños acariciaban la posibilidad de una unión duradera con sus vecinos de los Andes: en noviembre de 1820, a pocos días de declararse independiente, Guayaquil había organizado una escuadra, bautizándola con el nombre de División Protectora de Quito, con la única finalidad de liberar a la Sierra.

(Texto extraído de: Ángel Emilio Hidalgo, “El 9 de octubre de 1820 y Guayaquil independiente: proceso histórico y trascendencia”, en Carlos Calderón Chico (editor), “Guayaquil en la historia. Una visión crítica 1820-2009”).

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