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Las primeras grabaciones que se han conservado datan de 1911-1912

En torno a nuestra música popular

En torno a nuestra música popular
17 de mayo de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Los orígenes de la música popular guayaquileña hay que buscarlos en los pregones coloniales, que eran las noticias difundidas a voz en cuello entre el vecindario, cuando las autoridades querían dar a conocer sus disposiciones. En el siglo XVII se pregonaba a ‘son de cajas’ y a ‘voz de pregonero’, y el timbre y entonación variaban según las características vocales del personaje. Por lo general, este oficio era practicado por negros, mulatos e indios costeños.

Por supuesto, había la música religiosa que se cantaba en las iglesias (con o sin órgano), principalmente interpretada por indios ladinos. Pero lo decisivo para el surgimiento de la música popular fue el aporte que hicieron los africanos y sus descendientes, a través de su danza, música y bailes, especialmente en las fiestas ‘de tabla’ como el Corpus Christi y la Virgen del Rosario, cuya cofradía ‘de los morenos’ era la más importante de Guayaquil.

Las actas del Cabildo colonial registran la presencia de música y danza de origen africano en las festividades religiosas durante los siglos XVII y XVIII. Pero muchas de esas fiestas terminaban en algazaras y desborde popular, lo que resultaba peligroso para el mantenimiento del orden colonial establecido. Por eso, en 1728 se prohibieron las danzas de ‘mojigangas’ en las procesiones del Corpus Christi guayaquileño. Las mojigangas eran una variante del ‘teatro de los negros’, pues allí los danzantes se disfrazaban de ‘diablicos’ y ‘gurufaes’, realizando contorsiones y agresivos movimientos de imitación y burla, al son de cajas, cencerros y tambores. De profundas resonancias en toda América Latina, este ritual de sincretismo mítico es conocido en el Perú con el nombre de ‘son de los diablos’, ‘baile de los diablos’ en Venezuela, fiesta de los ‘vejigantes’ en Puerto Rico y ‘congos de Portobelo’ en Panamá.

En nuestro país, las mojigangas se perdieron, aunque una posible variante ha sido recuperada en Jujan (Guayas): la ‘fiesta de los mojigos’ que se celebra cada 28 de agosto, en homenaje a San Agustín. Pero la música de los negros de la cuenca del Guayas no ha podido llegar a nuestros días, sino transformada en complejas hibridaciones, en las células rítmicas y armónicas de los aires montubios, el otro gran tronco de la música costeña.

La música montubia es el resultado de un largo proceso de asimilación, mezcla y reproducción de sonoridades africanas, indígenas y europeas. A inicios del siglo XIX, los bailes criollos más cultivados en Guayaquil fueron el amorfino, el alza y el costillar. Según el folclorista Wilman Ordóñez Iturralde, el ‘alza que te han visto’ es originaria de Austria, aunque fue trasplantada a América, al igual que el ‘gato rabón’ y la ‘puerca raspada’. No obstante, hacia 1850, en los círculos de la alta sociedad guayaquileña, las danzas criollas fueron reemplazadas por la polca, el vals y la cuadrilla. Así lo observó en sus crónicas el viajero polaco Alexandre Holinski, quien en 1851 describió el baile del alza, ‘antaño muy de moda’, en estos términos: “se ejecuta con un pañuelo en la mano y con acompañamiento de palabras cantadas”.

La música de salón que se bailaba en Guayaquil durante el siglo XIX estaba compuesta por danzas, mazurcas, polcas, valses y redowas. A mediados de siglo había bailes de suscripción que organizaban señoras de la burguesía guayaquileña para ejercitarse y danzar la mazurca y la redowa. En 1852, el viajero francés Onffroy de Thouron comentaba: “en la buena sociedad se baila como en Europa; pero, el pueblo ha conservado el uso del zapateo y de la zamacueca, que son bailes nacionales, y se excita con las diversiones de una música ruidosa, aguardiente y guarapo”. Esa música ruidosa no era otra que la montubia, ejecutada ‘a golpe e tierra’ y en parejas sueltas, a diferencia de ritmos de salón considerados elegantes, como el vals, que se bailaba ‘agarrado’.  

