Detrás del caos existe una arquitectura diversa
Vendedores de verduras, de alimentos preparados, de ropa, de productos para el aseo personal ofrecen sus precios y ofertas, casi todos al mismo tiempo. Muchas personas, hombres y mujeres, varias de ellas con rasgos indígenas, entran y salen al apuro, algunos desmontan grandes sacos o pequeños cajones con papas y cebollas del balde de las camionetas.
El sonido de las voces se funde con los pitos de los autos, de los buses. Huele a picante, a sudor y a comida; huele a todos los olores juntos.
Allí, entre las calles 10 de Agosto, 6 de Marzo, Clemente Ballén y Lorenzo de Garaicoa, está el Mercado Central, un punto de referencia en el centro de la ciudad.
Se trata de una edificación de estilo neoclasicista que fue construida entre los años 1922 y 1923 por el arquitecto italiano Luigi Fratta y el ingeniero Oscar Battaglia.
El Mercado Central, así como cientos de casas, monumentos y calles con un alto valor histórico y patrimonial en la ciudad, es una muestra de nuestra herencia extranjera y de la gran riqueza arquitectónica, que queda escondida y muchas veces relegada detrás de toda la intensa actividad y las diversas formas de vida y expresiones populares que se desarrollan en sus alrededores.
El arquitecto e investigador Florencio Compte ha estado vinculado con el estudio de la arquitectura local desde 1986. “Inventario de la Arquitectura civil, pública y religiosa de Guayaquil, entre el siglo XIX y 1950”, “Patrimonio arquitectónico urbano de Guayaquil”, “Guayaquil, lectura histórica de la ciudad”, “Guayaquil, al vaivén de la ría”, son algunas de sus publicaciones en los últimos 25 años, algunas, compartidas con otros especialistas en el tema.
Para él, se debe poner en contexto el desarrollo de la arquitectura de la ciudad y establecer que esta, como valor patrimonial, debe ser analizada en función del crecimiento de la urbe, tomando en cuenta ciertos aspectos históricos ineludibles, como el gran incendio que la asoló desde la noche del 5 hasta la mañana del 6 de octubre de 1896 y que destruyó gran parte del centro y norte de la antigua ciudad. “A partir de este hecho, Guayaquil se destruye, por lo tanto no tenemos vestigios de una arquitectura colonial”, indica.
El especialista asegura que los valores de nuestra arquitectura patrimonial se establecen con los trabajos de reconstrucción, luego del voraz desastre. “Son construcciones con otro tipo de valores porque nuestro patrimonio se empieza a constituir luego del incendio, en el proceso de reconstrucción y con la incorporación muy temprana en Guayaquil no solamente de la arquitectura académica sino, luego, de la moderna, en la que este puerto es una ciudad pionera en el Ecuador”, señala.
Legado europeo: sus huellas
Según el texto “Arquitectos de Guayaquil”, una publicación realizada por Florencio Compte y la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil en 2007, la historia arquitectónica de la ciudad ha pasado por varias etapas que arrancan en el año 1897 con la reconstrucción de la nueva urbe y la continuidad de la arquitectura tradicional, hasta 1970, cuando se consolida el movimiento moderno, pasando por etapas como el academicismo (1916-1929) y el antiacademicismo (1931-1949).
Estas fases estuvieron marcadas por grandes figuras de la construcción de procedencia española, francesa o italiana que trabajaron en varias edificaciones, dejando una huella de sus escuelas y de su paso por la ciudad.
Américo Cassara, Pedro Fontana, Hugo Faggioni, Manuel Eduardo Gambarotti fueron algunos de los arquitectos que intervinieron en la construcción de edificios emblemáticos, como el de la Sociedad Italiana Garibaldi, el Centro Ecuatoriano Norteamericano; y la ornamentación de otros, como la del edificio del diario El Telégrafo. De este grupo se destaca Francesco Maccaferri, responsable de la dirección arquitectónica del Palacio Municipal y precursor de la arquitectura moderna de Guayaquil.
“Poco a poco se fueron incorporando elementos que pertenecían a otras arquitecturas, pero que se convirtieron en parte de la nuestra, como los soportales, que son elementos de defensa contra el sol intenso y la lluvia y que separan la calle del espacio privado”, sostiene Compte.
