El ocaso de un viejo negocio monetario
La crisis financiera mundial preocupa a los ecuatorianos que tienen familiares, principalmente, en el Viejo Continente. El mercado de divisas registra fuertes movimientos en contra del euro, que amenaza con irse a los mínimos de marzo.
Ante esta situación, cientos de ciudadanos buscan cambiar los euros con dólares. Entran y salen de las casas de cambio ubicadas en el centro de la ciudad -Delgado Travel, Western Union, Money Gram- buscando la mejor cotización, y en su camino se topan con los pocos cambistas que aún realizan esta actividad.
Uno de ellos es César Pacheco, de 39 años, padre de 5 hijos y quien desde hace casi un lustro se dedica a cambiar todo tipo de moneda en los bajos del Banco del Seguro (Biess), en 9 de Octubre y Pedro Carbo.
Con un fajo de billetes y una calculadora, César recuerda que la necesidad de llevar el pan a la mesa lo inclinó a dejar la actividad de taxista pirata para dedicarse a este negocio, al que invierte 10 horas diarias. Como taxista, pagando guardia y gasolina, le quedaban en promedio 10 dólares de utilidad. Asegura que llegaba cansado a su casa, ubicada en la cooperativa 7 de Septiembre, Guasmo Central; además, siempre tenía problemas con los vigilantes de tránsito, a los que “refilaba”.
Mientras agita la calculadora en busca de cambiar euros por dólares, señala que entre sus clientes en los tiempos de taxista estaba un cambista que se hizo su amigo y le “hablaba” del negocio y de lo rentable que era, lo que fue suficiente para entregar el auto y dedicarse de lleno a esta actividad.
Su capital inicial fue de 500 dólares, que se los prestó el cambista amigo. Los primeros días quería llorar, pues no ganaba ni un dólar. Hoy cree que no se equivocó, ya que encontró un “oficio estable”, sin muchos competidores -existen dos asociaciones- y que le rinde, desde el punto de vista económico, para mantener a su esposa y sus hijos. La utilidad llega a los 20 dólares diarios, aunque hay días que no gana nada. “Es duro, pero hay que seguir”, expresa.
El único problema, además del cuidado que hay que tener con los billetes falsos, es la delincuencia, de la que se salvó en una ocasión. “Me venían siguiendo desde mi casa, pero con mis compañeros les dimos duro”, recuerda.
Y es precisamente la inseguridad lo que preocupa a los cambistas. Julio Seminario acude todas las mañanas y tardes al banco para depositar y retirar su capital de trabajo. Lo hace para no andar “con tanto billete” en el colectivo de la línea 15, que lo trae desde su casa, ubicada en la 44 y la G.
Julio tiene 58 años y es padre de 3 hijos, 2 de los cuales aún estudian. Antes de dedicarse a su actual actividad, era mensajero, pero hace cuatro años se quedó sin trabajo; y pese a que “metió carpetas en varias empresas”, por su edad no lo contrataban.
Viendo las necesidades de su hogar, Utilizó la liquidación para emprender un negocio propio y, por recomendación de algunos amigos, optó por ser cambista.
Pese a las inclemencias del clima -lluvia, sol, frío-, César y Julio pasan todo el día de pie. Conversan del Clásico del Astillero, de las banalidades de la vida y aprovechan el lento tránsito de la Av. 9 de Octubre para acercarse a los carros y ofrecer sus servicios. “Hay que buscar la forma de llevar algo a la casa”, manifiesta Julio.
Recuerda que antes eran perseguidos por los municipales, pero el alcalde Nebot habló con ellos y les dijo que podían seguir en esas calles, siempre y cuando no pongan sillas, porque “eso da mala imagen”. Asimismo, tienen prohibido mostrar los fajos de billetes.
Y para que se cumpla la orden del Alcalde, elementos metropolitanos, como los uniformados 283 y 389, transitan por el lugar imponiendo orden en medio de la vorágine propia de una ciudad como Guayaquil.
Pero en ocasiones, los metropolitanos abusan de su autoridad. Yanina Aguilar puede dar fe de aquello. Con 30 años y dos niños que alimentar, esta madre soltera tiene un año ejerciendo como cambista en las afueras de la agencia de Delgado Travel, en 9 de Octubre y Chile.
En este corto tiempo manifiesta haber tenido situaciones desagradables con los metropolitanos, pero los ha puesto en su lugar.
A más de lidiar con esos uniformados, Yanina debe cumplir con las responsabilidades de su hogar: todos los días, después de una agotadora jornada, tiene que llegar a cocinar a sus hijos, de 10 y 12 años de edad. Es cansado, reconoce, pero no tiene otra opción.
César, Julio y Yanina están conscientes de que este negocio va a desaparecer. “No pasará mucho tiempo y ya no podremos continuar porque no viene la gente a cambiarnos su dinero”, argumentan.
Aducen que, a pesar de cambiar cualquier divisa del mundo, es poca la concurrencia del público, ya que ahora todo lo hacen a través de giros.
Con el pasar de los años, el número de quienes se dedican a esta actividad ha ido decreciendo. A finales de los años 90, había más de 100 afiliados solo a una asociación, pero hoy no llegan a 50 entre las dos existentes: 25 de Agosto y 27 de Enero.
Para Julio, con 60 años de edad, sus enemigos son las casas de cambio, pues con la llegada del dólar como moneda oficial al país (año 2000), el cambio de divisas ha disminuido en casi el 90%.
Por eso él y varios compañeros han optado por diversificar sus servicios, pues, a más de cambiar todo tipo de moneda, también cambian cheques a sus clientes, cobrando una comisión que varía dependiendo del monto del documento, que puede llegar al 5%.
Más allá de los problemas, estos compatriotas no pierden las esperanzas de mejores días, pero mientras llegan, seguirán en las calles ofreciendo sus servicios.