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En Guayaquil conviven realidades sociales urbanas que determinan rasgos característicos

Fenomenología de la ‘música sabrosa’

Fenomenología de la ‘música sabrosa’
31 de mayo de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Guayaquil es una ciudad imaginada que se inventa permanentemente, un puerto recreado por imagineros, cronistas y escritores; pero también por todos nosotros, cuando atravesamos calles, plazas, malecones, lugares que nos remiten a una historia personal (la ‘ciudad del recuerdo’) y a una historia compartida (la ‘ciudad imaginada’).     

En Guayaquil conviven muchas realidades sociales urbanas que determinan rasgos característicos de los incontables ‘guayaquiles’ que existen: la ciudad del comercio, la lujuria, la ciudad de la rumba, la ciudad del fútbol, la ciudad del cangrejo, de la guatita, del encebollado… Esas ciudades se pueblan y cobran sentido con hábitos cotidianos como tomar el bus de la metrovía y dirigirnos a la Bahía, caminar por las calles ‘regeneradas’ del centro, sumergirnos en la espontaneidad del mercado informal, negociar y regatear.

Una urbe de mezclas

En una ciudad como Guayaquil, culturalmente híbrida, mestiza, pero con un fuerte componente afro, es imposible desligar, desunir y separar los engranajes invisibles de un modo de ser tropical que nos identifica, nos caracteriza y, de algún modo, nos constituye como sujetos ‘tropicales’.

Somos ‘tropicales’, sobre todo en la música: gozamos los ritmos, pero sobre todo, bailamos, bailamos y bailamos. Bailando polcas, mazurcas o aires criollos, los antiguos porteños siempre reservaron energías para mover el esqueleto. Las mujeres eran ilustres solistas de piano, violín, arpa y mandolina. Pero en la calle se vivía la rumba africana: “Quiero hablar de los bailes, según la moda del pueblo, con los cuales celebran las fiestas de día y de noche, en las calles, plazas, etc. Estos divertimientos se hacen también en ciertas casas particulares y les acompañan con correspondientes canciones y grito agudo y discordante, con tamborileo y batimento de manos: es difícil soportar tal bulla para quien no está acostumbrado a los usos africanos, de donde vienen esas turbulentas diversiones” (Ariel Victoriano Brandin, 1826).

Este viajero europeo del siglo XIX halló algo diferente en estas tierras: la sociabilidad de la calle, el portal y la plaza. Es decir, la tropicalidad de los cuerpos que se movían y siguen moviéndose al compás de los cueros. Sobre todo las mujeres, que “mueven sus caderas como los cañaverales”, como decía el sonero Piper Pimienta Díaz, refiriéndose a las caleñas.

Y es que la historia de la música sabrosa siempre se ha escrito desde la subalternidad. Lo corrobora el viajero del siglo XIX y también lo cuenta el historiador y novelista Alfredo Pareja Diezcanseco, cien años después, en su novela ‘Baldomera’, cuando habla de esos oscuros callejones del arrabal guayaquileño donde se oía el rumor de la rumba. La estética, poética y erótica de los bailadores de las sonoridades criollas y africanas, era diferente a la burguesa de los grandes salones, al estilo francés: su modo de sentir el ritmo era (y es) a través de la síncopa: no importan las líneas melódicas ni el compás perfecto, sino, el golpe presuroso de los tambores que hacen que los cuerpos se acerquen y la respiración se entrecorte.

Desde fines de los años veinte, Guayaquil, “el último puerto del Caribe” –apelativo impuesto por el escritor cubano Luis Suardíaz- se encontró con la música popular cubana. El son, la rumba, la conga y la guaracha se escucharon, desde 1930, en las radios de la ciudad. En la década del cuarenta llegó la etapa del mambo y la guaracha, el primero, ritmo y baile atrevido y exótico inventado en 1938 por Orestes López, con la creación del danzón ‘Mambo’ y popularizado internacionalmente por la Orquesta de Dámaso Pérez Prado, y el segundo, género intermedio entre el son y la rumba y emparentado en Cuba con la ópera bufa. Pero el primer ritmo cubano que arrasó en Guayaquil fue el bolero, pues desde el inicio hubo una gran cantidad de público y seguidores.

Las calles con mucho son

En la década del cincuenta, con el auge de las películas mexicanas, el mambo y el chachachá se difundieron, especialmente en las populares Radio América, Radio Cenit, Radio Cóndor y Radio Ortiz. Ya para esa época, en la calle guayaquileña retumbaban los sones, los boleros y las guarachas de la Sonora Matancera, Benny Moré y Rolando La Serie. Después, vendrá Cortijo y su Combo, la plena y la bomba puertorriqueña trasladada a las ciudades. También entraron con fuerza el porro, la cumbia, el merengue dominicano con el músico catalán Xavier Cugat (su tema ‘A bailar merengue’ interpretado por el boricua Vitín Avilés fue un verdadero éxito en Guayaquil) y Ángel Viloria con su Conjunto Típico Cibaeño; el vallenato, conocido entonces como paseo o paseíto, el merecumbé y otros ritmos caribeños que prepararon la llegada de la salsa, a fines de los años sesenta, cuando el exfutbolista Miguel ‘Cortijo’ Bustamante empezó a transmitir desde Radio Mambo, en 1969, el primer programa del ‘sonido Nueva York’ que se escuchó en Ecuador. (O)

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