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El boxeador cambió el cuadrilátero por las ventas

Aunque el local de Fernin luce desordenado, él sabe dónde está cada uno de los libros que tiene.
Aunque el local de Fernin luce desordenado, él sabe dónde está cada uno de los libros que tiene.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
18 de marzo de 2017 - 00:00 - Edward Lara Ponce

No necesitó ser poeta, escritor o dramaturgo para sostener a su familia con la literatura. Con la compraventa de libros, el exboxeador Ferny Páez ha logrado vivir y mantener su hogar por 36 años.

Parado delante de miles de textos, el guayaquileño espera que entre los transeúntes de las calles Pedro Moncayo 1522, entre Colón y Alcedo, aparezcan los compradores.

Páez, con 54 años, tiene de todo un poco en su negocio: literatura, economía, geografía, historia, matemáticas, cálculo, álgebra, poesía, autoayuda, novelas de misterio, crónicas... Su negocio atiende desde las 08:30 hasta las 18:30, de lunes a sábado.

Páez, quien fue 3 veces campeón nacional y vicecampeón en el Campeonato Sudamericano de 1983, alternó su profesión con la colección de libros.

Para finales de los años ochenta, el pugilista se quedó sin trabajo. Era el ocaso del box y decidió probar suerte como entrenador en Zamora Chinchipe. Impartió las enseñanzas de sus antiguos entrenadores Alberto Arbeláez y Raúl Gamboa, pero esta aventura duró solo 2 años. Regresó a boxear una temporada y al final dejó de hacerlo ante la falta de empresarios dispuestos a invertir en este deporte.

Este hombre de contextura fuerte cree la edad a la que él se retiró, 35 años, es muy prematura para alejarse de los cuadriláteros.

“En el ring más que una pegada contundente lo que tenía era técnica. Admiraba a Sugar Ray Leonard por su movilidad y a Muhammad Ali por su inteligencia, pero la falta de apoyo fue la condena para muchos buenos pugilistas nacionales y en mi caso pasó lo mismo” dice Páez, quien apresura a vender un libro usado de José María Aznar en $ 2.

La meta de Páez es obtener en su negocio $ 50 diarios; si no lo hace la economía en su hogar se complica. Además, debe cubrir el pago de $ 320 mensuales por el local. Un espacio de 4 × 11 metros que alquila desde hace 12 años.

“Hace 3 décadas este era un negocio que sin bien no dejaba ganancias para ser millonario permitía tener una vida más tranquila. Había mucha gente que compraba libros para incrementar su cultura general. Eso ocurría cuando inicié mi negocio a la sombra de un portal en las calles Colón y 6 de marzo.

La competencia es muy dura. Con la aparición de la computadora y el internet surgieron las investigaciones y las lecturas en línea para los estudiantes y profesionales. Entonces se inició el declive del libro. Los jóvenes se alejaron de las bibliotecas y de la literatura en general, dice Páez mientras limpia con esmero una de las obras de Octavio Paz, La llama doble —Amor y erotismo—.

“Hace 8 años perdí la cuenta exacta de cuántos libros tengo, pero eso no significa que no recuerde los textos que he tenido en mi local. Algunos los he leído”.

Para Páez el buscar un libro en su local no demanda mucho tiempo. Tiene un sistema mental que le permite saber exactamente dónde está cada obra o revista. Tiene una idea de cómo están ordenados, eso le facilita ubicarlos con rapidez.

Además, cuenta que trabajar con textos le ha dado lecciones. “He aprendido que un buen libro no se juzga por su portada, pero los clientes sí se fijan en esos detalles y cuando esta no tiene buen aspecto piden rebaja. Por eso me preocupo en mantenerlos en buen estado.

Fernin siempre está pendiente de su negocio, pero acepta que no se ha dedicado a buscarle un nombre.

El exboxeador reconoce que esta labor podría resultar aburrida para aquellos que no aprecian las letras, pero quienes descubren la belleza de los versos, la prosa y la poesía cambia de opinión.

Los compradores habituales

Apoyado con dificultad sobre sus piernas, Vicente López, de 77 años, no deja de hacer negocios con ‘Ferny’, como llama al vendedor de libros de la zona donde comercian artículos reparados.

“Compro libros a mi amigo desde hace años a $ 1. Los leo una, 2 y 3 veces y luego se los devuelvo y él los vuelve a vender. En realidad es como un alquiler. Este es un pacto que tenemos gracias a la confianza que existe” dijo el comerciante de zapatos de la bahía.

López se queja de que sus hijos que viven en Italia lo han olvidado, dice que no se comunican con él. Mientras se lamenta revisa una gaveta de libros y revistas. “Es mercancía nueva que me la venden los carretilleros que recorren la ciudad” asegura Páez.

Aunque todos los días acomoda los textos, siempre hay libros revueltos. Algunos están apilados sobre la acera ante la mirada desafiante de los policías metropolitanos.

Pocos minutos pasan desde la partida del comerciante de la Bahía para que la posibilidad de hacer una nueva venta surja.

José Torres, un abogado en ejercicio libre, se apodera de la atención del exdeportista. Este le muestra las nuevas novelas.

“Conozco 30 años a ‘Ferny’, con él me inicié en el gusto de la compra de libros. Me ha ayudado con colecciones completas. He comprado libros de leyes, en especial en mi época de universitario”, dice.

Las historias en los libros de autosuperación abundan entre las pertenencias de Páez y entre los visitantes de su negocio.

Un ejemplo de ello es Aníbal Mazón, de 50 años, quien cursa una carrera universitaria. De aprobarla quiere ascender de cargo en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS).

“He dedicado mi vida a ser padre y madre para mis hijos, lo que además me obligó a predicar con el ejemplo. Ahora busco culminar el último año para obtener el título de Promotor de Salud” para ello necesito algo que me ayude a emprender.

La tarde cae y el viejo pugilista sigue buscando los pedidos de sus clientes en ese laberinto del que solo él conoce la salida. (I)

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