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Miguel guacho, líder comunitario, dice que el puerto principal es su segunda tierra

“Antes nos decían sal de aquí indio; hoy andamos como en Riobamba”

Miguel Guacho, de 53 años, cuenta con un puesto en el mercado Caraguay. Vende todo tipo de frutas. Foto: José Morán / El Telégrafo
Miguel Guacho, de 53 años, cuenta con un puesto en el mercado Caraguay. Vende todo tipo de frutas. Foto: José Morán / El Telégrafo
09 de octubre de 2015 - 00:00 - Redacción Guayaquil

Un adolescente huérfano de 13 años, que vino a Guayaquil desde la comunidad El Troje Grande (Chimborazo), estaba predestinado a ser el fundador de un barrio que concentra a indígenas en el norte del puerto principal.

Quichua, Pachakutik, Conaie ... Así algunas personas conocen al sector. Pero su nombre oficial es Sultana de los Andes (en homenaje al origen de sus residentes).

Miguel Guacho, hoy un adulto de 53 años, se llama la persona que con su comunidad logró “cambiar” el mapa guayaquileño: convirtió un cerro de caminos sinuosos en el hogar de la etnia.

El hombre de piel cobriza, al perder a su padre a temprana edad, emigró hasta este cantón para trabajar y conseguir dinero para mantener a su madre y a sus hermanos. “No tenía otro sitio a dónde ir. Vine en busca de un futuro económico mejor”, cuenta con su tono de voz amable y la mirada cansada. Solo cursó la escuela.

Hace 40 años el único trabajo que podía encontrar un  indígena recién llegado a la ciudad era de cargador en los mercados.

En ese tiempo, cuenta, vivió discriminación de algunas personas. “¡Sal de aquí, indio! ¡Hazte a un lado!”, escuchó alguna vez en la plaza. “En aquella época éramos tímidos y no decíamos nada”, dijo al explicar la pasiva reacción que tenía el colectivo.

Pero no todo era malo, ya que en estas tierras conoció a María Cepeda, con quien, luego de un mes de enamorados, se casó. “Fue rápido. Pero mire que a pesar de eso llevamos alrededor de 30 años juntos y mayor tiempo que otras personas que se conocían más”, expresa con una sonrisa pícara y mira a su esposa.

Producto de esa relación tienen 4 hijos guayaquileños. Guacho aclara que ellos son de origen indígena y que sus raíces no las pueden olvidar. “Yo sé español y quichua”, manifiesta orgulloso.

La búsqueda de casa es uno de los aspectos fundamentales cuando se arriba a la urbe, según el líder comunitario. Y, en esos casos, asentarse en los alrededores de la plaza es una de las opciones. Él siguió la tendencia y alquiló cerca al mercado. “Los momentos más difíciles vividos son las enfermedades de familiares. El dinero no alcanza en esos casos”.

Para él, la alimentación ancestral es la clave de mantenerse saludable. Pone como ejemplo a su mamá, que actualmente tiene 85 años. “Ella no usa lentes, pero ve bien y escucha perfectamente. Es porque le dieron leche directamente de la vaca, mucha máchica y huevo de gallina. No como ahora que todo es con químicos”.

Él mismo, añade, a pesar de haberse mudado a la Perla del Pacífico, no ha padecido ninguna dolencia típica de las metrópolis. Es más, no sabe qué es un suero. “Me muero si me ponen uno”, expresa con temor y tocándose el brazo.

Casa propia, el segundo paso

Es parte del proyecto que se imponen los que llegan en busca del “sueño guayaquileño”. Él fue el primero en asentarse en los solitarios terrenos de la Sultana de los Andes. Hay medio centenar de construcciones.

La mayoría, oriunda de Troje, compró las tierras con el producto del trabajo, principalmente mediante el comercio de víveres. Con sus manos edificaron los inmuebles de ladrillo y cemento. Algunos tenían experiencia en albañilería.

La falta de servicios básicos (no tenían alcantarillado ni agua potable) se convirtió en su principal “enemigo”, ya que se formaban pozas en invierno. Incluso, el líquido de la lluvia ingresaba a las viviendas.

El mejor remedio en esos casos, de acuerdo con la filosofía de Guacho, es laborar más para obtener recursos. “En Guayaquil trabajamos casi 365 días. Hasta en Navidad y fin de año. El único día que no laboramos es el 1 de enero”.

Su jornada comienza a las 04:00. Así logra abastecer de frutas el puesto que ha logrado conformar en el Mercado Caraguay, por la puerta 3.

En su negocio hay uvas, mandarinas, papayas, plátanos, kiwi, grosellas, duraznos, manzanas y otras variedades.

Las ventas son a veces buenas y otras ocasiones malas. Pero hay días en que la gente compra menos. Pero eso no lo desanima. “Tenemos que trabajar”. La jornada en el mercado acaba a las 16:00.  

La educación, un sueño

El tercer paso, luego de la casa, es conservar su cultura. ¿Cómo lo pueden hacer?, se preguntaron a finales de la década del noventa.

La respuesta fue impulsar en el cantón la Primera Escuela Intercultural Bilingüe Sultana de los Andes (ahora llamada Jaime Roldós).

Guacho y sus vecinos primero levantaron una estructura de caña y plástico. Con el tiempo llegó la inversión estatal y las mejoras de la infraestructura.  “No solo es para los indígenas, sino para los afrodescendientes, mestizos y blancos. Los importante es que en la escuela y en el colegio tengan la oportunidad de aprender sobre la diversidad”.

Según los vecinos del barrio, antaño se les burlaban a los niños indígenas en los otros planteles. Los adultos también mostraban ese mismo tipo de actitudes.

“Algunos clientes han llegado al mercado y han pedido: Véndame eso, María; o véndame eso, Manuel. Pero un día mi hija, que estaba en el puesto, los corrigió: No me llamo María, mi nombre es Jéssica. Los clientes se quedaron sorprendidos. Le dijeron:Perdón, no sabíamos su nombre. Es que todos tenemos nombres. Nos llamamos Johnny, Carlos...”.

Aunque ahora, sostiene, los indígenas caminan tranquilos “como en Riobamba”. A pesar de todas las vicisitudes, Miguel y su vecindario ya tienen los servicios básicos, escrituras de las casas y un plantel. El siguiente sueño que tiene Guacho es que su hijo, de 22 años, obtenga un título universitario aquí en Guayaquil, “mi segunda tierra”. (F)

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