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Francisco Rivera, el tallador de los nombres que pasaron a la eternidad

El trabajo que realiza este artesano demanda de mucha precisión y muy buen pulso.
El trabajo que realiza este artesano demanda de mucha precisión y muy buen pulso.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
20 de abril de 2017 - 00:00 - Jéfferson Sandoval Guerrero, estudiante de Facso

Pocos seres humanos están preparados para afrontar la muerte de un familiar. Quienes lo hacen son aquellos cuyos seres queridos padecen enfermedades incurables. Así lo cuenta Francisco Rivera, quien desde hace 40 años se dedica a taller los nombres de los difuntos en las lápidas que luego van al cementerio. Pero no solo talla nombres y apellidos sino que también escribe leyendas y hasta le ha tocado elaborar escudos de equipos de fútbol. Todo a gusto del cliente.

A la actividad llegó a los 16 años de edad. Su padre lo llevó para que aprendiera el oficio. Y aunque en esa época no existían las herramientas que hoy se utilizan, igual se la jugó y aprendió el arte, cuando las impresiones se hacían a pulso. 

“Es decir, se daban pequeños golpes perpendiculares con un combo y un cincel, donde además el pulso jugaba un rol importante”.

Ahora ejerce la marmolería en su local ubicado en las calles Machala y Piedrahíta (muy cerca del cementerio), allí donde todas las paredes y espacios son blancos y no porque fueron pintados, sino por el esmerilado con que cubrió cada rincón del taller. Este artesano de 56 años asegura que su trabajo se inicia cuando  consigue el mármol. Su proveedor siempre le trae el italiano, pero  cuenta también que existe el nacional y el griego. El producto ecuatoriano no le agrada por su dureza. Luego le pone pintura de caucho blanco para dibujar sobre él y que no se borre. De ahí con la pistola de aire taladra y le da forma. Se lija y se pinta según el gusto de los deudos o de quien pague el trabajo.

Entre los materiales que utiliza están el compresor y el martillo de neumático heredado de su papá. Cuando el compresor bombea aire se realizan pequeñas puntadas como si fuera un taladro.

Gustos y diseños

Los precios de las lápidas varían según lo que se desea tallar en ellas. Solo con frases y nombres pueden  costar $ 170. Sin embargo, el precio puede subir si los clientes solicitan imágenes. Ahí puede llegar a $ 500.  Algunas personas insertan hasta 5 figuras dentro del cuadro.

Lo pedido por los clientes son imágenes religiosas, como la cruz, el Cristo crucificado, la Virgen María, seguidos de frases reconfortantes sacadas de la Biblia. No obstante, los fanáticos de los equipos del Astillero no se quedan atrás y también eligen plasmar sus escudos.

Así lo reconoce Patricio Lucero, quien hace 2 meses pidió que le tallasen la lápida a su padre.

“Recuerdo que cuando lo sepultamos hace 5 años hicimos un diseño sobre lienzo que pegamos en su tumba. Luego,  junto a mis hermanos, decidimos que como era emelecista se elabore el escudo de Emelec en su lápida. El trabajo costó más de $ 400, pero fue de mucha calidad”.

Juan Villavicencio, de 53 años, ayuda a Rivera en el lijado, desde hace 2 meses. Relata que una lápida solo con frases y nombres de la persona demanda por lo regular 2 días de trabajo, pero si es personalizada, con figuras o fotos, puede tardar  más de una semana.  

Rivera, por lo general, suele tallar entre 3 y 4 lápidas al mes debido al invierno, aunque cuando llega el Día de la Madre, del Padre o de Difuntos, este número se quintuplica.

“Trabajo hay todos los meses del año, pero para el Día de las Madres, que ya está cerca, se incrementa.  Las familias se reúnen y deciden ponerle una lápida bonita. Muchas veces con leyendas o con su rostro”.

En menor cantidad llegan a su negocio durante el Día del Padre o Difuntos.  

Al consultársele si está en capacidad de elaborar una escultura dice que no es su especialidad, pero que su padre sí se atrevía a realizar este tipo de trabajos. Por amor a su progenitor lo inmortalizó en una pequeña escultura que está estratégicamente ubicada en su local.

Los recuerdos más añorados se plasmaron en dos lápidas, una que contenía el mar, un barco, montañas, dos avionetas y el sol. “Era una obra de arte. No recuerdo el nombre del fallecido, pero si no era piloto de avioneta, era alguien a quien le agradaban los paisajes. Fue un trabajo muy minucioso por el número de elementos que tenía”.

La otra lápida que no olvida es la que elaboró a los familiares del exjugador Otilino Tenorio, quien falleció en un accidente de tránsito en el 2005. “Ese trabajo tuvo especial connotación porque se trataba de un personaje público y, como tal, la lápida fabricada iba a tener mayor exposición”.

Su local ya tiene más de 19 años en ese lugar, pero su profesión va más allá de ello porque su abuelo en un pequeño taller en la ciudad de Quito, en el Parque de La Carolina comenzó este noble oficio.

Ahora su hijo, de 14 años, es quien siempre va a ayudarlo y, como él dice, admira su obra, pero también le sugiere si alguna no es de su agrado.

En las calles los transeúntes se detienen en el local; algunos lo hacen para consultar precios; otros solo para observar cómo forma los nombres o ver la precisión con la que trabaja. Joaquín Castro, de 39 años, quien transita por el sitio, se detiene a preguntar cuánto cuesta una lápida con el nombre y un ángel. Cuenta que su padre está próximo a cumplir 4 años de fallecido y que quiere proponerles a sus hermanos hacer tallar una lápida.

“El trabajo me gusta porque es de calidad y porque quiero que quede grabado el recuerdo”. (I) 

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