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Civilista, ilustrado y liberal pragmático

Civilista, ilustrado y liberal pragmático
15 de marzo de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En 1835, la segunda Asamblea Constituyente en el Ecuador nombró presidente de la República a Vicente Rocafuerte, personaje a quien el historiador y novelista Alfredo Pareja Diezcanseco llamó “déspota ilustrado”. Rocafuerte era un hombre de mundo que recientemente había vuelto al país, cargado de ideas liberales, lo que le había granjeado la fama de anticlerical y protestante. En su gobierno se inició la obra pública en el Ecuador, particularmente en beneficio de la educación.
Rocafuerte pertenece a ese grupo de dirigentes políticos del siglo XIX que no dudaron en sacrificar sus ideas liberales para imponer el orden, en una sociedad que demandaba el ejercicio de un poder pragmático, para evitar la anarquía que, a todas luces, era el mayor peligro para la conservación del sistema republicano. Así lo expresó, en su momento, de modo tajante: “Verdadero amante de las luces y de la civilización, consiento en pasar por tirano para mejor establecer el imperio de la libertad”.1

Lo suyo era la ideología del progreso y la civilización. Carl August Gosselman, enviado del Gobierno de Suecia, se referiría a él como “un hombre que hasta en sociedades más civilizadas se destacaría por su educación, conocimientos y experiencia y, sobre todo, por sus sentimientos verdaderamente patrióticos”.2 Empeñado en construir escuelas y caminos, este presidente que no cobraba su sueldo y financiaba de su peculio becas a estudiantes de origen humilde, soñaba con imponer la civilidad, fomentando la tolerancia religiosa, persiguiendo a los agiotistas y estimulando el trabajo productivo.   

Pero, como observó Gosselman, su actitud desinteresada generaba extrañeza, pues “muy pocos de sus compatriotas saben comprenderle y mucho menos apreciarle, mirándole, en cambio, como un bicho raro […], como un presidente que piensa más en el bien del país que en el suyo propio”.3 Y es que Rocafuerte pensó seriamente en transformar el país y el mejoramiento de la educación fue su principal obsesión: introdujo el sistema pedagógico lancasteriano, creó una Dirección General de Estudios, promovió la diversificación de cátedras universitarias, construyó escuelas y colegios en todo el territorio nacional.   

En la aplicación de la política económica fue un liberal convencido, pues rebajó los aranceles de exportación e importación, lo cual, teóricamente, debía favorecer a las élites mercantiles del puerto. No obstante, los propios comerciantes de Guayaquil se opusieron por el temor de que estas medidas acabaran con el contrabando y el debate  político llegó a ventilarse en el Congreso, donde se censuró a dos ministros.

Rocafuerte fue un civilista que logró recuperar el sentido del orden y la discreción en la administración de la cosa pública, incrementó el volumen de los ingresos fiscales, al tiempo que impuso correctivos para combatir la falsificación de la moneda, que había sido un foco de corrupción en el gobierno de su antecesor.

En cuanto a su relación con las milicias, resultó clave su esfuerzo por construir infraestructura destinada a la educación: creó una escuela naval en Guayaquil y un colegio militar, inspirado en la experiencia de West Point, en Estados Unidos. Además, racionalizó los gastos militares e implementó un sistema contable que se adecuó a las nuevas prioridades de inversión.

El tribunal de la historia ha querido perpetuar a Vicente Rocafuerte como un liberal pragmático que gobernó con celo patriótico, aunque en el castigo fue más draconiano que el propio Flores. Se dice que durante su período se ejecutó a -por lo menos- 75 personas; sin embargo, su estampa de “déspota ilustrado” no pudo opacar su inquebrantable espíritu de constructor y organizador progresista, “el más grande e insuperado administrador que ha tenido el país”, como le calificó Pío Jaramillo Alvarado. Rocafuerte fue un civilista convencido que prefería “asistir a exámenes en las escuelas que revistar las tropas”;4 por ello, no le cabe el mote de “caudillo”. Más bien fue un ilustrado que asumió la responsabilidad de seguir la carrera política, en cuyo entorno maduró a golpe de traiciones y sinsabores. Y cuando le tocó dirigir al Estado ecuatoriano, se dedicó por entero al servicio público.

En 1839, Vicente Rocafuerte cumplió su período presidencial y asumió la Gobernación del Guayas, tal como había arreglado con Juan José Flores, quien volvió a ocupar el sillón de Carondelet. Allí gobernó por cuatro años, sin mayores tropiezos, por las bases que había edificado su predecesor, aunque tuvo que enfrentar problemas económicos derivados, en buena medida, de los manejos oscuros de su gobierno y de las fracasadas aventuras militares que emprendió para anexar Pasto al Ecuador.

1. Enrique Ayala Mora, La fundación de la República: Panorama histórico 1830-1859, en Enrique Ayala Mora, ed., Nueva Historia del Ecuador, Volumen 7, Quito, Corporación Editora Nacional/Grijalbo, 1989, p. 175.

2. Carl August Gosselman, Informes sobre los Estados sudamericanos en los años de 1837 y 1838, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1995, p. 123.
3. Ibídem, p. 124.
4. Ibídem, p. 124.

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