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Economía, fe y salud movieron a los creyentes

Economía, fe y salud movieron a los creyentes
23 de abril de 2011 - 00:00

Clara Zambrano camina sin prisa a lo largo de la calle Lizardo García, en el suroeste de la ciudad. En su mano derecha lleva velas encendidas. La cera derretida cae caliente sobre su piel, pero a ella no le importa.

 

Clara viene de Chone, provincia de Manabí, en compañía de su tía, su hija y su nieta, y es una de las 700 mil personas que este Viernes Santo asistieron a la masiva peregrinación del Cristo del Consuelo, la tradicional procesión que se realiza cada Semana Mayor y que abarca más de 15 cuadras de este populoso sector de Guayaquil, desde hace 52 años.

 

Clara, de 49, tiene problemas de salud. Sufre de artritis, profundas depresiones y parálisis. Por esto, el año pasado debió interrumpir la caminata, a la que asiste desde hace 16 años.

 

Y en esto radica la fe de todas sus peticiones, su devoción... Mientras avanza, ora en silencio y pide un milagro. Le habla a Dios para que se lo cumpla: su recuperación total.

 

Un fuerte olor a sahumerio, inciensos, velas, el voceo de los vendedores informales, la gente orando a viva voz, con cantos cristianos, portando estampas, rosarios, la humedad en el ambiente, son los elementos que marcan la jornada.

 

En medio de la multitud, una mujer con rostro sereno, pero preocupado empujaba pausadamente una silla de ruedas. Su nombre: Luz Naranjo. Su dolor: su hermano Fausto, quien sufre de diabetes. Luz es ecuatoriana, pero vive desde hace 20 años en Nueva York.

 

Vino al país, exclusivamente para acompañar a su hermano en esta caminata y reavivar juntos su esperanza en días mejores.

 

Es que -según cuenta Luz- la condición de salud de Fausto es complicada, recientemente atravesó por una amputación, un coma diabético y un problema renal. Luz suspira. “Solo la fe en Dios nos puede ayudar”, añade.

 

Una gran cantidad de fieles empezaron poco a poco a aglomerarse en los exteriores de la Parroquia Espíritu Santo, en la calle Azuay, donde se esperaba la llegada de la imagen del Cristo del Consuelo.

 

Por medio de un altoparlante, se motivaba a los devotos a seguir las estaciones del Vía crucis, pero Ana Maura Chalén, de 77 años, hacía sus propias oraciones de rodillas ante la iglesia, con los ojos inundados en lágrimas y descalza.

 

Junto a ella estaba Patricia Vásquez, su hija, quien ya perdió la cuenta de cuántos años su madre lleva asistiendo a esta caminata. Ana Maura pide trabajo, pero también salud. Especialmente para una de sus hijas, diagnosticada hace poco con una enfermedad incurable.

 

Cerca del mediodía la multitud estaba efervescente. Con cantos, pétalos de flores, y sonoros: “Viva el Cristo del Consuelo”, la imagen arribó a la iglesia. Los más de 400 efectivos policiales dispuestos para la seguridad de la jornada no fueron suficientes para contener la multitud.

 

El arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui, habló de la importancia de la familia como complemento y núcleo de la sociedad. Destacó el valor de la vida y del amor de pareja, refieriéndose a estos como valores perdidos en los últimos tiempos.  Al final, el prelado dio su bendición a los asistentes.

 

Gracias por la buena salud

 

Más de 3.000 personas acudieron ayer a las 8:00 frente al colegio Dolores Sucre, donde se inició la XIX edición del Vía Crucis “La Esperanza”, un recorrido de 6 km y 4 horas y media por la Vía Daule.

 

Padres de familia con niños en brazos, ancianos y personas con discapacidad, acudieron a conmemorar la pasión de Jesucristo. El calor obligó a muchos a llevar gafas y sombrillas, pero a pesar de la esa molestia, aprovecharon la ocasión para pedir y agradecer al Señor.

 

Desde el inicio del recorrido, casi 20 voluntarios, entre estos  Ángela, quien prefirió omitir su apellido,    levantaron el crucifijo del “Señor del Gran Poder”.

 

Ella  eligió caminar descalza durante el trayecto, algo que ella califica como una muestra de penitencia y gratitud.

 

“Hice una promesa, si mi hijo se curaba iba a hacer ante Dios cualquier tipo de sacrificio”, acota,  “todo lo bueno que me ha pasado es gracias a Él”.

 

La mujer vive sola (cerca de su hijo y nuera) en la cooperativa Juan Montalvo del km 8,5 de la vía a Daule.

 

Su  hijo  consumió drogas desde los 14 años, algo que trajo consigo severos conflictos  en su vida. Ya han pasado 4 años desde que el joven adquirió la adicción  y hoy por fin pudo superarla. “Ha cambiado muchísimo, ya no sale ni anda en esas cosas, ahora solo se hace cargo de su  esposa y bebé”, comentó.

 

Por esto aseguró no importarle ensuciar, quemar o lastimar sus pies, ya que  es algo que debe soportar “por amor a Cristo”.

 

Entre una estación y otra, los fieles  caminaron de 20 a 30  minutos, cerca de un camión que trasladaba a la banda musical.

