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El Telégrafo
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Diálogo silencioso con los delirios propios y ajenos

Diálogo silencioso con los delirios propios y ajenos
06 de marzo de 2012 - 00:00

“Tengo una vida repleta de  fantasmas, de juegos inconclusos, de continuos arrebatos cercanos a la felicidad”, se escucha  detrás de una gruesa  tela negra, de la que aparecen manos disfrazadas de títeres rayados y multicolores.  
“Siempre hay millones de historias rondando mi  cabeza , luchando  contra mí....”, continúa otra voz, que es interrumpida por la de Víctor Acebedo, quien arenga con tono enérgico, mientras chasquea los dedos y camina descalzo:   “¡Vamos,  chicos! No se me queden en los textos”. 

Son cerca de las 16:00 del sábado y ellos ensayan. Reunidos en uno de los talleres del Instituto de Neurociencias -un cuarto de azulejos blancos y paredes celestes-  un grupo de 20 pacientes de diferentes áreas  prepara lo que será “Soñar, soñar”, una obra de teatro que se presentará por segunda ocasión en el Auditorio Simón Bolívar (ex MAAC), esta noche a las 19:00.

Víctor Acebedo, el  director de la puesta en escena, es un actor argentino que llegó al país en  1996. Su permanencia en el Ecuador tuvo dos culpables: los fenómenos naturales y el arte.  Se ha ido varias veces a tomar cursos y especializaciones en el extranjero, pero siempre regresa... y ahora se encuentra trabajando en esta obra que prepara desde mayo de 2011.  “El texto empezó a construirse con episodios de la vida de los pacientes. Ellos me contaban lo que querían hacer y fuimos viendo las posibilidades y dándole forma”, explica. 

El espectáculo está compuesto por varias partes: la dramática, la audiovisual y la musical. Todo se fusiona en un espectáculo de luces y utilería, que    incluye serpentinas y globos.

Dentro de “Soñar, soñar” se presentan 12 pacientes de la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) y 8 del Centro Diurno de Rehabilitación (CDR) del nosocomio guayaquileño. Los miembros de ambos  se encuentran en su proceso de socialización y reinserción.  

Uno de los pacientes-actores es Galo Sánchez,  licenciado en Filosofía de 55 años, que permanece asilado desde hace más de 4 en el instituto por un problema epiléptico.  “Yo voy a hacer el papel de un hombre que le lee una carta a su esposa, mientras se imagina que ella lo visita... la puede ver en su imaginación”.

Este hombre  -de mirar ensimismado y      apáticos movimientos-   sostiene que, si bien  disfruta  las horas destinados a los ensayos,  le ha tomado un  tiempo considerable aprender su parte del libreto.

Otra de las participantes es Ana María Ricci, bailarina profesional, quien permanece en el Hospital de Neurociencias desde hace más de 15 años. Con desplazamientos ágiles, esta  mujer alta, corpulenta y de larga cabellera canosa se desenvuelve en el improvisado escenario del ensayo.

Sus manos y  pies aún conservan la delicadeza de sus días de balletista. Fumadora desde los 15 años, Ana María, de 57 años, se revela como alguien “muy emocional, muy emotiva”, a quien un desorden nervioso le trastocó la vida y la carrera.

“Me voló la luz que viene de la inmensidad /inevitable es pensar...", reza la letra de una de las melodías de Daniel Álvarez, de 29 años, compositor y músico autodidacta,  parte de la UCA desde hace dos meses por adicción a sustancias estupefacientes.

“Varias de las canciones que interpretaremos en la obra son mías y surgieron durante mi encierro. Ahora puedo decir que me siento bien y más tranquilo”, explica Daniel, a la vez que juguetea con su armónica.

Ney, Matías, Alejandro, Jéssica, Steven,  Milton, Luis Carlos, Carolina y Ámbar, al escuchar    la letra de la canción “Al otro lado del río”, le ponen el sonido con guitarras, armónica e instrumentos de percusión.   “Sobre todo creo que no todo está perdido...”, se escucha de fondo.   Ellos entonan, bajo la dirección de Raquel González, su maestra de canto.

Al final de la primera secuencia de la obra, cada uno se coloca una máscara blanca, luego la mira, la reconoce y se descubre. Entablan diálogos silenciosos con el objeto, con sus delirios, con los propios y los ajenos.
“¡Qué lindo que es soñar / y no te cuesta nada más que tiempo!”, cantan todos al unísono, mientras agitan sus brazos y sonríen.

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