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Los visitantes pidieron que coloquen bancas y espacios para guardar las pertenencias que llevan

El derecho de admisión rige en balneario (GALERÍA)

Los guardias vigilan que bañistas no rompan nuevas reglas y los visitantes cuiden sus bolsos. Foto: José Morán.
Los guardias vigilan que bañistas no rompan nuevas reglas y los visitantes cuiden sus bolsos. Foto: José Morán.
16 de mayo de 2014 - 00:00 - Redacción Guayaquil

El balneario con laguna artificial construido por el Municipio, en el sur de la ciudad, fue ‘reinaugurado’ con un riguroso control y limitantes a los pocos bañistas que estuvieron en la mañana. Varios visitantes se sorprendieron por la colocación de mallas metálicas que cubren los barrotes de la cerca con dirección a la calle, además de los alambres de púas y enrejados en las áreas altas que rodean la piscina.

La obra, ubicada en la ciudadela Coviem, resultó averiada en el feriado de Semana Santa. Las reparaciones costaron, al Cabildo, alrededor de $ 100.000.

En la entrada se ha colocado una pancarta en la que se ‘educa’ sobre el uso del lugar. Dicha instrucción es reforzada oralmente por 2 empleados del lugar que, con megáfonos, repiten incansablemente la lista de normas.

Así, los administradores ahora se reservan el derecho de admisión. Está restringido el ingreso a menores de 12 años sin vigilancia de un adulto, incluso de alimentos y bebidas alcohólicas. Además, los bañistas tienen la obligación de ducharse antes de entrar al balneario y usar traje de baño.

Desde la calle hasta la puerta del balneario se levanta una estructura de metal para que los usuarios hagan cola antes de entrar. La cantidad de bañistas, de acuerdo con las cifras establecidas, no debe sobrepasar los 3.500 visitantes.

Los agentes metropolitanos supervisan que los bañistas sigan el protocolo previo al ingreso a la piscina: el primer paso es sacarse los zapatos o zapatillas y lavarse los pies en la denominada ‘patera’. Las nuevas normativas exigen que se use traje de baño, pero quienes llegaron emplearon ropas cómodas. A continuación, todos debían pasar por alguna de las duchas ubicadas alrededor de la piscina para completar el proceso de aseo.

José Cadena y sus amigos, Samuel Suárez y Juan Castillo, llegaron al sitio alrededor de las 10:05. Mientras se duchaban comentaron que en esta ocasión los administradores se habían preocupado de poner más control. “Los tres vinimos en Semana Santa. La gran cantidad de personas no permitió que los guardias controlaran la situación. Se podía entrar por cualquier lado y vestido de cualquier forma. Muchos llevaron comida y dejaron los desperdicios en la piscina. También se dieron algunos robos”, comentó Castillo.

Una de las inconformidades registradas entre quienes fueron a la piscina es que no hay un lugar seguro para dejar sus pertenencias. Algunos optaron por poner sus cosas en los maceteros, otros las colgaron en los árboles y varios decidieron usar los barrotes que rodean las áreas verdes del lugar para ubicar allí sus objetos.

Esta última opción la tomó Kelvin Perea, que iba acompañado de su hermana menor, quien tuvo que dejar una mochila sobre el enrejado. “Parece que no consideraron que la gente necesita sitios para guardar sus cosas. En la playa existen carpas, acá por obvias razones no, pero debería haber otro método”.

Otro inconveniente que detectaron los usuarios en el balneario fue la falta de banquetas, para que puedan sentarse las personas que no entran al agua y que vigilan a los bañistas menores de 12 años. La mayoría, al igual que Víctor Asanza, recurrió a los bordes de las jardineras para reposar, mientras sus 2 niños, de 8 y 11 años, nadaban en la laguna artificial. De su lado, Silvia Bermello se quejó de que solo hay un puesto de comidas en el lugar. “No hay opciones para comprar alimentos baratos”, manifestó la madre de familia. En el centro del parque hay un quiosco en el que se venden sánduches de cerdo con gaseosas y jugos. El gasto mínimo es de $ 2,40 por persona.

El alcalde Jaime Nebot, quien acudió a inspeccionar que se cumpla el protocolo, afirmó que los destrozos suscitados en la apertura fueron una prueba extrema.

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