José A. Falconí Villagómez considera que César Borja y Falquez Ampuero representan a la transición hacia el movimiento
En Guayaquil nació el modernismo literario ecuatoriano
El historiador y crítico de la literatura Michael Handelsman, en una investigación sobre las revistas literarias del periodo comprendido entre 1895-1930, demostró que el modernismo literario llegó al Ecuador sin mayor tardanza, en comparación con los otros países latinoamericanos.
En 1896, el mismo año en que Rubén Darío editaba “Prosas profanas”, un grupo de jóvenes poetas fundó en Guayaquil la revista “América Modernista”, irrumpiendo con entusiasmo en la vida cultural y literaria del puerto.
“América Modernista” fue una publicación quincenal de literatura que siempre manifestó su filiación a las nuevas sensibilidades estéticas que recorrían el continente.
En el editorial del primer número se explica la intención de la revista: “América Modernista, más que un nombre, es un símbolo: viene a representar en el Ecuador la escuela del modernismo, esa nueva religión del Arte en el Sentimiento, predicada por sus sacerdotes Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón y la mayor parte de los consignados en nuestra nómina de Corresponsales y Colaboradores”.
En la frase anterior se revela la intención que tenían Joaquín Gallegos del Campo, Miguel M. Luna y Emilio Gallegos del Campo, directores y editores de la revista: ponerse al día con la producción literaria del modernismo que, sobre todo en la lírica, reclutaba espíritus “de jóvenes entusiastas y amantes de la buena literatura”, ávidos por saber lo que acontecía en el escenario de la poesía hispanoamericana.
De ahí que esta revista literaria inaugura la vocación internacionalista de los autores modernos. Aunque estilísticamente, los poetas de 1896-1898 no son propiamente modernistas, sino más bien románticos, su credo ideológico es moderno: “los artistas americanos aman con entusiasmo, la novedad”, dice Arturo A. Ambrogi en un texto ensayístico de “América Modernista” (1896). Y en gesto cosmopolita, incluyen poemas de José Santos Chocano, Rubén Darío y Manuel Gutiérrez Nájera, así como salutaciones a la obra de Numa Pompilio Llona, Emilio Zola y José Enrique Rodó.
Como ilustra José A. Falconí Villagómez, en su texto “Los precursores del modernismo en el Ecuador: César Borja y Falquez Ampuero” (1959), los poetas guayaquileños de fines del siglo XIX pueden ser considerados los representantes de la transición del romanticismo al modernismo, pues “ya no escribían octavas reales, epinicios, silvas, a modo de la época, ni nombraban insistentemente a Filis, Filomelas, Boreas, Rosicleres, Pontos ni otros gastados clisés de aquellos tiempos”. Su principal gesto, a no dudarlo, fue el convencimiento de que con la publicación de una revista especializada en “poesía modernista”, inauguraban un nuevo espacio de sociabilidad letrada que surgiría como el lugar natural de enunciación de la literatura moderna.
Estos escritores rompieron con la tradición establecida, desde actitudes, gestos y prácticas que pueden ser consideradas modernas y en el proceso de constitución de nuevas sensibilidades culturales que trajo consigo la modernidad, la prensa jugó un papel decisivo en crear condiciones de posibilidad para la existencia de un campo literario autónomo, porque viabilizó la presencia de redes y espacios que acrecentaron la opinión pública. La formación de los grupos letrados y su intervención en la prensa implicó la institucionalización de micro-sociedades, pues las revistas pueden ser consideradas micro espacios sociales donde se enriqueció el intercambio creativo entre los literatos, quienes empujaron proyectos de reconocimiento sociocultural en la esfera de su especialización.
Si bien Medardo Ángel Silva (1898-1919) es el máximo referente del modernismo literario ecuatoriano -entre el morbo que genera la historia del adolescente suicida-, el autor de “El árbol del bien y del mal” no fue el primero en asumir una actitud moderna, pues una generación de autores porteños precedió a la llamada “generación decapitada”, con creaciones y gestos que rebasaron las expectativas de su tiempo, en la etapa de transición del romanticismo al modernismo.