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Muy gráficos son los relatos de viajes que hablan del modo de ser de los guayaquileños

Guayaquil: Cultura y sociedad en el trópico

Guayaquil: Cultura y sociedad en el trópico
13 de septiembre de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

La cultura guayaquileña es corolario, a la par, de prácticas y discursos que nos hablan de una ciudad diversa, que hay que entenderla en función de sus múltiples actores, procesos, espacios y tiempos sociales. Hábiles negociantes y acostumbrados al trato mercantil, los guayaquileños poseían una mentalidad liberal que se hacía presente en cada momento. Por ejemplo, cuando las mujeres que vestían según la moda de Lima eran reprendidas por el cura párroco -debido a la exageración y peligro de pasar como “escandalosas y provocativas”-, no dudaban en recoger sus fastos. Lo cual, no necesariamente era signo de “docilidad”, como comenta el jesuita Mario Cicala (1770),[1] sino más bien una estratégica forma de adaptarse a las condiciones que imponía la autoridad eclesiástica. Y es que en sus hábitos cotidianos el guayaquileño y la guayaquileña eran dignos hijos de la prodigalidad tropical y la amplitud que les ofrecía el medio para satisfacer sus necesidades.

En la mesa y en el lecho actuaban como lo que eran: sibaritas y epicúreos. Tuvieren o no riqueza, solían rodearse de alguna comodidad. En todas las casas de Guayaquil abundaban las hamacas, en número de tres o cuatro, donde todos los miembros de la familia se dedicaban a un sinnúmero de actividades. En ese fresco y cómodo mueble de origen indígena, charlaban, realizaban la siesta y se entregaban al amor.  

Muy gráficos son los relatos de viaje que hablan del modo de ser de los guayaquileños y particularmente de las porteñas, sobre quienes aplaudían su desbordante sensualidad cuando, en mágico embeleso, se balanceaban en las hamacas: “la cómoda lasitud que dan los ardores equinocciales y aquella dejadez que en vano se busca en las mesetas de las cordilleras, aparecen en las ciudades que abrasa el sol tropical. Allí se mecen todo el día las mujeres en sus movibles lechos, reciben sus visitas en hamacas que en lugar de sillas ofrecen a los visitantes”.[2]

La sociedad guayaquileña se caracterizó, históricamente, por su permeabilidad y apertura hacia formas distintivas de un modo de ser tropical, abierto a los cambios y recipiendario de una tradición mercantil que le obligó a tomar conciencia de su destino histórico. Sin pretender señalar “tipos ideales” ni ideas esencialistas sobre la formación social guayaquileña, podemos afirmar que ésta se inscribe en lo que Carlos M. Rama llama “sociedades abiertas de tipo capitalista”, en referencia a las estructuras socioeconómicas predominantes.  

Y aunque lo sociocultural no es resultado de lo económico, la experiencia histórica nos demuestra que las relaciones marcadas por el mercado ordenan un modo de vida que incide en la configuración de sociabilidades abiertas, vinculadas a la influencia externa. Así lo observaron visitantes europeos del siglo XVIII, como Jorge Juan y Antonio de Ulloa, cuando escribieron que “el comercio la tiene siempre llena de gente forastera, y ésta aumenta mucho la de su vecindario”.[3]

Fuentes de cronistas e historiadores del pasado nos hablan de un denso mulataje y mestizaje que atraviesan las distintas formas culturales de la cotidianidad guayaquileña, como el baile, la fiesta y la música. Así comentaba el viajero estadounidense Adrian Terry (1832), al respecto: “A menudo he presenciado estos bailes vernáculos, que son muy divertidos y sobrepasan cualquier descripción. Se forma un círculo, a veces al aire libre, pero más frecuentemente en una sala. Un violín y una guitarra son todos los instrumentos; dos o más mujeres acompañan la música cantando en voz alta y chillona en un tono monótono mientras marcan el tiempo golpeando en una puerta o una mesa con las manos o con palos; mientras más ruido hay mayor es el movimiento”.   

Por ello, no podemos hablar de rasgos esencialistas en la cultura e identidad porteñas, sino de la coexistencia de múltiples influencias que condicionan sociabilidades híbridas, a través de los siglos, lo que define los principales rasgos socioculturales de Guayaquil.

[1] Mario Cicala, Descripción histórico-topográfica de la Provincia de Quito de la Compañía de Jesús, Tomo I, Quito, Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, 2008, p. 587.

2 Alcides D´Orbigny, “Viajes a las dos Américas” (1829), en José Antonio Gómez Iturralde y Guillermo Arosemena, Guayaquil y el río: una relación secular, 1767-1844, Colección Guayaquil y el Río, Vol. II, Guayaquil, Archivo Histórico del Guayas, 1997, p. 144.

3 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Noticias secretas de América, Madrid, Ediciones Turner, s.f. (1826).

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