Guayaquil atraviesa un punto de quiebre
En 1992 empezó la reconstrucción de Guayaquil. No hace falta recordar los años de destrucción previos, aunque las nuevas generaciones tienen todo el derecho a conocer el estado desastroso al que llegó la ciudad, en todos los aspectos posibles.
Desde entonces han pasado ya 26 años y no se puede negar que se ha logrado cierto desarrollo estructural, de servicios e incluso de autoestima entre sus ciudadanos; sin embargo, este es el momento de atreverse a dar un nuevo salto. Es un punto de quiebre que Guayaquil debe aprovechar para alcanzar el estatus de una ciudad sostenible, digna para todos sus habitantes.
Si los pasados 26 años han sido buenos para construir avenidas y calles, para iniciar un sistema de transporte masivo, para llevar agua y alcantarillado a casi toda la población o para integrar la zona urbana –aunque sea solo con vías– a extensas zonas marginadas de la ciudad, los años venideros tienen que ser mejores.
El punto de inflexión debe procurar una ciudad inclusiva, una urbe amigable, no solo para los conductores, sino también para los peatones, con los niños y con los ancianos; asimismo, amigable con otras formas de movilización, aquellas que son ajenas o reniegan de los vehículos a motor.
Necesitamos una ciudad que, además de estéticamente verse bien, trate de la misma forma a sus ciudadanos. Guayaquil debe pensar en la peatonalización de algunas de sus calles, en abrir sus parques, repensar el espacio público y entenderlo como lo que es: público. (O)