Capital montubia del Ecuador
Así le llamó el escritor José de la Cuadra a Guayaquil, en 1937, cuando publicó El montuvio ecuatoriano, acaso el más lúcido ensayo de aproximación que se ha escrito sobre la realidad del campesino del Litoral ecuatoriano.
Aún son contadas las personas que entienden lo montubio en toda su complejidad, pues frecuentemente aparece como estereotipo en programas de televisión que lo denigran, así como en cuadros dancísticos improvisados que lo tornan comparsa.
Pero resulta que el montubio es un pueblo que ha intervenido en episodios trascendentales de nuestra historia, como base social movilizada por caudillos regionales, en el caso, por ejemplo, de los “Chapulos” de Nicolás Infante y los “Montoneros” de Eloy Alfaro. Ellos siempre fueron “carne de cañón”, en un país que históricamente no quiso reconocerlos como sujetos con derechos colectivos, hasta que la Constitución de 2008 les hizo una justa reparación.
En Guayaquil y la Costa, lo montubio es parte de la cotidianidad desde el desayuno hasta la cena: el bolón de verde, el muchín, el corviche, el seco de gallina y el caldo de bolas testimonian, esplendorosos, su origen montuno y fluvial.
Sin embargo, pocos son los urbanos que reparan en ese diario contacto con la socioeconomía y la cultura de estos esforzados agricultores y ganaderos que, en su mayoría, se identifican como “montubios” y representan, cuantitativamente hablando, la primera minoría étnica del país, según lo comprueba el último censo de población.
A pesar de que lo montubio es un elemento constituyente de la cultura guayaquileña, principalmente en la gastronomía, la oralidad y las creencias populares, su presencia aparece trastocada por un imaginario de racismo y discriminación: cuando vemos a alguien que viste con muchos colores, le decimos “montubio” de manera peyorativa; de igual forma, si alguna persona no se orienta en la ciudad, por lo general, nos referimos a ella como “montubio” o “mojino”. ¿No es esto un ejercicio de violencia simbólica y rasgo de colonización mental?
Espinoso y largo es el camino para descolonizar las prácticas y los discursos en sociedades que aún no asumen sus raíces culturales; sin embargo, hay que reconocer que, en los últimos años, la agencia política de los montubios –estimulados por las movilizaciones indígenas- les llevó a reivindicar sus derechos ancestrales y a lograr importantes conquistas sociales.
Ya es hora de superar la fase clásica del proceso civilizatorio de la modernidad liberal que quiso incorporar a los “otros”, subsumiéndolos en la cultura dominante. Se requiere introducir una ética global que involucre políticamente a los sectores subalternos, en la construcción de una democracia radical basada en la civilidad. Así, los montubios, los indígenas, los GLBT, los discapacitados y otros grupos históricamente marginados serán, finalmente, ciudadanos partícipes de su destino y no víctimas del poder abusivo, como ha ocurrido en los últimos días con la Asociación de Ciegos de Guayaquil y su lucha porque el Municipio respete su derecho al trabajo.
En cuanto a los montubios, la eliminación de los programas de televisión y radio con contenidos discriminatorios es un clamor ciudadano que debe ser recogido por las autoridades competentes. Este sería el primer paso en la valoración del aporte montubio a la ciudad y el país.
Más allá de representaciones estéticas plasmadas, desde la urbanidad, por acreditados grupos folclóricos como Retrovador o el uso del amorfino en las escuelas durante las fiestas de julio y octubre, la mirada y percepción sobre lo montubio es angosta y prejuiciada.
Corresponde a las organizaciones que abanderan su proceso de visibilización, promover una gestión ciudadana responsable que supere el sesgo folclorizante que prevalece en el imaginario de la otrora “capital montubia” del Ecuador. Es imperioso que los actores socioculturales trabajen, sin esencialismos, vanidades, ni poses, en la configuración de un Guayaquil que respete y aprecie las diversidades que la constituyen en lo que es: una ciudad híbrida y multicultural.