De ‘El Perico’ a Pancho Jaime: La caricatura política en Guayaquil (1885-1989)

La caricatura es un medio artístico que propone una realidad alternativa ante las condiciones de existencia de una sociedad. Y cuando se trata de caricatura política, se sitúa frente al poder para cuestionarlo y asienta una línea expresiva que se vincula con la sátira. Dicho de otro modo, es una representación artística de carácter satírico que vincula dos tradiciones que conviven –y lo han hecho siempre- en su historia: la ética y la política. Ambas son las fuentes semánticas y discursivas que anteceden a la operación caricaturesca, sin las cuales un dibujo humorístico no alcanzaría la resonancia que tiene en las sociedades occidentales contemporáneas.

Propia de la modernidad occidental como sensibilidad de época, la caricatura se vincula al estudio y crítica de la subjetividad, cuyo ascenso se produce a partir del humanismo renacentista. Posteriormente, jugará un papel clave en el proceso revolucionario francés del siglo XVIII. A partir de la Revolución Francesa (1789), la caricatura se abrió un espacio propio en la prensa, emergiendo como una voz subterránea en el aquelarre de los espíritus enfrentados.

Así llegó al Ecuador, hacia la segunda mitad del siglo XIX, cuando todavía era un pasatiempo de ilustrados. El primero de estos fue un liberal masón quiteño que participó en todos los movimientos artísticos y culturales de su tiempo: Juan Agustín Guerrero (1818-1886), quien elaboró un puñado de imágenes humanas y animalescas que retrataron la podredumbre del siglo. No importa de qué color fueran los sujetos aludidos, si azules o rojos, conservadores y liberales…En todos los casos, los caricaturistas mostraban sus debilidades, las que eran oreadas públicamente por el aroma del lápiz fino.  

Junto a Guerrero, un liberal costeño hacía su aparición cuando el país sufría el desgobierno de un conservador terrateniente disfrazado de “progresista”. Pero, esta vez, el caricaturista traspasó las fronteras ideológicas que la sociedad ecuatoriana le marcaba, imprimiendo sus humores en periódico satírico que se convirtió en su proyecto personal de artista y signo de identificación. Así nació ‘El Perico’ (1885) y fue Francisco Martínez Aguirre el promotor de una nueva prensa de agitación política que daba sus primeros ‘vuelos’.   

La alusión a la fábula que hacían estos narradores de lo cotidiano traería una línea de continuidad que aún hoy puede rastrearse en los editoriales gráficos de la prensa ecuatoriana. Pero él y otros como R. Chiesa, F. G. Queirolo y Policarpio Ventorrillo Opinionitis fueron pioneros en un medio sociocultural azotado por la confrontación y el debate político-ideológico entre liberales y conservadores.

Anticlericales los unos, ‘curuchupas’ los otros, exponían sus diferencias en múltiples escenarios, desde el discurso parlamentario hasta el campo de batalla. Y en medio de esos ‘extremos’, un puñado de radicales guayaquileños eran los portadores de un nuevo lenguaje, aquel que por primera vez exteriorizaba su acción comunicativa. Surgió así la caricatura política en el puerto de Guayaquil, moralizadora y orientada a convertirse en instrumento de propaganda política e ideológica de los liberales radicales, desde la más gravitante de las plataformas: la prensa. 

Una caudalosa producción humorística basada en décimas y coplas populares de origen montubio (amorfinos), junto a litografías impresas de caricaturas fue el repertorio de estos folios de pequeño formato que fueron tildados de ‘prensa menor’. Pero, más allá de sus críticos, este tipo de producción gráfica y literaria resultó clave para difundir las ideas de Eloy Alfaro y los liberales radicales entre un público mayoritariamente analfabeto que a partir del contenido humorístico simpatizó con la causa montonera. 

La popularidad de ‘El Perico’ y otros periódicos satíricos de la segunda mitad del siglo XIX se debió a que estos activistas supieron enfrentar los problemas cotidianos con ironía y hasta con sarcasmo, al tiempo que blandieron su lenguaje para enrostrar, sin temores, los defectos de los políticos y otros aventureros públicos.  

De ahí en adelante, los caricaturistas se convirtieron en los voceros del sentir popular e intérpretes privilegiados de la opinión pública, a lo largo de más de un siglo rubricado por nuevos actores que empuñaron la idea del ‘pueblo’, un significado empleado por políticos, ideólogos y demagogos de todos los pelajes.

El dardo de la sátira envenenada también recayó en los caudillos del siglo XX, entre los que destacó el ‘loco’ Velasco Ibarra. Su estampa de faquir maravilló a decenas de caricaturistas, que se entretuvieron con sus anécdotas y frases célebres, convirtiéndolo en un personaje que pobló la prensa escrita durante décadas, tantas como el número de sus periodos presidenciales.   

‘Cocoricó’ (1932-1934) fue el medio que congregó a talentosos dibujantes que simpatizaban con la izquierda marxista, entre ellos, Virgilio Jaime Salinas y Galo Galecio. El evento que disparó la atención de estos iconoclastas fue la denuncia de que Neptalí Bonifaz, el presidente electo, en su juventud se había declarado ‘peruano’.

Posteriormente aparecerán publicaciones como las revistas ‘Momento’, ‘Mañana’, hasta desembocar en la obra de un caricaturista político extremo: Pancho Jaime, mezcla de rockero, adventista, proletario e insultador profesional, quien abordó y hasta elaboró historias truculentas en sus dos revistas: ‘Censura’ y ‘Comentarios de Pancho Jaime’.

Aunque obviamente no hemos mencionado a todos los actores y espacios de la caricatura porteña -el tema trasciende la extensión de esta columna-, los aquí referidos son casos paradigmáticos que manifiestan la virulencia de las imágenes, lo que se explica en relación a los hechos y coyunturas de la agitada vida política de este país.  (I)