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Varios fueron los autores que trabajaron el retrato fotográfico en Guayaquil

El discreto encanto de las tarjetas de visita (II)

El discreto encanto de las tarjetas de visita (II)
19 de marzo de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El auge de las tarjetas de visita implicó la democratización de la fotografía: un sinnúmero de personas, no solo provenientes de la clase alta, consideraron que su uso era sinónimo de distinción. La atracción por el tipo de estética que estas imágenes proyectaban, motivó que un círculo de coleccionistas se convierta en los primeros “críticos” del arte fotográfico en nuestro medio.

Hacia 1870, el mercado en Guayaquil prosperaba económicamente y los fotógrafos estaban colmados de trabajo, en parte por la excelente demanda de tarjetas de visita. El fotógrafo francés Leonce Labaure tuvo que restringir los horarios de asistencia a su establecimiento para sacar retratos, por la excesiva concurrencia de los guayaquileños. (1) Otros, como Rafael Pérez y Julio Báscones, se especializaban en el género y atendían a la clientela todos los días hasta 10 horas ininterrumpidamente (desde las 7 de la mañana hasta las 5 de la tarde), en un establecimiento “construido expresamente para estos trabajos y dirigido por el distinguido artista señor E. Diron y ejecutado por el señor Sebastián Cedeño”.(2)  

Julio Báscones trabajó desde 1864 en el estudio fotográfico de  Labaure y había ganado notoriedad como pintor.  Respaldado por su maestro y con capital financiero del francés Eduardo Diron, se unió en 1869 al quiteño Rafael Pérez -quien residía en Guayaquil desde 1861-(3), y logró crear un estudio en la planta baja de la esquina de la iglesia de San Agustín, Calle del Teatro, lo suficientemente cómodo como para desarrollar su oficio: “el techo de la invención del señor Diron... nos sirve a nosotros para graduar la acción de los rayos solares sobre el modelo”.  

Pérez y Báscones hicieron retratos en todos los tamaños, hasta de cuerpo entero, pero su especialidad eran las tarjetas de visita, que hacia 1870 se reproducían y comercializaban a seis pesos la docena.  Años después, el fotógrafo Rafael Pérez se haría famoso por retratar al presidente Gabriel García Moreno, caído en la calzada al pie del Palacio de Carondelet, luego de recibir el castigo de sus asesinos, convirtiéndose, sin quererlo, en el primer “cronista gráfico” de la historia del Ecuador.  

El notable auge de las tarjetas de visita se inscribió en el despliegue de una modernidad cultural que impuso sus valores en nuestra sociedad, la que en el siglo XIX aún permanecía sujeta a formas tradicionales de sociabilidad. Sin embargo, tanto en Guayaquil como en Quito, la fotografía pudo recrear aspectos de la cotidianidad que por primera vez se visibilizaron en la esfera pública, especialmente de un mundo femenino que al fin podía retratarse y autorrepresentarse en sus aspiraciones de individualidad, libertad y trascendencia.

Varios fueron los autores que trabajaron el retrato fotográfico en Guayaquil mediante la impresión de tarjetas de visita: Enrique G. Morgan, José Antonio Ruiz, Augusto y Enrique Till, José Braulio Grijalva, Enrique Lasarte, Castillo y Alvarado, José Rodríguez González, entre otros.

Quienes más se retrataban en el Guayaquil del siglo XIX eran los hombres, pero las mujeres de elevada posición también gustaban figurar entre sus amistades. Con dedicatorias al reverso, demostraban su burguesa cortesía y las tarjetas pasaban a engrosar sendos álbumes especialmente diseñados para ellas. Muy comunes eran las fotos tomadas en París, las que difieren en calidad con las registradas en Guayaquil, Quito y Lima.  

En 1878, Julio Báscones anuncia la apertura de su salón de fotografía y pintura “dedicado al bello sexo y juventud guayaquileña”, “para presentar a la culta sociedad guayaquileña un local digno de su clase”.  Nótese que Báscones introduce el término “culto” para referirse a la sociedad en general, distinguiéndolo del “bello sexo”, que no es retratado con libros, sino privilegiando, en primer plano, el maquillaje y la vestimenta. Quizá este sea el origen de los famosos “florilegios” o conjunto de fotografías de damas de la sociedad porteña que aparecen, desde 1880 hasta bien entrado el siglo XX, como puede verse en los “álbumes de ciudad”, cuya principal producción, en el caso de Guayaquil, se desarrolla entre 1892 y 1920.

La “era” de las tarjetas de visita prácticamente concluyó en los albores del nuevo siglo. Su presencia no solo marcó una nueva forma de entender las relaciones interpersonales, sino que significó el ascenso de una estética de autorrepresentación propia del individualismo burgués y de las sensibilidades modernas. (O)

1  Los Andes, Año VII, No. 553, Guayaquil, 28 de julio de 1869.
2 Los Andes, Año VII, No. 582, Guayaquil, 6 de noviembre de 1869.
3 Los Andes, Año VI, No. 480, Guayaquil, 14 de noviembre de 1868.

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