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El discreto encanto de las tarjetas de visita (I)

El discreto encanto de las tarjetas de visita (I)
12 de marzo de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En agosto de 1839 la Academia de Ciencias de París publicó el hallazgo del francés Louis Jacques Daguerre, el cual consistió en lograr fijar a base de químicos sobre una lámina de plata, imágenes obtenidas en la cámara oscura. El descubrimiento dio la vuelta al mundo y se recogió en casi todos los periódicos de América Latina.  Ecuador no fue la excepción: la noticia apareció publicada en el periódico guayaquileño La Balanza, el 7 de marzo de 1840. Es indudable la curiosidad que debió causar entre el público, debido al gusto de la época por los inventos. Pero, ¿cuánto tiempo se quedaron los guayaquileños con ganas de conocer el daguerrotipo?

En octubre de 1842 el Gobernador del Guayas, Vicente Rocafuerte, anunció la introducción del daguerrotipo al país, a través de un buque belga procedente de Ostende que traía máquinas para fabricar lienzos de algodón. Esta noticia prueba el entusiasmo que generaba entre las élites guayaquileñas del siglo XIX, el contacto con los adelantos científicos de la época.

Un comentario de una de las cartas de Gabriel García Moreno, dirigida a su esposa, nos revela la existencia de un aficionado a la daguerrotipia, Manuel Noboa, amigo de aquel, quien le sacó un retrato. García Moreno comentó que “en menos de un minuto salió el retrato muy parecido”,[1] aludiendo al tiempo de exposición, aunque para que la fotografía saliera lo más perfecta posible, el retratado debía permanecer sentado entre 15 y 20 minutos.

Se desconoce quién fue el primer fotógrafo daguerrotipista que instaló un estudio, pero en 1853 se publica el anuncio de J. Hobbarth, quien de paso por la ciudad publicita “retratos a daguerrotipo” para “sortijas, prendedores, cajitas...”. Como él, otros visitantes extranjeros ofrecían al público la posibilidad de verse reflejados de un modo mucho más vívido, en relación al tradicional retrato pictórico, a pesar de las dificultades de conservación que traía consigo la nueva técnica.

Indudablemente, las primeras fotografías que se conocieron en el Ecuador fueron retratos y paisajes, conocidos estos últimos con el nombre de “vistas”. El género retratístico se extendió entre un público de clase alta y media, aunque, con el paso del tiempo, nuevos procesos técnicos permitieron la democratización de la fotografía.

Un anuncio publicado en el periódico La Unión Colombiana, en septiembre de 1862, nos habla de uno de los primeros fotógrafos retratistas avecindados en Guayaquil: “Vargas Corbacho. Retratos en Fotografía iluminados con sombra. Especialidad en Tarjetas y Bustos. En venta cuadros y vistas. Aparatos estereoscópica. Casa de D. Mariano Martínez”.

El mismo año de 1862 surgía la competencia de Vargas Corbacho. Se trataba del pintor catalán Ricardo Tossell, quien arrendaba un pieza en la Calle de la Paz No. 16, donde ofrecía “retratos inalterables sobre papel, retratos-tarjetas (bustos y de pie o con grupos de familia), retratos ambrotipos con colores naturales y vistas de Guayaquil y otros países (sic)”.[2]  La historia quiso que el establecimiento de Ricardo Tossell pase a la posteridad cuando, en 1863, el dibujante-fotógrafo de la española Comisión Científica del Pacífico, Rafael Castro y Ordóñez, captura fotográficamente, desde el exterior, una casa esquinera de dos pisos, en pleno Malecón, donde resalta el letrero: “Retratos de Ambrotipo y Fotografía.  R.T.”.

Aparentemente fue Ricardo Tossell el primero en comercializar las tarjetas de visita en Guayaquil.  En el diario Unión Americana, del 15 de abril de 1864, Tossell anuncia que acaba de recibir “los aparatos más completos que se conocen para hacer la fotografía en tarjetas” y ofrece vistas estereoscópicas impresas en el formato de 6x10. Dichos aparatos posiblemente los importaba de la casa E. y H.T. Anthony de New York, que también se promocionaba en la prensa de la época.

El formato que favoreció la democratización de la fotografía en papel fue la tarjeta de visita. Se dice que, en 1859, Napoleón III impuso en París la moda de portar unas cartulinas de pequeño formato (6 x 9 cm), desde que acudió al estudio de su inventor, André Disdéri, para fotografiarse. No había acto social de la burguesía parisina en la que las personas no intercambiaran estas tarjetas de presentación que, por lo general, reproducían el retrato del individuo en su pose favorita. Y en nuestro medio se imitó esa costumbre, extendiéndose a tomas fotográficas de grupos humanos, perros, objetos, paisajes y hasta personas fallecidas.

El interés por verse y representarse se incorporaba a un ritual que incluía dedicatorias al reverso de la tarjeta, como señal de afecto y cortesía. Las mujeres de holgada posición económica gustaban figurar, de mano en mano, entre sus amistades. Las imágenes pasaban a engrosar sendos álbumes especialmente diseñados para las tarjetas.

Gracias a la existencia de un puñado de tarjetas de visita, podemos seguir la trayectoria de un fotógrafo francés que fue uno de los pioneros de la fotografía en Guayaquil: Eugenio Manoury, corresponsal de la casa “Nadar de París”, que primero trabajó en Lima y luego en Guayaquil, donde se estableció hacia 1866, bajo la razón comercial de “Fotografía Guayas”. Resulta interesante destacar el origen francés de la mayoría de los primeros fotógrafos afincados en Guayaquil. Según el viajero francés De Gabriac, quien a mediados del siglo XIX visitó Guayaquil, sus compatriotas eran “muy buscados” y su nacionalidad resultaba suficiente “para hacerlos casar con herederas”. “De simples empleados de almacenes, llegados al país sin ningún medio de subsistencia,  se han casado con las hijas de ricos hacendados disfrutando de una fortuna de dos o trescientas mil piastras, sin que nadie encuentre en ello nada desproporcionado”.[3]  

El gusto por lo europeo y especialmente por lo francés, resulta notorio en los álbumes de la emergente burguesía guayaquileña del siglo XIX: damas elegantes aparecen con amplios vestidos de encaje, la mayoría de pie o apoyadas en divanes altos y mesas, sosteniendo un libro entre las manos. Todo sugiere no solo un estatus social, sino refinamiento y apego a las “bellas letras”; al menos, esa es la imagen que quieren proyectar.  (O)

[1] Wilfrido Loor, Cartas de García Moreno, Guayaquil, Editorial Prensa Católica, 1957, p. 47.
2 Julio Estrada Ycaza, Guía Histórica de Guayaquil, Tomo III, Guayaquil, Imprenta Poligráfica, 2000, p. 161.
3 Cte. de Gabriac, Paseo a través de América del Sur: Nueva Granada, Ecuador, Perú, Brasil (1866-1867); en José Antonio Gómez Iturralde-Guillermo Arosemena (comp.), Guayaquil y el Río, una relación secular, Volumen III, Guayaquil, Archivo Histórico del Guayas, 1998, p. 170.

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