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El enigma de los poetas modernistas (I parte)

El enigma de los poetas modernistas (I parte)
25 de mayo de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Los escritores modernistas emprendieron grandes transformaciones en el campo del lenguaje y se vincularon con los bohemios en el mundo de la vida: ambos fueron revolucionarios, pues rompieron anquilosados moldes, transgredieron fronteras y establecieron nuevos modos de sociabilidad. Por ello, muchas veces actuaron críticamente frente al orden burgués, desdeñando antiguos mecanismos de legitimación social basados en el reconocimiento a las virtudes políticas de los “viejos” intelectuales del medio. En un texto escrito por Medardo Ángel Silva sobre la lírica de su compañero de generación, el quiteño Humberto Fierro, repetía las palabras del escritor peruano José Santos Chocano: “Odio el rumor con que hablan los cenáculos”, celebrando que Fierro permanecía apartado “del estrecho círculo del medio ambiente, de la ruin política literaria” 1. 

Esa actitud de enfrentamiento radical a los convencionalismos burgueses les orientaba a la vida huraña y reconcentrada en las actividades intelectuales, al tiempo que les acercaba al comportamiento social del bohemio, que alardeaba en su condición de exiliado o autoexiliado de los “altos” círculos sociales. Y es que, curiosamente, muchos de los bohemios de Quito, Guayaquil y Cuenca pertenecían a los sectores dirigentes, tal como lo atestigua el escritor Críspulo (seudónimo), quien en 1916, escribió un poema titulado “Éter, opio y morfina”, donde habla de jóvenes macilentos (hombres y mujeres) presos del “snobismo reinante” que se entregan al consumo de las drogas, atribuyendo este hábito a la “moda” que impera “entre la gente más fina”2.

No obstante, en el caso de los escritores y artistas, la interpretación sobre la dimensión social del modernismo literario es mucho más compleja. Uno de los más lúcidos críticos de la etapa modernista, el poeta y ensayista J.J. Pino de Ycaza, reflexionaba en 1945 sobre la índole del “ismo” americano: “Ya una vez dijimos que el modernismo fue entre nosotros, una reacción de las clases altas contra el aplebeyamiento social y mental a que había llevado al país la larga dictadura de los machetes”. De clara connotación arcaizante, esta explicación del poeta Pino revela la tensión que supuso en nuestro país la adaptación a las nuevas condiciones que exigía la vida moderna, con sus valores de rapidez, pragmatismo y ganancia. Se advierte, de algún modo, la reacción de cierta sensibilidad burguesa ilustrada frente a lo que ellos consideraban el “mal gusto” y la “vulgaridad filistea”, en una ciudad-puerto paradójicamente marcada a través de su historia por la cultura del comercio y el intercambio mercantil.

Una interpretación interesante sobre la actitud vital de los modernistas nos la proporciona el pensador colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, quien sostiene que la apelación a esos lugares remotos que abundaban en sus poemas, “no era huida, sino que se trataba de sujetos que vivían dentro de la realidad odiada del burgués, pero que no podían participar de ella –pese a desearlo fervientemente- por falta de poder económico; por ello, inventaban mundos en los que accedían a todo aquello que el burgués les negaba -lujos, pasiones, ilusiones-, creando una existencia ficticia “antiburguesa” en protesta contra esta, pero usando los mismos elementos con que el burgués amoblaba el interior de su casa”1.

En el caso ecuatoriano y particularmente guayaquileño, llama la atención que haya sido Medardo Ángel Silva uno de esos modernistas que cantó a los jardines “nobles” de Versalles y a las ánforas de jaspe venecianas, especialmente si reparamos en el origen humilde del poeta. Más comprensible sería la militancia del cuencano Rafael Romero y León, así como la de los “modernistas quiteños” Arturo Borja, Ernesto Noboa y Caamaño, y Humberto Fierro, por la ralea aristocrática de los tres primeros y la ascendencia burguesa del último. 

Sin embargo, queda claro que la actitud de los modernos era más ideológica generacional que clasista, fenómeno explicable por la presencia de una nueva sensibilidad que se exteriorizaba de distintas formas -no únicamente a través del arte y la poesía-, pues trascendía los límites de la ciudad letrada, extendiéndose al ámbito de una sociabilidad bohemia que la mayoría de las veces coincidía con la posición antimaterialista de los intelectuales modernistas.

Mucho se ha escrito sobre la producción de los escritores de la Generación Decapitada, quienes contribuyeron a renovar las letras en el país y mantuvieron durante décadas, por su carácter fundacional, un sitial de privilegio en el escenario de la literatura nacional. No obstante, los análisis de sus obras casi siempre estuvieron salpicados por la anécdota y el chisme, particularmente sobre su adicción al éter, el opio, la morfina y otras drogas, así como el morbo que todavía despierta en algunos lectores sus prematuras y trágicas muertes.

Pero lo más importante aún no se ha dilucidado: ¿en qué medida estos poetas fueron modernos?, ¿eran realmente “raros”, como Rubén Darío llamaba a sus congéneres o su actitud lírica y vital respondía a un ambiente sociocultural que les llevaba a asumirse “diferentes”?  Y si esto era así, ¿en qué radicaba su diferencia y marginalidad?, ¿acaso en sus prácticas excéntricas o en su difícil metalenguaje que empataba con el deseo de ser original?

1 Medardo Ángel Silva, “Un poeta selecto”, Renacimiento, Año I, Vol. I, # 4 (Guayaquil, octubre de 1916): 142.
2 Críspulo, “Éter, opio y morfina”, Helios # 8 (Guayaquil, noviembre de 1916): 111.
3 Rafael Gutiérrez Girardot, Rubén Darío y el modernismo, citado en: Bernarda Urreojola, “Modernismo hispanoamericano”.

(Tomado de: Ángel Emilio Hidalgo, “Bohemia y sociabilidad entre 1900 y 1930”, incluido en Alexandra Kennedy Troya y Rodrigo Gutiérrez Viñuales, Alma mía: Simbolismo y Modernidad en Ecuador 1900-1930, Quito, Museo de la Ciudad, 2014).

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