Álvaro es el emblema académico de la Santay
Ninguno de los habitantes de la Santay había usado un birrete. El pasado viernes, Álvaro Cruz Domínguez, de 19 años de edad, de aproximadamente 1,50 m de estatura y mirada tímida, se convirtió en el primer bachiller en la historia del lugar, una isla ubicada a 800 metros de Guayaquil.
“Pido un sonoro aplauso para Álvaro”, dijo Norma de Bayas, rectora del Colegio Particular a Distancia Libertador Bolívar, institución a la que el joven acudió a clases cada fin de semana y donde concluyó sus estudios secundarios.
En la ceremonia de incorporación que se realizó en el Auditorio de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Guayaquil, a la que asistieron sus amigos y familiares, Álvaro no solo recibió aplausos, sino besos, abrazos y halagos que él correspondió con un sonriente “gracias”, apenas pronunciado entre dientes.
Su hermana Margarita registró en video todo el acontecimiento, ajustó el zoom, tomó fotos y entre risas se las mostró a su tía, una tras otra, en el celular. Mientras tanto, su madre Jacinta Domínguez escuchó atenta las palabras de la rectora, que colocó a Álvaro como ejemplo de valentía y esfuerzo ante sus compañeros.
“Este joven acudió a clases sorteando todas las dificultades del clima, remando una hora de ida, otra de regreso y nunca faltó ni una sola vez al colegio”, dijo como parte de un emocionado discurso, lleno de mensajes de motivación para los 18 neo-bachilleres de la cuadragésima novena promoción de ese centro de estudios.
Ena Gomero es la directora y profesora de la Escuela Jaime Roldós Aguilera, la única en toda la Isla Santay, que funciona desde 1999.
“La educación para ellos es muy difícil y es vista casi como un imposible”, explica esta maestra que tiene 12 años trabajando en el lugar, una mujer que apoyó de forma académica, logística y económica la educación de Álvaro.
“Todos los días, al igual que las personas que llegan y salen de Santay, debo utilizar una canoa. Para mi suerte, ahora existen las lanchas a motor”, relata.
Según él, las ocupaciones de las madres de la isla les impide estar pendientes del desarrollo académico de sus hijos.
“Las mujeres se dedican a los quehaceres domésticos o la crianza de animales. Muchas salen a Guayaquil a trabajar como cocineras, lavanderas o niñeras. No pueden supervisar las tareas escolares de los niños, que las hacen como pueden porque no tienen la guía suficiente”, explica.
Gomero añade que el nivel económico de los isleños tampoco ayuda a quienes concluyen los estudios primarios y quieren continuar el colegio.
“Varias maestras y yo estuvimos allí, apoyando a Álvaro, prestándole la computadora, haciendo los deberes con él para que no abandone los estudios”, revela.
El líder de la comunidad, Tomás Domínguez, coincide con la maestra en que la falta de recursos perjudica a los más jóvenes del lugar y sostiene que de los 240 habitantes de la Santay, solo 58 asisten a la escuela y apenas 3 se encuentran cursando los estudios secundarios en Guayaquil: Elizabeth y María Fernanda Domínguez, en el mismo colegio de Álvaro; y Steven Domínguez, en una institución presencial. Para asistir a clases debe cruzar el río todos los días.
“Muchos padres sienten desconfianza de enviarlos, porque escuchan historias sobre la inseguridad, piensan que es peligroso por la delincuencia, y está el riesgo del traslado en canoa”.
La casa de Jenny Cruz queda en el interior de la isla, a la que se llega luego de una caminata de 20 minutos a lo largo de un sendero de fango húmedo y pegajoso, que vuelve pesado cada siguiente paso. Sin embargo, Álvaro -al igual que los demás habitantes de Santay- se desliza con destreza y sin temor, sumergiendo sus pies descalzos en el lodo resbaloso.
Jenny, de 21 años, es prima de María Fernanda. Hasta el año pasado también estudiaba a distancia, iba a clases cada sábado, al igual que sus amigos. Pero su embarazo interrumpió momentáneamente sus estudios.
“Pienso retomarlos el año siguiente, hasta manejar mejor la maternidad”, adelanta, mientas sostiene en sus brazos a la pequeña Ashley, de 2 meses.
El líder recuerda que en 2009 un grupo de isleños acudió hasta la Dirección de Estudios, en Guayaquil, para solicitar a las autoridades la construcción de un colegio en Santay. Sin embargo, la solicitud fue rechazada, pues -según dice- argumentaron que se trataba de una población estudiantil muy reducida.
“En total, hay 15 jóvenes que han concluido la primaria y que se encuentran en edad de cursar los estudios secundarios”, detalla.
Como la mayoría de hombres de la isla, Álvaro también es pescador. Por ello, en compañía de un amigo, sale a sus faenas “hacia abajo” dos veces por semana, en un horario que queda a voluntad de la marea: en la madrugada o muy temprano en la mañaña.
“Primero pescamos las anguilas que nos sirven de carnada para el bagre, que luego vendemos en el Mercado Caraguay. Cuando salimos pasamos 24 horas en el agua”, expresa, al tiempo que camina por la orilla del río Guayas, que baña los alrededores de la isla donde nació y creció, al igual que sus padres y sus 5 hermanos.
Los días de Álvaro transcurren en la tranquilidad de la Isla, con el canto de los pájaros como sonido de fondo, con el viento arañando las hojas de los árboles en las horas frescas o con la humedad propia de las mañanas y los días de intenso sol.
Hace varios meses también aprobó el preuniversitario de la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias Naturales en la Universidad de Guayaquil. “Pienso que se me hará fácil. Vivo en una isla, hay especies que se pueden estudiar y me gusta la naturaleza”, señala con vergüenza, mientras se hunde en su gorra blanca.
Recuerda que durante el curso propedéutico, Gomero lo ayudó con el alojamiento, pues ir y volver de la isla diariamente es complicado.
Hace poco, una llamada de una compañera le informó que las clases inician el 10 de octubre, pero este bachiller aún no sabe si será universitario.