El tipo de instrumentación utilizada era otro factor de diferenciación social en el siglo XIX. Mientras que la burguesía prefería tocar arpa, violín y clavicordio (después piano), los sectores populares pasaban sus horas libres rasgueando la guitarra. En 1851, Holinski observaba que “la guitarra, símbolo de la vieja galantería española, ha sido olvidada en los círculos de moda”. Pero no entre los artesanos, pequeños comerciantes y otros trabajadores urbanos, especialmente bohemios e improvisadores de serenatas.

El desarrollo de la guitarrística nacional está relacionado con la formación de géneros musicales urbanos como el pasillo y el vals criollo. En la Costa se cultivó un tipo de pasillo ‘valseado’, más rápido que el pasillo serrano que tiene acentos de yaraví. Aunque realmente no se sabe cuándo llegó el pasillo (que es de origen colombiano) a Guayaquil, ya era un ritmo escuchado a inicios del siglo XX.

Las primeras grabaciones que se han conservado datan de 1911-1912, cuando el orense José Alberto Valdivieso Alvarado y el libanés Nicasio Safadi graban en un equipo de cilindros que, según el profesor Hugo Delgado Cepeda, “vino de paso a Lima desde Colombia”. Entre 1910-1920 se produce el auge del pasillo y las grabaciones se suceden en distintos formatos, desde solistas y dúos hasta la interpretación de bandas militares.

Destaca en las primeras décadas del siglo XX, el aporte de autores porteños como José Casimiro Arellano, quien compone innumerables pasillos, así como una ‘Fantasía sobre motivos del amorfino’ (aún no localizada); así como de José Vicente Blacio, compositor de valses criollos y Nicolás Mestanza Álava, quien fue un pionero del jazz en el puerto principal. La década de 1920 representó un verdadero giro en la música popular guayaquileña. Bajo la influencia de la cultura angloamericana, entraron el jazz, el fox trot y el one step. Muchos músicos académicos se interesaron en esas sonoridades y grabaron discos. Posiblemente la primera banda de jazz fue la Dixieland Yazz-Band, creada por Germán Lince en 1923 y conformada además por Pablo Alvear, Francisco Campos, Simón Robles, Carlos Phillips, Roberto Cubillos, Pedro Ampuero, Modesto Luque, Alberto Jurado, Ernesto Landín y José Vicente Blacio. Le siguió la Orquesta de Nicolás Mestanza (1924) y la Tropical Boys.

Con la radio se difundieron el tango, la conga, la rumba y otros ritmos foráneos, a partir de 1930. De esa fecha son las históricas grabaciones del Dúo Ecuador (Enrique Ibáñez Mora y Nicasio Safadi) para el sello Columbia de Nueva York. Es decir, la radio expandió notablemente el horizonte de los artistas nacionales. En programas radiales como ‘La Corte Suprema del Arte’ y ‘El Balcón del Pueblo’ se ‘graduaron’ los idolatrados artistas de la rockola: Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, Pepe Jaramillo, Carmencita Rivas, los Hermanos Montecel, Máxima Mejía, Irma Aráuz, Mary Aráuz, Hilda Murillo y otros grandes de nuestro canto popular.

Desde mediados del siglo XX, la música en Guayaquil tomó otros rumbos. Con el arrase del mambo y el cha cha chá en los cincuenta, proliferaron jazz band tropicales de gran popularidad, como la Blacio Jr., la Costa Rica Swing Boys y la Orquesta América. Luego vino el rock (años sesenta), la salsa (años setenta), con nuevos y talentosos exponentes, lo que ha ratificado que la ciudad, a lo largo de su historia, ha permanecido abierta a una multiplicidad de formas y géneros musicales. Su identidad sonora se sostiene, precisamente, en el cruce de distintas musicalidades relacionadas con su denso mestizaje y mulataje sociocultural. (Tomado de Ángel Emilio Hidalgo, “Guayaquil, fluye la música popular”, en Revista Anaconda, No. 13, 2008). (O)

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