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De las tablas a las calles

El público acude en gran número para observar las presentaciones callejeras. No existe una tarifa, la gente da la cantidad que tenga. Foto: Cortesía.
El público acude en gran número para observar las presentaciones callejeras. No existe una tarifa, la gente da la cantidad que tenga. Foto: Cortesía.
13 de abril de 2014 - 00:00 - Tamara Castillo y Xiomara Banda, estudiantes de la Universidad Laica Vicente Rocafuerte

El sol apenas se había desplomado. A las 17:00, luego de una larga jornada de trabajo, la gente empieza a desestresarse y el puerto comienza a bajar las revoluciones. En las esquinas la gente se agrupa para conversar de cómo le fue el día. Otros se alistan para ir al cine o de compras y unos cuantos se aprestan a ver una función de teatro callejero, de ese que no te cobra entrada ni te reserva espacio y mucho menos te tiene listo un cómodo sillón. Lo que se quiere es ver una función callejera que no escapa del drama ni el humor. Allí en pleno centro, en la mismísima 9 de Octubre y Pichincha, afuera de Corporación Financiera Nacional, el teatro callejero de portal está listo para que los transeúntes, jóvenes y viejos, altos o bajos, gordos o flacos, se diviertan un poco. Solo falta esperar que sea más oscuro y que los municipales no interrumpan.
El teatro callejero es una manifestación artística que forma parte de la cultura popular ecuatoriana que se hace en escenarios urbanos improvisados, en donde los actores solo reciben ayudas voluntarias. “Ayude con lo que tenga”, dicen los mismos artistas.

El teatro callejero en Guayaquil ha pasado por 3 etapas. La primera inició en 1980, con el primer grupo teatral conformado por Oswaldo Segura, Henry Layana, Alfredo Martínez, Rubert Valencia y Azucena Mora. Ellos actuaban en el teatro Bulevar ubicado en Boyacá y Clemente Ballén; así lo recuerda Oswaldo Segura. “Nosotros somos quienes decidimos sacar el teatro de las tablas a las calles para que la gente que no podía pagar disfrute el espectáculo”. Era una forma de llevar el teatro a la gente que no podía comprar una entrada y que quería distraerse con algo muy profesional.

Luego Henry Layana, crea otro grupo de teatro en Babahoyo llamado ‘Los comediantes’. Estos teatreros llegaban a Guayaquil para ofrecer su show. Los espectáculos consistían en hacer parodias de la vida cotidiana o mediante la actuación plasmar las actividades que realizaba alguna autoridad que a ellos no les parecía que estaba bien. De este grupo nacen actores que luego tienen sus espacios televisivos en programas de comedia.

La segunda etapa se inició en la década del 90. Es donde se incorporan nuevos talentos y nacen grupos como Caras y Gestos. Ellos se dedican a las parodias con tintes políticos, esta etapa fue algo difícil porque al integrarse nuevos talentos vinieron nuevas ideas en donde interpretaban a personas homosexuales y machistas. Fue un lapso en donde no se dejó de explotar lo cotidiano, lo que vive la gente, el desempleo, la falta de dinero y cosas que le pasan a cualquier ser humano.

Esta etapa fue algo difícil porque ellos se ubicaban bajo el edificio San Francisco. Ahí les lanzaban huevos, hielo y agua, porque así como hay gente a la que les gustan, existen quienes no los soportan.

En el 2003 comienza la tercera etapa y es donde se produce un ‘desfase’ porque muchas personas que empiezan a hacer teatro callejero no son actores, sino vendedores que improvisan y llegan hasta la vulgaridad y la burla.

Pero a pesar de los problemas que afronta con personas improvisadas, el teatro no debe desaparecer, asegura Peter Olvera, actor guayaquileño de 45 años, que tiene 28 dedicados al teatro en las calles.

Olvera es uno de los actores que aún entretiene a la gente en las calles, él junto a su colega Pepe Saltos, de 35 años, son quienes hacen teatro en la 9 de Octubre.

