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El abandono del poder central era prácticamente insoportable, aún más en las regiones periféricas del país

‘El Gemelo’ y el desgobierno nacional

‘El Gemelo’ y el desgobierno nacional
08 de marzo de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En septiembre de 1856, el Gral. José María Urvina se retiraba de la presidencia y promovía a su amigo Francisco Robles, también militar, quien subía al poder con los mejores augurios, luego de ganar con amplio margen unas elecciones que, por primera vez, se celebraban fuera del recinto legislativo, con el voto indirecto de los representantes de las Asambleas Electorales de cada provincia.

Estos últimos años de la década del cincuenta serían gravitantes en la búsqueda de un proyecto nacional que no lograba definirse, por múltiples razones, entre las que habría que enumerar las constantes pugnas regionales que fracturaban el sentido de la unidad, el caudillismo como tendencia localista basada en dinámicas clientelares, la confrontación política e ideológica de las diferentes facciones -aún no se puede hablar de partidos propiamente dichos-, entre otras.

El gobierno de Robles, considerado ‘el gemelo’ de Urvina por sus afinidades compartidas, sería ciertamente el más inestable de la primera etapa republicana. Muy pronto se hizo notoria la incapacidad del nuevo presidente para resolver los problemas que se presentaban, amén de la influencia que ejercía su mentor, entre las bambalinas del poder.  

No obstante, a pesar de sus fallas como administrador, muchos historiadores coinciden en que sus errores cometidos en el manejo de las relaciones exteriores fueron los que le volvieron presa fácil de sus enemigos y, a la postre, precipitaron su caída.     

El primero de ellos fue el intento por entregar las islas Galápagos “en garantía por un préstamo fabuloso”, tentativa que, evidentemente, despertó una abierta oposición política.

Luego vendría el problema limítrofe con el Perú, a partir de la firma del tratado Icaza-Pritchet (1857), según el cual se reconocía a los tenedores de bonos ingleses el usufructo de extensos territorios baldíos en el Oriente, para el financiamiento de la deuda externa.

En medio de estas negociaciones, el Perú reclamó ante lo que consideraba era una violación a su soberanía territorial, basándose en la real cédula de 1802 que reconocía la titularidad de las zonas de Jaén y Maynas, a favor de Lima. El Ecuador, en cambio, alegaba que dicho instrumento jurídico nunca entró en vigencia.

La situación desmejoró cuando el gobierno ecuatoriano suspendió los diálogos con el delegado peruano en Quito, evento que fue utilizado como pretexto por Ramón Castilla para bloquear el golfo de Guayaquil. Robles reaccionó pidiendo al Congreso facultades extraordinarias, que finalmente le fueron negadas, y trasladó su gobierno a Riobamba, primero, y luego a Guayaquil. Esta decisión resintió a los quiteños que consumaron un golpe de Estado, el 1º de mayo de 1859, con un triunvirato conformado por Gabriel García Moreno, Pedro José Arteta y el vicepresidente Jerónimo Carrión.

Robles contaba con el apoyo militar de Urvina, quien encabezó la campaña contra los golpistas y tomó Quito. García Moreno huía al Perú y pactaba con Castilla para hacerles la guerra a sus enemigos. Frente a las costas de Guayaquil, García Moreno hizo un llamado al pueblo, indicando que los peruanos eran amigos del Ecuador. Pero no contó con que la intención del presidente Castilla era invadir el Ecuador, lo que hizo al poco tiempo, con la ocupación armada de Guayaquil.

El caos sobrevino cuando el general Guillermo Franco, jefe de la plaza militar, traicionó a su gobierno y se proclamó Jefe Supremo con el apoyo del peruano Castilla. Entonces, García Moreno, arrepentido de su inicial alianza, organiza nuevamente un ‘Gobierno Provisorio’. Poco tiempo faltaba para que Robles huyera del país, en medio de un incendio generalizado que amenazaba con desaparecer la república del Ecuador.

Cabe señalar que el abandono del poder central era prácticamente insoportable, aún más, en las regiones periféricas del país. Loja, subregión del Austro ecuatoriano que siempre dependió económicamente del intercambio comercial con el norte peruano, vivió entre 1859 y 1861 un ensayo de gobierno autónomo poco conocido y estudiado por los historiadores: la Provincia Federal de Loja, bajo el liderazgo de Manuel Carrión Pinzano.

El 18 de septiembre de 1859 se proclamó el federalismo en Loja, mientras que en Cuenca se reconoció como Jefe Supremo al vicepresidente Jerónimo Carrión. La Sierra centro-norte, por su parte, era dominada por García Moreno y gran parte de la Costa, por el gobierno títere de Franco.

El general peruano Ramón Castilla aprovechó la coyuntura para imponer su arbitrio al Ecuador, nombrando delegados para revisar el tratado de límites entre los dos países. En el ‘Tratado de Mapasingue’ firmado el 25 de enero de 1860, Franco reconoció “a nombre del Ecuador”, la vigencia de la cédula de 1802, “para acreditar los derechos del Perú a los  territorios de Quijos y Canelos”. Este particular, como era de esperarse, motivó el rechazo total a las tratativas con los peruanos y los demás gobiernos del Ecuador se unieron para enfrentarse a Franco y Castilla.

El 24 de septiembre de 1860, las tropas de Franco fueron vencidas en Guayaquil y se consolidó el liderazgo de García Moreno. A su vez, el 8 de enero de 1861, Manuel Carrión Pinzano dimitió en Loja y se convocó a Asamblea Constituyente para reorganizar el país.

La coyuntura política de 1858-1860 ha sido leída de distintas maneras. Según el historiador Patricio Ycaza, la desarticulación nacional de esos años se debió a “la respuesta de la reacción goda para desplazar del poder del Estado al proyecto liberal sustentado por el urbanismo” 1.

Las reformas políticas, económicas y sociales de la ‘era Urvina’ habían minado el radio de influencia de la élite terrateniente serrana y por ende, las picas apuntaban a Francisco Robles.

Por su parte, la escasa capacidad política del sucesor de Urvina tampoco le ayudó para salir de la crisis. García Moreno, en cambio, logró sostener una campaña militar victoriosa, gracias a que las otras fuerzas en pugna se unieron para enfrentar a Franco, el ‘enemigo común’.

1. Patricio Ycaza, Poder central y poder local en el primer período republicano, en Jorge Núñez, comp., Antología de Historia, Quito, FLACSO/ILDIS, 2000, p. 289. 

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