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Un personaje poco conocido acude a ver los partidos y no se pierde un solo encuentro.

El barrio que detuvo el tiempo para jugar indor

Se trata de una costumbre guayaquileña jugar indor en las calles. Poco son los sitios, en el  sur de la ciudad, que se salvan de esta práctica. Un par de arcos o dos piedras es suficiente para armar un encuentro entre vecinos o amigos.
Se trata de una costumbre guayaquileña jugar indor en las calles. Poco son los sitios, en el sur de la ciudad, que se salvan de esta práctica. Un par de arcos o dos piedras es suficiente para armar un encuentro entre vecinos o amigos.
02 de marzo de 2014 - 00:00 - Karen Bravo Villa. Estudiante de la Escuela Superior Politécnica del Litoral

Cuando la tarde empieza a caer en el puerto, de manera  casi religiosa, decenas de personas se aglutinan en una calle popular. En la que sea o en la que encuentren. Caminan y se sientan en  la vereda, en los bordillo o en una piedra. Al final eso es lo de menos. El fuerte sol de la tarde de un sábado los obliga a pedir una cerveza o un refresco, antes de disfrutar del espectáculo. El talento y la puntualidad son los requisitos si quieren formar parte de las filas de los equipos. Grupos que se eligen por afinidad, amistad o porque se sabe que tocan bien el balón.

Hace 20 años, todos los sábados, pasado el mediodía, llegan puntualmente  al  barrio Garay,  en el  sur de la urbe, cientos de personas para jugar el deporte del pueblo, el indor fútbol. Las calles son  Gallegos Lara entre Alcedo y Colón y vaya que atrae a personas de todas las edades, sin importar la condición social ni la política. Vienen de todos los rincones de la ciudad y se mezclan como si pertenecieran al mismo lugar o fueran familia. La amistad unida por un balón.

Entre los asistentes destaca doña ‘Manuelita’. La hincha viste el uniforme de su equipo del alma, Barcelona Sporting Club, y a sus 75 años no se ha perdido un solo partido del barrio. “¡Hola Manuelita!”,   dice un señor de bigotes que ha llegado. “¡Habla hermano!”,  responde entusiasmada. Se dan la mano de manera firme. Es todo un personaje en este sector.

María de las Lucías Malagón, más conocida como ‘Manuelita’, confiesa que el barrio Garay es su hogar, ya que vivió su infancia. “Aquí todos me conocen y saben como soy. Estoy aquí desde que se fundó el barrio”, comenta.

La gente observa los detalles de las jugadas. Algunos dan indicaciones como si fueran técnicos.


Los bordillos de las calles  se convierten en improvisadas gradas en las que se vive el indor callejero.
El espectáculo inicia a las 14:00. Dos equipos de seis jugadores entran a la improvisada cancha sobre el asfalto que incendia sobre la calle Gallegos Lara. Los carros de los asistentes se colocan alrededor del campo de juego y cierran el paso vehicular. Con eso se garantiza de que no haya accidentes de tránsito ni problemas. Y los atrasados, los que llegaron tarde por dormir la siesta se quedan sin equipo y  lamentándose.

Un joven se acerca al arco improvisado y se mantiene alerta a la llegada del balón. Las miradas se fijan en la pelota a la expectativa del encuentro. El olor a cerveza y humo de cigarrillo se minimizan cuando un señor de contextura baja, Jorge Rosado Yánez, llega con su carretilla de fritada. Todos lo rodean, pero nadie despega la mirada del partido.

Desde que se instauró el barrio Garay, por un grupo de personas que se apodó ‘Los Batiojas’, el sector es ampliamente conocido. Luis Paladines, uno de sus fundadores y miembro de ‘Los Batiojas’, afirma que ‘la Panamá’ es un semillero de futbolistas. “De aquí han salido grandes jugadores como ‘Chuchuca’ y ‘El Cholo’ Chalén, comenta con orgullo. En otras palabras el barrio Garay es cuna de futbolistas.

Paladines recuerda que hace años se mudó del barrio Garay, pero en medio de suspiros y de nostalgia, señala que cada sábado llega desde la cooperativa Martha de Roldós, en el norte de la urbe. No se pierde la costumbre por más que se vaya lejos. La gente siempre regresa.

‘Manuelita’ es un personaje en el barrio Garay. Ella no se pierde un solo partido.

El número diez de un equipo hace un gol. Entre aplausos, unos celebran y otros se quejan de la anotación. Que hubo trampa. Que no fue gol. Que nadie vio nada. Son las excusas que se inventan para invalidar la jugada, pero nada de eso sirve. El balón cayó a uno de los vehículos estacionados de manera transversal en una especie de muro de contención. Desde los vehículos y motos estacionados las personas festejan. Una persona con su pierna derecha enyesada aplaude al jugador. No le importa nada solo quiere disfrutar cada segundo del encuentro. Aquí hay jugadores que tienen sus hinchas que aplauden cada una de las jugadas. Pero también hay quienes rechazan cuando uno de los jugadores pierde el balón o no concreta un gol cantado. Carajo... es la palabra menos fuerte que se escucha.

El plato fuerte es el encuentro entre los jugadores más jóvenes. Todos concuerdan que practican buen juego y que son más veloces que aquellos que tienen más edad.

Las apuestas se doblan y doña ‘Manuelita’ está lista para partir, a su casa en la cooperativa Sergio Toral, en el extremo noroeste de la ciudad. El partido final es intenso... de fuerza, de entrega, de tácticas. Jugadas de primera, gente que se levanta del bordillo porque parece gol. Ahí se encuentran  los que gritan, los que insultan. Los comerciantes que pierden de vender porque se apasionan con cada jugada. Los transeúntes que se detienen a ver si fue gol, los que gritan, los que pelean. La efervescencia sube... en las radios del barrio suenan salsas, merengues..., canciones lastimeras que hablan de amor y decepciones. El partido está por concluir y ‘Manuelita’ ni corta ni perezosa se alista para irse. Su pasión por Barcelona se nota en el escudo del equipo del Astillero que está en su camiseta, en los anillos que no dejan un solo dedo libre.

La tarde cae y los hinchas alistan su partida. El partido termina y los jugadores se van de la calle a medida que el sol se oculta.

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