Cantar es un acto que los ilumina, libera y fortalece
“La-la-la-la” es la tonada que Marilú Vera ejecuta al ritmo de las notas de un piano, siguiendo la melodía... Es el único momento en el que su postura cambia y se pone seria. El resto del tiempo, además de acariciarse las trenzas, ríe de forma nerviosa, con todos los dientes, apretando los ojos.
Marilú tiene 11 años y está en 7mo. grado de una escuela “cerca de su casa”, tal como cuenta con timidez. Ella fue una de las asistentes a las audiciones que se realizaron en el salón de actos de la Escuela Municipal de Ciegos, ubicada en las calles Machala y Bolivia y que tuvo como propósito escoger a los integrantes del coro de personas con capacidades visuales reducidas para montar un espectáculo teatral y musical a mediados de diciembre, en el evento conmemorativo por el Día de las Discapacidades.
Enfocados en esa meta, se preparan desde hoy. Así cuenta el director del coro e instructor de canto, Ian Moncayo, quien tiene tres años trabajando con los jóvenes y adultos que asisten a este centro municipal. “La obra es fantástica porque unimos personas que tienen diversas discapacidades visuales y auditivas, que están muy preparadas para actuar, bailar y cantar”, explica entusiasmado.
Pese a su experiencia en la profesión, preparando diferentes voces como en la Escuela Politécnica del Litoral o la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, estar en este coro le ha significado muchos desafíos profesionales y personales. “Trabajar con ellos es algo totalmente diferente a lo que haya hecho, porque hay que emplear métodos auditivos.
Por ejemplo, para que empiecen a cantar, hago un soplido fuerte que ellos ya saben que significa. Cuando cantan muy lento, sueno mis dedos, entre otros”, indica.
Este año, aspira a conformar un coro de 30 personas, entre adultos, niños y jóvenes, estudiantes de la escuela municipal y de otras instituciones.
Jefferson Valero tiene 19 años y su artista favorito es Leonardo Favio. “Ella, ella ya me olvidó / Yo, yo no puedo olvidarla”, canta, con voz sinuosa mientras Raissa Zhuner, asistente de Técnica Vocal, hace su prueba en la audición, que pasa sin mucho problema.
Jefferson perdió la visión a causa de una mala práctica médica cuando tenía 16 y le extirparon un absceso cerebral. En la escuela, además de cantar, aprende a manejar el bastón que, según dice, lo ha salvado de algunos golpes.
Además conoce el braille y cultiva sus sueños. Dice que quiere estudiar, que quiere ser abogado. Julio Peña canta para distraerse, para olvidar. Este carpintero de 57 años quedó ciego luego de un accidente de trabajo hace casi una década.
Aquí aprende -dice- a ser independiente, a leer de nuevo y también a hacer manualidades que luego le permitan trabajar. “Yo caí en la bebida luego de mi accidente. Mi familia me dejó y hoy gracias a las cosas que aquí aprendo he podido superarme”, cuenta.
Este es uno de los propósitos de este centro de estudios, según explica su directora, Geoconda Soledispa. Al momento son 75 estudiantes con incapacidad visual, entre niños, jóvenes y adultos, que se benefician de los 7 programas con los que cuenta la escuela.
“Tenemos estimulación temprana para los bebés, retos múltiples para los menores que tienen más de una discapacidad, escolaridad hasta tercer año de básica pues los preparamos para la reinserción y servicios de rehabilitación, donde les enseñamos braille, el manejo del bastón, entre otras cosas”, sostiene.
Según cuenta, involucrarse en actividades artísticas como el canto y la danza los ayuda a mejorar su concentración y sobre todo, a levantar su autoestima. Aunque las audiciones concluyeron, continuarán realizándose los martes y jueves de 14:00 a 16:00, durante los ensayos del coro.