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El Guayaquil moderno mantiene la tradición de tejer con mimbre

Las tiras de mimbre provienen de un tipo de bejuco, que es cultivado en los bosques de Esmeraldas.
Las tiras de mimbre provienen de un tipo de bejuco, que es cultivado en los bosques de Esmeraldas.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
17 de junio de 2017 - 00:00 - Edward Lara Ponce

Casi desapercibidos en los últimos años, tres artesanos siguen la tradición de tejer con mimbre artículos para el hogar. Esto sucede en las calles Cuenca y 6 de Marzo.

En el taller esquinero —despintado por los 25 años que tiene en esta actividad— se atiende a la poca clientela que aún gusta de este tipo de trabajos. La tendencia fue parte de la década de los setenta y ochenta, cuando el tener estos muebles tejidos era una necesidad en los hogares costeños.

Wilson Morocho Silva (50 años) cuenta que aprendió este trabajo de manabitas, quienes, según él, en Ecuador son los maestros de este arte milenario.

En su local, los trabajos de restauración de antigüedades, en algunos casos centenarias, no faltan. Esto le permite a este guayaquileño con raíces ambateñas diversificar los ingresos de su negocio.

“La modernidad y la aparición del plástico para trabajar muebles  importados en su mayoría de Taiwán mermaron la actividad en Guayaquil y muchos negocios quebraron al no poder competir ni en cantidad ni en precios”, comentó.

Morocho, además, asegura que ante la industrialización de la manufactura extranjera el tiempo apremia a los artesanos nacionales para modernizarse. Esto, sumado a la poca difusión de las bondades en durabilidad de estos productos, complica su actividad.

“El mercado se ha reducido, antes se vendían cunas, mecedoras, sofás, juegos de sillas o mesas de centro para hogar dentro de la ciudad. Ahora lo poco que se teje es para muebles de casas en la playa. Esto gracias a que los diseñadores de interiores buscan distinción con estos artículos”, refiere Morocho.    

Con la mirada fija, en una piola de nailon, Rafael Zapata, trata de poner rectas las fibras del bejuco que traen desde los bosques de la provincia de Esmeraldas.

Zapata —por los años en el local— se ha convertido en el principal y único ayudante a tiempo completo del taller, que en los últimos meses cambia su actividad de tejidos y se dedica a armar monigotes para quemar en fin de año.

“Este trabajo está subvalorado por el plástico, esto no permite tener pedidos ni un sueldo fijo sino un  salario variable, es decir se gana según lo que hace”, dice Zapata.

Él, junto a Morocho, trabaja en el último encargo de un ebanista que vive en el Oriente ecuatoriano y reconoce la calidad de sus trabajos.

Los artesanos, en un rincón de su local, muestran un juego de muebles de mimbre compuesto por dos butacas, mesa de centro y un sofá de dos cuerpos, valorado en $ 1.100.  

Con 55 años, Zapata, comenta que las personas ven los artículos,  preguntan por ellos y hasta regatean, pero pocos los compran.  

Al otro lado del mismo taller de los tejedores, Enrique Delgado (27 años), único manabita de la microempresa de Morocho, explica que el mimbre es una fibra vegetal obtenida del arbusto de la familia de los sauces salix.

Delgado dice que para elaborar las formas se trabajan los rollos del bejuco que se compra por peso. “El grosor de las tiras de las lianas dependen de los gustos del cliente”, asegura el artesano que llegó a Guayaquil a los 10 años.

Es así como lo que antes era común dentro de los hogares costeños,  hoy es un producto de lujo que se resiste a perderse en el tiempo. (I)

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