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Blanca Verdesoto rompe el estereotipo del agricultor

Las jornadas de siembra empiezan en la madrugada para evitar las altas  temperaturas.
Las jornadas de siembra empiezan en la madrugada para evitar las altas temperaturas.
Foto: José Morán / El Telégrafo
12 de agosto de 2017 - 00:00 - Edward Lara Ponce

El sol ha bronceado la piel de Blanca Azucena Verdesoto Plúas. Son 18 los años que lleva sembrando arroz de espaldas a los atardeceres de su natal San Pablo, recinto de Santa Lucía, provincia del Guayas.

La mujer, de 62 años, usa para esta actividad, ejercida con más frecuencia por hombres, gorra, camisa manga larga, un galón de agua, garabato y machete.

Blanquita —como la llaman sus amistades— vive rodeada de casas de caña y ladrillos. La de ella es de cemento. Logró construirla hace pocos años con el dinero que obtuvo de la venta de 2 ha de terreno para cultivos.

El área era parte de las 5 ha que su esposo, Pablo Guadamud Araujo, heredó, pero que no cultivaba desde hace 18 años porque sufrió un derrame cerebral parcial que apenas le permite moverse dentro de la vivienda que aún no está terminada.

Blanca se refresca sentada bajo la sombra de un árbol de ciruelas. Elude miradas y contiene las lágrimas que delatan su sentir. Recuerda que de la mano de su progenitora —desde los 10 años— aprendió el arte de cosechar café, algodón, maní y, con el tiempo, a sembrar arroz. Sus padres en esos años estaban separados. Con su esposo procreó cinco hijas de las cuales tres siguen con vida.

La falta de dinero y los problemas de salud de la familia obligaron a la jefa del hogar a dedicarse a la agricultura para conseguir recursos.

Blanquita mira con pasión sus fotos. Frota sus manos que, de tanto abrir y cerrar canales de riego, sembrar directamente la mata o simplemente preparar el terreno, se han llenado de callos.

La mujer calmada y alegre rescata el apoyo de Luis Alberto Yépez, quien hace más de tres décadas se convirtió en el esposo de una de sus hijas y la persona que le ayuda a sembrar la tierra.

El hombre, de 52 años, es de poco hablar sobre todo si son temas personales. Pero cuando se trata de números puede entablar una larga conversación sin problemas.

Cuenta que podría obtener ganancias en esta producción porque alcanzaría unos 50 quintales por cada hectárea.

Son las 14:35 y el sol es intenso. Los agricultores en el arrozal sufren lo indecible: bajan, suben y los dolores en la cintura aparecen mientras caminan por el agua. Es la carga de la siembra. 

Los Verdesoto Yépez caminan ya no solo bajo el sol, también trabajan a la luz de la luna. Lo hacen desde las 03:00 para evitar el calor del campo.

Creen que de seguir el calor, el tradicional escenario de hombres sembrando en las mañanas —antes del amanecer y luego de eso— se perderá en pocos años.

El respeto se gana, dice Yépez, al referirse a su suegra, quien lo único que no hace es cargar sacos  llenos de la gramínea, por sus años, pero en todo lo demás es otro trabajador que lidia con las cosechas.

Yerno y suegra suman y restan para concluir que serán unos 50 quintales por hectárea, es decir unos 150, que les dejará poca ganancia con los pagos por hacer y el capital a reunir para un nuevo ciclo que los llevarán a otra lucha por la venta en las piladoras.  

Según datos proporcionados por el Municipio de Santa Lucía, este cantón tiene 367 km² de extensión, en los que están registradas 20 mil ha de cultivos de la gramínea. 

El final del día llega pero para Blanquita es la oportunidad de coser algún encargo como lo hace desde hace 47 años, en su vieja máquina de coser. (I)  

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