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El mercadillo, una alternativa comercial al borde del estero

Los visitantes son de diversas clases sociales, el objetivo es que el comprador pague el precio justo. cortesía. Foto: Estudiantes de la ULVR
Los visitantes son de diversas clases sociales, el objetivo es que el comprador pague el precio justo. cortesía. Foto: Estudiantes de la ULVR
25 de mayo de 2014 - 00:00 - Joel Fierro, Katherin Castillo y Xiomara Banda, estudiantes de la Universidad Laica Vicente Rocafuerte.

Hay quienes los llaman pulgueros o mercados de pulgas. Otros bazares,  incluso cachinerías, pero en Guayaquil son más conocidos como mercadillos. Lugares donde  se encuentra de todo a precio justo. “Si hay algo que me desagrada es sobrepagar las cosas”, dice Paulina Obrist, organizadora de 29 mercadillos en la ciudad. Ella tiene cerca de 2 años en esta actividad y se considera una activista de los derechos humanos que cree en las libertades.

Cuenta que la idea de organizar este tipo de actividades inició  cuando vivió en España. Relata que allá compraba con 30 euros cosas valiosas, no de lujo pero cargadas de historia.
Llegó a Guayaquil y la idea de hacer lo mismo se reactivó. Aunque para Paulina, Guayaquil es una ciudad inestable en donde  un día se abre un negocio y a la semana lo cierra, ese no fue el caso de Paulina.

Convertirse en el mercadillo más famoso de la urbe tiene su precio. Incluso tuvo inconvenientes con el  Gobierno Autónomo local. De ahí  nace, al son de rebeldía, el Inmundicipio de Guayaquil, un lugar con su propia historia.

El sitio está en Urdesa, calle Higueras 104 y Costanera. Algunos transeúntes lo conocen como la casa de los colores, pero la mayoría simplemente lo llama el Inmundicipio. Fue allí donde empezó todo, hace cerca de 2 años Paulina, junto a su esposo, decidió alquilar la casa pero no para vivir sino para hacer música.

El trabajo de limpieza fue arduo, todo para que bandas independientes de rock, convocadas un día cualquiera, expusieran su música ante quienes iban a escucharlas.
Después de varios conciertos, Paulina organizó el primer mercadillo. Invitó a amigos para que vendan sus cosas o mercaderías a un precio justo. Promocionó el evento por las  redes sociales y el éxito no se detuvo. Organizó 20 mercadillos 2 sábados en el mes.

Desde las 08:00, Paulina se sentaba en una silla y la gente que quería vender sus pertenencias, negociaba un puesto de 2x2, lo decoraba a su manera y empezaba el comercio, sin reservaciones previas ni condiciones, todo esto hasta las 19:00 donde por falta de luz, el mercadillo se terminaba.

Pero todo en esta vida tiene su ciclo, después de organizar el mercadillo # 20 tuvieron que  abandonar el Inmundicipio de Guayaquil. El dueño de la casa les comunicó que ya no podían realizar ninguna actividad y que debía cerrarse.

Parecería que ahí terminaba todo, pero para Paulina no culminó, al contrario empezó un nuevo ciclo. En esa casa se quedaron los problemas políticos, los recuerdos, incluso hasta el nombre. Aunque este fue creado por Paulina y su esposo, Daniel, ellos decidieron dejarlo.

La misión de tener un nuevo sitio para seguir la actividad era el siguiente paso. No tardaron en encontrar otro lugar que fue bautizado como ‘Casa del Árbol’, un sitio amplio en Las Monjas 104 y Costaneras. Ahí desde hace un año se han organizado 10 mercadillos. Los comerciantes no le vieron problema al traslado. Ana, una de ellas, cuenta que desde que empezó el mercadillo ella acude y le va muy bien vende ropa y artículos.  “Es una oportunidad de ganarse un dinero extra sin hacer daño a nadie”.

Los precios aquí se negocian. El regateo es una actividad habitual. Nadie paga lo que se pide y siempre el artículo queda en un precio justo que, casi siempre, no pasa los $ 5.  
Aunque varios compradores piensan que solo se vende ropa usada. Ana aclara que también se comercializan prendas nuevas que la gente dona, incluso en sus viajes como mochilera ha traído ropa nueva de Colombia, Perú y Chile, todo a buen precio.

Así como el puesto de ella existen 15 tendidos más, donde se ofertan desde zapatos, ropas, libros, películas, antigüedades, incluso comida. El  10 de mayo  pasado estaba previsto un nuevo mercadillo # 30 para que cualquier comprador y hasta los curiosos que entraran al sitio se llevaran algo en sus manos.

Cuando se le consulta a Paulina Obrist si en algún momento desearía volver a ser el  Inmundicipio, responde que no tendría motivo para hacerlo, que ese ciclo ya terminó, aunque por redes sociales y cada vez que la gente la ve, sabe que su mercadillo lleva por nombre el Inmundicipio.
En las calles las personas detienen la marcha de sus automotores, la curiosidad les puede e ingresan a ver qué hay dentro.

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