Arte de las veredas

Son las 19:00 y el show aún no empieza. El público comienza a llegar; jóvenes, adultos y niños simulan estar en un teatro. “No tenemos hora fija para iniciar el espectáculo, debemos esperar que se vayan los ‘metropolitanos’ para estar más tranquilos. Y no solo eso, que haya un número mínimo de 50 personas”, afirma Olvera, quien aparenta ser una persona seria, pero todo termina cuando empieza a maquillarse, a colocarse un largo vestido y una peluca rubia. Está listo para interpretar el personaje de ‘Panchita, la pipona pelucona’.

Así como Olvera y Saltos, llegan al centro de Guayaquil más actores como Reinaldo Vera, de 31 años de edad y 10 de actor, también llega José Luis Montoya, de 35 años y 22 dedicados al espectáculo. Ellos se aprestan a divertirse con la gente que gusta de estos shows.

Sus ‘sketchs’ están relacionados a la vida cotidiana de las personas, como infidelidades, vecinas curiosas, chismes, matrimonios, niños malcriados y una que otra parodia jocosa para algunos funcionarios.

“El problema está en la persecución de parte del Municipio de Guayaquil, quienes no nos dejan trabajar libremente, no pedimos tener sueldos, lo único que queremos es ser ubicados en un lugar donde la gente pueda acudir y podamos trabajar libremente, como sucede en ciudades como Quito y Cuenca. En estas urbes simplemente por ser artistas los ubican de inmediato”, asegura Olvera.

Dicen haber mandado oficios al alcalde de Guayaquil, para ser ubicados o para trabajar en talleres y enseñarles a niños, pero nunca reciben contestación.

Esta es una profesión donde no se gana mucho, no se tiene seguro social, ni liquidación, no se jubilan, pero ellos aman el arte e insisten en seguir demostrando su talento.

Para el máster y sociólogo Jorge Nicolalde, docente de la Universidad de las Artes de Guayaquil, la labor que ellos realizan es muy importante porque es un medio para comunicarse, socializar y brindar cultura a los demás, por lo tanto “no hay un punto negativo, mientras los teatreros no utilicen palabras soeces ni vulgares”, aseguró.

Algunos actores que trabajan todos los días ganan $ 30 como máximo. A veces únicamente pueden recaudar $ 10.

Otros actores solo trabajan los fines de semana en horarios vespertinos y nocturnos en la 9 de Octubre, afuera de la iglesia San Francisco. Ellos ganan hasta $ 60, siempre y cuando haya cerca de 200 personas viendo sus actuaciones. El resto de la semana se dedican a viajar por varios sitios, en especial por los pueblos que están de fiesta.

Muchas veces, dice Olvera, somos tratados como delincuentes. Y hace referencia a la ocasión en que visitó Machala y recibió insultos. “En algunas ciudades no somos bien acogidos”.

El actor Oswaldo Segura explica que el teatro callejero como género es importante para el desarrollo cultural en el país. “Para ser actor se debe estudiar, investigar y prepararse, lástima que se haya degenerado un poco el lenguaje con palabras indebidas, por lo que hay entidades que no apoyan este arte. Nadie va a invertir en algo que atente contra la moral, por eso nuestra exigencia de que quienes hacen teatro callejero sean actores”.

Cristhian García, actor del programa Los Compadritos, que se transmite por Canal Uno, asegura que lo positivo del teatro es que mientras haya arte, el ser humano se puede socioculturizar. Pero la mayor satisfacción de un artista es hacer reír al público, sin importar si se trata en un teatro o en la calle. “Es raro, dice García, que existiendo parques en muchos puntos de la ciudad no se habilite uno para que la gente pueda disfrutar de un espectáculo sano y divertido.

“El teatro consiste en representar figuraciones vivas de acontecimientos humanos ocurridos o inventados, con el fin de divertir”, finalizó Saltos.

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