 

Durante el recorrido se cantaron   líricas como “Caminaré, tú me das tu luz, caminaré, tu me das la fe”, y se      rezaron los Misterios  Dolorosos del Santo Rosario.

 

Al llegar a cada punto, se observó en una tarima la escenificación de las estaciones bíblicas que relatan la muerte de Jesús. En estas, jóvenes se disfrazaron de personajes de la época, y se mantuvieron inmóviles durante las lecturas del evangelio, meditación y oración final.

 

Entre el resto de asistentes, se encontraban Franklin Avilés y Cruz María Castro, una pareja de esposos de la cooperativa 8 de Mayo,  ambos padecen de graves dolencias. Desde hace 3 años él sufre de dolores en la columna vertebral, mientras que ella es ciega de un ojo y perdió su pierna  hace 5 años a causa de diabetes.

 

Cuando escuchó los cantos penitenciales, Franklin empujó la silla de ruedas de su esposa y avanzó a paso firme. “Quiero que Dios me dé fuerzas para salir adelante, le pido más años junto a mi mujer y que la proteja de todo mal”.

 

A lo largo del recorrido, Cruz María juntó sus manos y cerró los ojos al unísono para hacer sus peticiones  “Quiero tener  más años de vida para poder ver crecer a mis hijos y nietos”, dijo entre lágrimas. “Es lo más importante para mí”.

 

Los espacios de confesiones también estuvieron disponibles. Fueron cientos los  devotos que durante la procesión acudieron a dialogar con el padre Marcos Pérez, Obispo Auxiliar de Guayaquil y Marcelo Santana, párroco de la Iglesia de San Juan Diego; estos permanecieron frente al vehículo y lejos de la multitud para atender a los fieles.

 

Agradecimiento por  réditos

 

Rocío Mora, de 43 años, formó parte de  más de 1.500 personas que acompañaron las imágenes de Cristo y María, durante la procesión de la iglesia Nuestra Señora de la Alborada. Con casi 30 años de antigüedad, el acto religioso es uno de los más concurridos en el norte de la ciudad.

Por la vestimenta, Mora no llamaba la atención. Con un pantalón jean, blusa blanca y una gorra del mismo color, ella esperó, desde las 07:30, el inicio de la liturgia, la cual comenzó puntualmente a las 08:00.

Mora, a diferencia del grupo que caminó delante de las imágenes, llevó los pies descalzos. No por ello dejó de pintarse las uñas “para que al menos luzcan bien”.

Ella está convencida de que “el sacrificio es la mejor redención por los pecados” y que con la penitencia de caminar sin zapatos puede aspirar a mayores bendiciones.

 

Mora tiene un pequeño negocio particular en el norte de la ciudad. “Durante todo el año pasado me fue bien y un tributo así, descalza, es lo menos que puedo hacer por tanta dicha”, afirma.

“Con vosotros está y no lo conocéis”,  fueron las primeras líneas de una hoja con 14 alabanzas (una por cada estación) que llevó en sus manos, y que empezó a entonar a la orden del párroco Jaime Cedeño.

Mora es madre de familia de dos adolescentes y por ello comenzó desde hace tres años a asistir a la procesión en La Alborada.

Nunca había participado de estos ritos, aclara, empezó a hacerlo voluntariamente por el bienestar de su familia. “Los jóvenes hoy en día están expuestos a muchos peligros y hago esto porque estén bien”.

La penitencia de los pies descalzos fue notada por quienes la rodeaban y algunos de ellos parecían vigilantes de que Mora no pisara algo que le pudiera ocasionar molestia o dolor, como bien pudo producir una botella de cerveza rota cerca de la III Estación: “Jesús cae por primera vez”.

 

Personas como Manuel Morán, de 55 años, se adelantaron a Mora y empezaron a limpiar el lugar. Sin embargo, “por las dudas”, dijo Morán, le advirtió a la ciudadana que desviara un poco su camino.

 

“La cabeza colgando, las manos destrozadas y los pies sangrando” fue el cántico que entonó Mora a su arribo a la III Estación.

 

La dama no pudo evitar la comparación de la letra de la alabanza con el anterior suceso. “Si me daba el cuerpo, yo seguíría aún con los pies lastimados”.

Todo sacrificio valía la pena. “Este año he recibido muchas cosas buenas, todo lo que pedí de corazón, se me dio”.

 

Aunque vive en Guayacanes, donde hay otras procesiones disponibles como en la parroquia “Nuestra Señora de Czestochowa”, Mora se apegó más a “Nuestra Señora de la Alborada” porque sus familiares viven por el sector.

 

“Querido padre, cansado vuelvo a ti”, fue una las últimas alabanzas de Mora, al llegar a la XII Estación: Muerte de Jesús. Estando cerca de la iglesia de la ciudadela Alborada, Mora agradeció también por el clima que, con un cielo parcialmente nublado, fue benévolo ayer con los feligreses.

 

Mora también dio gracias por los beneficios que aún no recibe. “Dios da lo que se necesita porque nunca nos abandona”, manifestó.

 

Para recorrer una trayecto de aproximadamente 5 kilómetros sobre asfalto y cemento, la única fuerza que movió a Mora fue la fe.

 

Pese al agotamiento “no dejaré de hacerlo el siguiente año”, aseguró. “Estoy segura que mi Señor me dará las fuerzas necesarias”.

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