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Con pulso de cirujano y fuerza de herrero, las cajas fuertes se ‘abren’ en el barrio Garay

Para Juan, la jornada laboral es de 09:00 a 18:00, de lunes a sábado. Por momentos sale a buscar materiales o hacer un trabajo del que se cobrará sus honorarios según el desperfecto.
Para Juan, la jornada laboral es de 09:00 a 18:00, de lunes a sábado. Por momentos sale a buscar materiales o hacer un trabajo del que se cobrará sus honorarios según el desperfecto.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
22 de abril de 2017 - 00:00 - Edward Lara Ponce

Han pasado 47 años desde la primera vez que Juan Chico Castro tuvo contacto con una caja fuerte. Todo comenzó porque su padre se dedicaba a esta actividad.

Para ejercer esta labor se debe tener un buen oído, manos fuertes, un pulso de médico y hasta un grado de suerte para abrir las cajas de seguridad, así sean de última generación  o tengan más de 100 años de antigüedad, refiere.

“Una vez entré al cuarto de mi papá y vi la caja abierta. En ella habían billetes de 500 y 1.000 sucres, esa imagen nunca la olvidaré”.   

Pero esta actividad que no deja de ser artesanal, suele atraer a malhechores, y eso pone en una situación desfavorable a quienes trabajan de forma honesta.

“Hace 2 décadas me contrataron para hacer un trabajo en Durán. Me dijeron que deseaban abrir una caja fuerte. De inmediato sospeché de que se trataba de un robo, pero igual no tenía indicios de nada. Hice mi trabajo, cobré sin hacer preguntas y sin siquiera pedir agua”.

Otro hecho que marcó a este  artesano ocurrió  durante la crisis financiera de 1999. Esta afectó no solo a miles de cuentaahorristas de los bancos cerrados, sino a muchos negocios. “Me quedé solo, sin ayudantes porque no me queda ganancias. Ese año marcó la vida en el país. Muchas personas, en esa época llegaron con cajas fuertes cerradas que supuestamente se las habían vendido a la entonces Agencia de Garantía de Depósitos (AGD). Eso decían, nunca pude comprobar si era cierto”.

El declive de su negocio se ahondó cuando empresas muy grandes se dedicaron a la comercialización y mantenimiento de cajas fuertes. Los pedidos de trabajos se redujeron aún más.

“Existen entidades en donde sus directivos prefieren contratar a una compañía y no a un artesano. Creen que uno les va a robar luego de terminar el trabajo y no es así”. 

Estas empresas que contratan y capacitan a su personal, por distintos motivos dejan ir a personas que con todo derecho instalar su taller. Lo malo es que dañan el mercado y cobran muy poco.

Ante esta situación, el hombre que por 30 años ha hecho de su taller ubicado en Colón 501 y Víctor Hugo Briones su segundo hogar decidió no solo abrir cajas fuertes. También aprendió a fabricar puertas blindadas, rejas para ventanas y demás artículos que tengan hierro.

 Su local del barrio Garay tiene 4.5 metros de ancho y 12 de fondo, Chico tiene cajas fuertes tan viejas que fueron rellenadas con aserrín. Con los años esto cambió y su interior fue de concreto para hacerlas más resistentes al fuego.    

Los mecanismos de estas herramientas de seguridad también mejoraron, pasaron de ser mecánicos a digitales, comenta Juanito, como lo llaman sus familiares y amigos. 

Arrimado a una estructura metálica, el hombre arregla sus lentes y dice que el último trabajo que terminó y estaba por entregar era una creación de su padre, algo que se hizo hace más de 30 años. 

La nostalgia de poder trabajar algo que hizo su padre pudo más que la necesidad de cancelar los $ 200 por el alquiler de su taller.

“A esta caja la abrí. Empecé con la cerradura, le cambié clave, arreglé el manubrio, la puerta y la pinté.  Todo por $ 60, algo que debí cobrar $ 120”.

El dueño de esta caja, Galo Maldonado, dice que le dio poco uso y que el tiempo le pasó factura. Prefirió no dejarla perder ni dejar de ver al hijo de quien fue su amigo.

Muchas personalidades y familias acomodadas de la urbe recurrieron a Chico para que les haga trabajos, como Manuel Nogales Izurieta, Luis Noboa y los banqueros con procesos judiciales, cuenta recostado sobre un pilo de cajas. (I)   

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