El especialista afirma que, al ser un puerto abierto, Guayaquil recibe influencias de muchas partes del mundo, un criterio con el que coincide Felipe Jurado, arquitecto que labora en el sector privado y que está vinculado a la docencia. “Somos una mezcla de migrantes árabes, chinos, gente que viene incluso del interior del país”, manifiesta Jurado, “por eso nos transformamos en un compendio, en una mezcla ecléctica”.
Existen otros elementos, como las ventanas de chazas, los patios internos y las galerías, que se mantienen en ciertas construcciones, pero que pasan desapercibidos, dice el arquitecto Pablo Lee, planificador estratégico de la Regional 5 del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), quien también ha estudiado la arquitectura de la urbe, desde 1980.
“Muchos de estos son más que ornamentos, porque cumplen una función, como la regulación climática al interior de las viviendas o la representación de la vida urbana... por ejemplo, el patio central, alrededor del cual gira toda la casa y que viene a ser el equivalente a la plaza en las ciudades, a donde se llega y desde donde se distribuye todo”, detalla Lee.
La variedad marca la identidad
“La riqueza de la arquitectura de Guayaquil está dada por su diversidad”, afirma Florencio Compte, un criterio con el que coincide Pablo Lee: “Es difícil hablar de una sola tendencia o un solo estilo, nos constituimos en una mezcla y allí radica nuestra dentidad”.
De igual manera, el Arq. Jurado opina que no tenemos una identidad fija. Él identifica una especie de caos. “Este caos ha intentado ordenarse últimamente por acción de ciertas obras municipales y la incorporación de elementos tradicionales en las construcciones, como los adoquines, pero es la mezcla lo que nos vuelve caóticos”, sostiene.
Por su parte, Compte señala que identidad no significa homegeneidad. “Yo diría que en contadas ciudades del mundo, excepto aquellas que tienen una gran tradición, existe esto. En América Latina incluso es muy difícil de encontrar. Nuestra ciudad es más heterogénea”, explica. Sin embargo, asevera que la sociedad guayaquileña está marcada por la novedad, por la búsqueda de innovación.
“Esto se transforma en un círculo vicioso, donde los arquitectos reproducen acá lo que ven afuera porque es lo que a la gente le gusta. No hay referentes ni un proceso de reflexión claro sobre qué hacer respecto a nuestra arquitectura”, expresa.
Al respecto, el arquitecto Pablo Lee, dice que es necesaria una reinterpretación de la arquitectura tradicional para reincorporar ciertos elementos a las edificaciones contemporáneas. “En el caso de las urbanizaciones de la vía a Samborondón, la historia nos muestra que estamos demasiado influenciados por la moda. Ni siquiera se transforma el asunto en una tendencia, porque no existe una intención, no se evalúa, ni se aprende del pasado, es solo moda”, enfatiza Lee.
Por su parte, Jurado aduce que las ciudadelas privadas son un pésimo ejemplo de arquitectura, pues no representan la vida urbana al ser sectores ideados para el conductor y no para el peatón. “Si una persona quiere cruzar la calle, no puede. Es terrible. Es tortuoso. La circulación peatonal es escasa, incluso dentro de las urbanizaciones porque todo se hace en carro. No hay una verdadera vida urbana”, apunta.
Compte rescata ejemplos de aplicaciones eficientes de elementos de nuestra arquitectura para convertirlos a un lenguaje contemporáneo, como el edificio de exposiciones en la plaza Rodolfo Baquerizo. Sin embargo, destaca otros que, a su criterio, no son positivos.
“El centro comercial San Marino incluye en un solo lugar todo lo que supuestamente es la arquitectura tradicional y se transforma en una especie de pastiche”, observa.
Lee considera que, aunque nuestra identidad se sustenta en la diversidad, debería existir la búsqueda de una identificación propia como ciudad en la parte arquitectónica. “Debe estar basada en patrones históricos, es necesario abrir un debate con el fin de ir buscando entre facultades, universidades e instituciones”, estima.
El INPC considera dentro de los bienes patrimonales de la ciudad a 111 edificaciones, además de institutos urbanos, agrupaciones que tienen una cierta similitud, como el Cementerio General; y más de 118 casas que corresponden a dos pequeños conjuntos residenciales del Barrio del Salado y del barrio Orellana, puesto que representan períodos de la historia de la ciudad.
Según expresa, este es el principal criterio del INPC para la preservación de estos lugares, en un puerto cuyo caos esconde una variada belleza.